El base, que nunca ha logrado liderar un equipo hasta el anillo, mantiene en vilo a los Sixers tras volver a exigir un traspaso
James Harden, durante un partido con los Sixers.Charles KrupaMUNDO
James Harden por aquí y James Harden por allá. No hay polémica ni enredo en la NBA sin que la Barba este por medio. El comienzo de temporada 2023 no iba a ser menos. Ni el fenómeno Wembanyama ni algunos movimientos contundentes en el mercado como la llegada de Chris Paul a los Warriors, la de Damian Lillard a los Bucks o la de Kristaps Porzingis a los Celtics. Todo la expectación está en vilo por los caprichos del base angelino que, por enésima vez, pretende cambiar de aires.
Esta vez el embrollo viene por su ruptura con quien fuera uno de sus grandes valedores en la NBA, el ejecutivo con el que se hizo leyenda en los Rockets; Daryl Morey, el gurú de la estadística avanzada. Ahora, «un mentiroso» con el que nunca podrá formar parte de una misma organización. «No se puede arreglar. No sólo en una cosa así, es en todo en la vida. Es lo que pasa cuando dejas de tener confianza en alguien. Es como un matrimonio… pierdes la confianza… y ya sabes lo que pasa. Es simple».
Esas contundentes declaraciones por las que la NBA le multó con 100.000 dólares dinamitaron la pretemporada de los Sixers, franquicia a la que llegó en febrero de 2022 desde los Nets, también por exigencias de su aturullado guion. Las cosas con Kevin Durant y Kyrie Irving, un big-three que se antojaba imparable, no funcionaron en Brooklyn -apenas disputaron 18 partidos juntos- y, como había hecho para llegar hasta allí desde Houston un año antes, Harden hizo estallar todo por los aires para forzar su salida (y reunirse con Moreyball). Entonces se incorporó al equipo con retraso, violó los protocolos de salud tras acudir a una fiesta en Las Vegas. Y cuando volvió a los entrenamientos lo hizo visiblemente pasado de peso. Una hoja de ruta que repite ahora.
Los Clippers
La Barba sí se presentó hace unos días al campo de entrenamiento de los Sixers, con los que había ejecutado poco antes la opción de renovar por 35,6 millones, de nuevo con aparente sobrepeso, pero al cabo se marchó alegando asuntos personales. Su nuevo entrenador, Nick Nurse, no cuenta con él para el arranque del curso. En ese tira y afloja, tiene tambaleándose a la franquicia de Filadelfia, en la que pretendía marcar una época junto a Joel Embiid. Él quiere unirse a los Clippers, pero los Sixers (que sólo llegaron a semifinales de conferencia) ya le han dicho que no le van a intercambiar por migajas.
Mientras Harden abona el terreno para otra salida polémica de una franquicia, su inefable leyenda sigue creciendo. Pese al indudable talento que le ha convertido en uno de los jugadores más desequilibrantes de la última década en la NBA (MVP de 2018, 10 veces All Star, seis veces incluido en el mejor quinteto de la liga, tres máximo anotador del curso y dos máximo asistente…), nunca ha logrado el éxito colectivo: sólo disputó las Finales cuando era sexto hombre en los Thunder (2011-2012).
Y los líos no dejan de rodearle, desde su querencia a acudir a los tiros libres que consiguió (no fue el único señalado)que la NBA cambiara el reglamento para perseguir los movimientos “antinaturales” de los atacantes (en la temporada 2019-2020 fue casi 12 veces por partido a la línea de personal) a su reconocida afición por los clubes de striptease.
Real Madrid 90 Joventut 73
LUCAS SÁEZ-BRAVO
@LucasSaezBravo
Madrid
Actualizado Jueves,
8
junio
2023
-
22:52El francés (27 puntos), lidera el trabajado triunfo de...
Que Edy Tavares es un factor diferencial en el baloncesto europeo es algo obvio. Pero también que con su mejor versión, la que luce últimamente, el Real Madrid es otro. Aleja sus miserias, potencia sus virtudes. Así fue en el partido trampa contra el Baskonia, unos cuartos fugaces al mejor de tres, después de 22 victorias seguidas en ACB, pero también de no haber conquistado ni la Copa ni la Euroliga. Con el gigante en modo dominador, una actuación tan descomunal como silenciosa (16 puntos, 12 rebotes, dos tapones, tres recuperaciones... para 35 de valoración), todos los intentos de los de Pablo Laso quedaron en poco. [82-76: Narración y estadísticas]
No fue el mejor partido del Madrid, ni mucho menos. Sin demasiado acierto, sin fluidez, con pérdidas... Chus Mateo habló nada más terminar de "tiros precipitados" y de "dificultad mental". No se despegó en toda la tarde de un Baskonia animado, al ritmo de Markus Howard y sus chispazos de desenfreno. Pero el poderoso despliegue en la pintura de Tavares, una reacción en el tercer cuarto (con Llull y Feliz) y algunos triples fundamentales cuando los vitorianos intentaban acercarse en el desenlace, fue suficiente para evitar el abismo que hubiera supuesto el 0-1.
