«Joder papá, pero ¿por qué me voy a quedar ciego? Si yo soy una buena persona». El «fundido a negro» de Jota, como él mismo lo llama, fue un fundido total. Un chico de 28 años que no quería salir de la cama. En un proceso cruel y paulatino había ido perdiendo la vista, hasta que en 2011 todo se apagó, por último su ojo derecho. Y la ilusión vital de un chico de Buitrago del Lozoya que se enfrentaba de golpe a eso que tanto había intentando esquivar: «¿Y qué voy a hacer yo sin ver?».
13 años después, José Luis García Serrano es un deportista de elite. Es también padre de dos hijos, Roque, dos años, y Lucas, uno, que ya saben que a papá hay que acercarle las cosas a las manos y hay que decirle siempre: «Estoy aquí». Es marido de Gloria, es fisioterapeuta en su clínica de Chamartín por las tardes y es un toro físicamente que busca, junto a su guía Diego Méntrida, su primera medalla paralímpica en los que serán sus segundos Juegos. Todo eso es Jota, aquel chico de 28 años que perdió la vista, engordó hasta los 110 kilos y no quería salir de la cama. Sufrió e hizo sufrir, hasta que dijo basta y se agarró a lo insospechado, un deporte, el triatlón, que hasta entonces no había practicado ningún ciego en España.
Jota y Diego avanzan como una unidad por las pistas del Centro de Alto Rendimiento de Madrid. Vienen de la piscina y agradecen el insólito sol primaveral de enero. La mano izquierda de García Serrano se posa en el hombro derecho de Méntrida -aquel chico al que se rindió Will Smith hace cuatro años cuando dejó que su rival, que se había equivocado en la última curva del triatlón de Santander, recuperara su posición en la meta-. «Escalón aquí».
Esas dificultades rutinarias hay que llevarlas a las tres disciplinas del triatlón, a nadar juntos en aguas abiertas, a las transiciones, a pedalear en el tándem y, finalmente, a correr atados por una cuerda. Todo con las pulsaciones a mil, pues ellos compiten en la distancia sprint. «Todo lo tenemos mecanizado. Entrenamos muy específicamente para que salga fluido. Las transiciones, por ejemplo: salimos del agua y nos tenemos que quitar los dos el neopreno, meterlo en una caja para que no te sancionen, ponerte el casco, las gafas… Sale solo. La carrera en la que tienes que hablar de más es porque no ha salido a la perfección», explica Méntrida del «mayor reto deportivo» de su carrera, quien se unió a Jota en diciembre de 2022; antes se conocían desde su etapa juntos en el Ecosport de Alcobendas. A pesar de la diferencia de edad son casi compañeros de vida.
Jota habla del «feeling». «Hay deportistas ciegos que no piensan igual, pero para mí el guía es una prolongación mía. Es vital que él se sienta a gusto y protagonista, que tome decisiones, que esté implicado. Que esto sea una cosa de dos. Hay otra manera de verlo más profesional, el guía cumple su papel y se va a su casa. Eso no va conmigo», detalla. «Yo voy a ver los Juegos, o Australia el mes que viene, u hoy la Blume, a través de los ojos de Diego. Tengo la suerte de conocerle desde hace mucho, sabía que era apuesta ganadora. Como triatleta, poco puedo decir más. Pero como chaval es un 10. Si tuviese que decir como quiero que sea mi hijo dentro de 25 años, que sea un Diego Méntrida. Sabe de triatlón, pero también de la vida. Sé que con él el camino va a merecer la pena».
- ¿Cómo perdió la vista?
- Con siete años me diagnosticaron una enfermedad. Que no era tan grave como para llegar al límite de quedarte ciego completamente, como fue mi caso. De niño tenía los típicos problemas en clase, no veía bien, me tenía que acercar a la pizarra, iba de oftalmólogo en oftalmólogo, de gafitas en gafitas, pero seguía viendo mal. Esa uveítis derivó en cataratas en ambos ojos. Hasta los 14 años o así veía muy poquito. Entonces me operaron y pasé a ver en Full HD. Tuve una época algo tranquila, con brotes y revisiones. Con 21 empecé a tener unos síntomas muy complicados en el ojo izquierdo y con 23 lo perdí. Y después, se repitieron en el derecho con 28. Hasta que perdí totalmente la vista.
- El proceso mental de ir quedándose ciego poco a poco no tuvo que ser sencillo.
- Me pasaba una cosa curiosa. Cuando ya no veía por el ojo izquierdo, probaba a guiñar el derecho y quedarme sin ver nada. Resultaba algo traumático, el primer paso para ser ciego. Me decía: ‘No me puedo quedar ciego, es imposible’. Era algo impensable. No era capaz de ponerme en la situación, no lo aceptaba.
- Se puso a estudiar Óptica y Optometría.
- Me picaba la curiosidad de ver lo que veía el profesional. Disfruté. Todavía la gente me pregunta por qué no intente ejercer de óptico. ‘Hombre, un optometrista ciego, tiene mal marketing. Está jodida la cosa’ (ríe). Un día, en una clase, dimos unos apuntes y lo vi blanco y en botella. Ese día supe que me iba a quedar ciego. Porque lo que decía la profesora era exactamente lo que me pasaba a mí. Y eso acababa en quedarse ciego. Salí llorando. Llamé a mi madre y fue muy jodido. Quedarse ciego es… Tú ahora mismo estás viendo y dices, ‘¿pero cómo me voy a quedar ciego?’. Me he preguntado mil veces: ‘¿Y qué voy a hacer sin ver?’. Sin ver no se puede hacer nada, todo lo que hacemos en nuestro día a día está relacionado con lo visual. Hasta enamorarse.
