El keniano corre el primer media maratón por debajo de la hora, un hecho histórico, pero frena al final para dejar la plusmarca en 2:01:09
El ser humano no tiene límites. Lo repite y repite Eliud Kipchoge y quién puede negárselo. No es eslogan, aún menos es decoración para una taza, es convicción. Total seguridad. Hace una década el keniano se convenció de ello y emprendió su viaje para evangelizar a los incrédulos. Como herramienta, sus zancadas. Como argumentos, sus récords. Tiempo atrás aseguró que se podía correr el maratón por debajo de las dos horas y que aquella sería la última prueba. El ser humano no tiene límites. Ahora ya nadie puede negárselo.
En Berlín, otra vez Berlín, el escenario de tantas conquistas, volvió a empujar a la humanidad más allá de lo imaginable: esta vez a un paso, a centímetros de esa frontera de las dos horas. Kipchoge no la cruzó, pero la vio, la reconoció, la tocó. Ahora quedan 69 segundos por rebajar, poco más de un minuto, y una certeza: se puede. A sus 37 años, seguramente no sea el keniano quien la rebase, pero cuando alguien lo haga, más pronto que tarde, el mérito será igualmente suyo, por imaginar que era posible, por saberlo, por tratar de demostrarlo. Cuando Kipchoge empezó a correr la más mítica distancia, los 42 kilómetros escasos, en 2013, el récord del mundo estaba en 2:03:38, de su compatriota Patrick Matau. Este domingo lo dejó en 2:01:09.
Cuatro años después de su última plusmarca (2:01:39), volvió a enseñar el camino a quien venga. Un método –el de su entrenador, Patrick Sang– y fidelidad al mismo: ni un entrenamiento por hacer, ni una hora de sueño perdida, ni una comida caprichosa. Por esas exigencias, el maratón apenas concede tres o cuatro años a sus estrellas, que finalmente se cansan de una vida tan reglada. Pero Kipchoge lleva casi una década sin apenas fallo, un caso único. Hace dos años, en Londres, descubrió la derrota -fue octavo, único fracaso en 17 pruebas- y pese a ello, pese a la grandeza de su palmarés, ha seguido.
Vuelo inicial
El año pasado ganó su segundo oro olímpico en los Juegos de Tokio, esta primavera avisó con el récord de la prueba en el maratón de Tokio (2:02:40) y este domingo, su penúltima exhibición. En la previa, precavido como nunca, aseguraba que no intentaría bajar de las dos horas y la verdad es que mentía. Desde el primerísimo kilómetro Kipchoge buscó superar la frontera más conocida con la ayuda de tres liebres, sus compatriotas Moses Koech, Noah Kipkemboi y Philemon Kiplimo, y la compañía de dos valientes adversarios. Los etíopes Guye Adola y Andamlak Belihu intentaron participar de la historia y lo pagaron: el primero, caído en el kilómetro 10, se acabó retirando; el segundo, que aguantó hasta el kilometro 25, terminó cuarto.
Con la compañía de Kiplimo hasta entonces, Kipchoge se quedó sólo a partir del kilómetro 27 y ahí bajó el ritmo. Otra progresión hubiera sido sobrehumana. Por primera vez un corredor corrió la primera mitad de un maratón por debajo de la hora (59:51) y hubo momentos en los que estuvo un minuto por debajo de su anterior récord. Con las condiciones climatológicas perfectas, bajar de las dos horas dejó de ser entonces un imposible, aunque luego no se lograra. El keniano frenó y, pese a ello, se quedó a sólo 69 segundos. Cuatro de las cinco mejores marcas de siempre ya son suyas. Ir más allá se puede. El ser humano no tiene límites.