El Baskonia aguantó el pulso realmente bien en la primera mitad. Iba a ser la tendencia. Con concentración y, sobre todo, con muchas alternativas. Pablo Laso encontraba soluciones en su banquillo. Cuando Khalifa Diop y Moneke se cargaron temprano de faltas, apareció primero Rogkavopoulos y después Samanic, invitados inesperados ante un Real Madrid que avanzó a tirones.
Campazzo supera Sedekerekis durante el primer partido de cuartos, en el Palacio.JUANJO MARTINEFE
Lúcido en el comienzo, especialmente en defensa. Sus fallos desde el perímetro y sus pérdidas (10 al descanso) le impedían distanciarse. Luego Markus Howard desequilibró la tarde en el Palacio, un 0-8 para una primera ventaja visitante (15-22). Y los blancos no encontraron la comodidad; a Campazzo le costaba encontrar fluidez, todo era demasiado enrevesado.
Iban a llegar los nervios, el runrún del Palacio, porque el Madrid seguía sin despegar, fallando y fallando triples. Al borde de la desesperación, a remolque del Baskonia. Que sólo encontraba un gran hándicap, el de Tavares. Contra el gigante, todo era oscuridad en la pintura. Un dominio sereno y constante. Un triple de Feliz y una contra de Llull, provocada por un tapón de Tavares, igualó la tarde. Era el inicio de un parcial de 15-1 (triples de Hugo González y Llull), justo antes del acto final, el punto de inflexión.
Pues aumentó con otro triple de Feliz (11 de ventaja). Él y Llull supieron ver el peligro, llamar a rebato. Pero aún quedaba mucho y el Baskonia, pese a tambalearse, iba a volver a la carga. Peleó hasta casi la línea de meta, con Samanic y Howard. No peligró el triunfo del Madrid, pero casi, ante un rival que promete batalla.
Los padres de Sergio Rodríguez se conocieron en una cancha de baloncesto. Eso podría explicar muchas cosas. "Cuando nací, los primeros regalos eran juguetes de baloncesto". En concreto, una canasta de los Celtics con la que jugaba compulsivamente en su habitación. Eso, también. O quizá el secreto del chachismo, esa marca ya para la eternidad de un jugador irrepetible, sea una frase de Pablo Laso: "Lo más importante, él ve esto como un juego".
Pepu Hernández, el entrenador que le hizo debutar con 17 años -en el quinto partido de unas finales ACB, en el Palau-, solía usar un juego de palabras con su pupilo, que también lo sería dos años después en el oro mundial de Saitama con la selección. Las letras que conforman el nombre de Sergio son las mismas que riesgo. Riesgo, imaginación, naturalidad, osadía, talento, profesionalidad y sobre todo, de nuevo, mucho amor por algo que él siempre vio como eso, un juego. El asombroso viaje del Chacho durante dos décadas es todo eso. De Tenerife a Getxo con 14 años, del Siglo XXI a Madrid, del Estudiantes a Portland, de Nueva York (paso por Sacramento) de nuevo a Madrid, del Real Madrid a Filadelfia, de la NBA a Moscú, del CSKA a Milán y del Armani de nuevo al Real Madrid, para cerrar una carrera repleta de éxitos, tres Euroligas, un Mundial, dos Eurobasket, Ligas y Copas en España, Rusia e Italia... y todo un MVP de la Euroliga en la temporada 2013-2014.
Pero Sergio Rodríguez es mucho más que su palmarés, es casi una filosofía. Un jugador que trasciende. Es el Chacho, el apodo que le pusieron en su primera preselección con España, en 2002, porque no paraba de decir, como buen canario, aquello de "muchacho". Jugaba entonces en La Salle con su primer maestro, Pepe Luque, y fue justo antes de marcharse a Bilbao, a esa experiencia llamada Siglo XXI, donde chavales cadetes y juniors convivían y se formaban baloncestísticamente. Fue por entonces cuando dio el estirón físico, aunque todavía le llamaban "polilla" porque no paraba de moverse.
Sergio considera aquellos años lejos de casa, previos al Estudiantes, clave en todo lo que iba a suceder después. El primer año en Madrid, donde se le atragantaron los estudios en el Ramiro, combinó el equipo EBA con el júnior y llevaba un mes de vacaciones cuando Pepu le llamó para la final contra el Barça. La noche antes había estado viendo la NBA y tuvo que despertarle una vecina. Aquella canasta en penetración en el Palau es el comienzo de un época. "Esos 20 segundos del final de liga con Estudiantes me marcaron. Nunca había ido convocado con el primer equipo. Venía de vacaciones, no me sabía las jugadas, estaba preocupado... Esa tensión desde el minuto uno de profesional me ha ayudado", confesaba en una entrevista con este periódico años después.