- ¿Qué ocurre cuando definitivamente pierde la visión?
- Fue jodido. Tuve muchos días metido en la cama, sin querer salir, cagándome en todo. El otro día mi padre me recordaba un día que lloraba y gritaba ‘Por qué a mí, por qué a mí?! ¡Si yo soy buena persona!’. Pero es peor hacer daño a los demás que verse mal. Cuando te das cuenta de que tu estado anímico repercute en los de alrededor, piensas que tienes que hacer algo. Lo único que tiene de peli americana mi historia es eso. El resto es Santiago Segura.
- Santiago Seguro fue el triatlón.
- Cuando me estaba quedando ciego, tuve una pequeña ventana temporal de visión de 15 días, justo cuando se hizo el primer triatlón half de mi pueblo, Buitrago. El Ecotrimad, en 2011. Compitieron dos amiguetes míos, los vi salir del agua con los neoprenos. Me encantó. Yo sabía lo que era el triatlón, porque un día llegué de fiesta a las 3 de la mañana y en la televisión estaban dando el Ironman de Hawaii. Dije, ‘están como un cencerro’. Me llamaba la atención. Me quedé tan flipado que mi padre me compró una bici de carretera, que prácticamente no usé nunca, porque al poco me quedé ciego. Estaba jodido en casa y me visualizaba haciendo triatlón, nadando. Me imaginaba con una corchera de boya a boya, la bici con el tándem… Me montaba mis pelis, porque no había nadie en España que hiciera triatlón sin ver absolutamente nada.
- ¿Cómo empezó?
- En 2013, Enhamed Enhamed, el nadador paralímpico, hizo el Ironman de Lanzarote. Yo había llamado ya a la Federación para decir que quería hacer triatlón. Ese día no sabían ni por dónde empezar. Me pasaron con Ecosport, el club de Alcobendas de Ángel Aguado. Diego empezó un año después. Ese es nuestro nexo de unión. Él tenía 14 años.
- ¿El deporte le ha salvado?
- El triatlón me lo ha dado todo. Empecé con tantas ganas e ilusión que, aunque hubiera tantas barreras, desde encontrar un tándem hasta el guía, llevarme a entrenar… Sí, ha sido mi tabla de salvamento.
Entonces, Jota salió de la cama -en 2007 también sufrió un grave accidente de tráfico por el que casi pierde el brazo derecho- y se enchufó a la vida. Comenzó sus estudios de fisioterapia en la ONCE y, un par de años después, debutó donde su mente le había llevado tantas veces, al embalse de Puentes Viejas, al río Lozoya de su pueblo, donde había visto por última vez. «Fue muy especial, porque lo hice con un íntimo amigo mío, Fran (Nieva), como guía. Y con toda mi familia allí. Ahora el que estaba en esa foto que recordaba era yo. Fue muy emocionante. He estado en unos Juegos, en Series Mundiales, pero ese debut… no hay nada igual».
Jota y Diego forman el Jota Blind Team (con el plan de entrenamientos de Iván Álvarez). Planean su viaje a Tasmania en unas semanas, donde pueden cerrar ya la clasificación olímpica. Entre otros muchos logros, Jota es campeón de Europa, fue séptimo en Tokio, ha recorrido medio mundo y no deja de soñar en grande. «He hecho cosas que viendo no hubiera hecho jamás». Pero hace no tanto, Jota era un chaval sin esperanza.
- Se ha convertido en un ejemplo de superación.
- Todos tenemos pequeñas historias de superación que nos pueden ayudar. Deberíamos escucharnos más los unos a los otros. Se pone el foco en mí, porque soy ciego. Mi historia puede ser muy motivadora, pero si la gente que lee esta entrevista no está positiva… Esto va de ser empírico, ensayo-error. Pero desde la cosa más banal, desde cambiar de puesto de trabajo o de horario, a algo más complicado como perder la vista. Me venían a buscar amiguetes para hacer planes y yo decía: ‘Si no veo, para qué voy a salir’. Y a base de ir probando cosas… Un día fui a la ópera y es la hostia, pero no me gustó. Ensayo-error. Ese es el consejo que daría. Y no quedarse parado en casa: pasar mucho tiempo pensando es tóxico.
- ¿Cuál es la barrera que más le cuesta superar en su día a día?
- Es que el triatlón se ha convertido en mi forma de vida. Y no lo veo difícil. Pero si te cuento que para subirme al rodillo tengo que decir a mi mujer que me ponga el Garmin, que me coloque la bici, que se me bloquea, que no pilla la señal… Hay muchas cosas complicadas. Esos retos me mantienen enchufado. De hecho, sé que cuando se termine esta etapa lo voy a echar de menos. Porque es muy estimulante.
- ¿Cómo es la relación con sus hijos?
- Aún son pequeños, no son conscientes de que su padre no ve. Pero hacen muchas cosas automáticas. Lo que quieren darme me lo llevan directamente a la mano. Les enseñé que cada vez que les pregunte, me tienen que decir dónde están. El otro día una amiguita suya me preguntó: ‘¿Qué te pasa en los ojos? Es que me dan miedo’. Me puse a jugar con ella y a los cinco minutos ya no tenía miedo. ‘Me pareces un buen amigo’, me decía después. Con los niños es todo fácil, natural