Ese verano también ganó el Europeo júnior, en Zaragoza, a las órdenes de Txus Vidorreta y con el 10 a la espalda (el eterno 13 lo llevó Antelo). "Un chico con mucho gancho", tituló su primer artículo en EL MUNDO un periodista que era a la vez admirador (como todos) de aquel insólito mago.
"El sueño de toda mi vida". La NBA fue la siguiente estación, a la que llegó con 20 años -dos años antes estuvo por primera vez en EEUU, en el Nike Hoop Summit de San Antonio-, campeón del mundo (esa semifinal contra Argentina...), número 27 del draft (por los Suns que tenían a Steve Nash y deciden traspasarle a Portland) y sin saber inglés. Y con el golpe de realidad de tantos, mucho banquillo y "pocas explicaciones" de Nate McMillan. Pero sin perder la esencia. "Podría estar triste si estuviese aquí perdiendo el tiempo, pero al contrario. Estoy mejorando técnica y físicamente y aprendiendo un idioma. Todo va muy bien para mí", confesaba en una entrevista a ABC en diciembre de 2006.
Sergio Rodríguez posa para EL MUNDO en Nueva York, en su etapa en los Knicks.EL MUNDO
Estuvo tres temporadas y media en Portland (coincidió con Rudy Fernández, con quien el destino le tenía preparada una despedida a la vez), unos meses en Sacramento (con Nocioni) y otro curso en los Knicks, vida en la Gran Manzana. El sueño se cumplió, con toda su realidad y toda su crudeza también. Se codeó con aquellos que admiraba (Iverson, Garnett...), danzó en ese mundo idealizado desde la infancia e incluso coleccionó momentos deportivos inolvidables. Pero se amontonaron las ganas de más. Tan valiente para partir como para regresar, sin pronunciar jamás una frase de arrepentimiento, y un fichaje por el Real Madrid de Messina.
Nada sencillo aquel ambiente, donde, él mismo lo reconoce, todo se magnificaba en negativo. Con Messina huido y Lele Molin a los mandos, los blancos se colaron muchos años después en una Final Four, la que iba a ser primera de muchas para el Chacho (aunque aquello fue un revés en el Sant Jordi, acabaría jugando seis finales y ganando tres Euroligas). Sin saberlo, aquel verano de tiroteos, de la llegada con pocas bienvenidas de Pablo Laso, era el comienzo de una era.
Rudy, Chacho y Llull, tras ganar la Euroliga de 2015.EL MUNDO
Con el estallido personal del Chacho en los playoffs de 2012, especialmente en las semifinales contra el Baskonia, cuando a su virtuosismo e imaginación se unió el acierto desde el triple. Esa primera etapa de lasismo fue su cénit, el MVP de la Euroliga, el título en 2015 en el Palacio... Hasta que la NBA volvió a cruzarse en su camino. Y los sueños de infancia, sueños son. Aunque el Chacho y Ana ya fueran padres de Carmela y aunque Claudio, su bulldog, no pudiera viajar con la familia a Filadelfia, donde eligió un apartamento en el centro de la ciudad.
Los Sixers se encontraron a un base diferente, maduro, inteligente, ambicioso. El Chacho asistió al debut de Joel Embiid, que le saludaba con una peineta en la visita de este periódico en febrero de 2017. Fue a menos en la rotación de Brett Brown y las ofertas para seguir un año más, demasiado inestables, no le convencieron.
Sergio Rodríguez, tras proclamarse campeón de la Euroliga en 2019 con el CSKA.Juan Carlos HidalgoEFE
Y cuando tocó volver a Europa, el Madrid ya había armado su equipo y el CSKA le puso sobre la mesa una oferta de esas que no se pueden rechazar. De USA a Rusia, la familia Rodríguez, una aventura vital que iba a coronar con su segunda Euroliga, en Vitoria 2019 (primer español en ganarla) con un club extranjero. De ahí a Milán, siempre cotizadísimo, el reencuentro con Messina, donde de él se enamoró cada aficionado del Armani e incluso el propio dueño Giorgio, que llegó a decir: "Me gusta todo de él. Amo a sus niñas. Su actitud dentro y fuera de la cancha es ejemplar. Y luego su sonrisa y su mirada profunda dicen mucho de él, son el espejo de su alma". Y un par de temporadas para cerrar el círculo en el Real Madrid, hasta otra Euroliga, la de Kaunas, protagonista principal el Chacho en la Final Four y en la feroz serie de cuartos contra el Partizán en la que se echó al equipo a la espalda, otro destello maravilloso.
Y, durante todo este tiempo, siempre su querida selección, de la que se retiró tras los Juegos de Tokio y se ausentó, por descanso, en el Mundial de 2019 que fue oro en Pekín. Más de 150 partidos y siete medallas con España, de Saitama a Saitama.
"Siempre soñé con retirarme estando bien físicamente y ganando mi último partido. Y ahora la vida me ha ofrecido este regalo", dice en su carta de despedida quien no ha querido homenajes jugando. Pues para él, el baloncesto siempre fue diversión, no nostalgia. El secreto lo guardó y las canastas ya echan de menos el chachismo, al eterno 13.