No todo sale mal en este Valencia jibarizado por Peter Lim. El equipo de Rubén Baraja ha expulsado los demonios que mordieron sus tobillos la temporada pasada y, sin miedo a un futuro que sigue siendo incierto, busca la proeza de colarse entre los siete equipos españoles que pelearan las competiciones europeas la próxima temporada. En apenas once días ha cogido carrerilla con siete puntos, dos victorias fuera de casa gracias a los goles de André Almeida y la alianza de la fortuna, que en El Sadar les llevó a sobrevivir ante un Osasuna atosigante que acabó fallando un penalti en el tiempo añadido. [Narración y estadísticas]
Entre fiasco y fiasco de jugadores comprados y vendidos por intereses que apuntan más allá de lo que ofrecen en el campo, a veces aparecen talentos que ilusionan. Hace un año fueron el ramillete de canteranos con Javi Guerra y Diego López a la cabeza, los mismos que sostienen la esperanza europea del valencianismo en esta temporada brillante. Ahora cuando falta sólo dar el zarpazo definitivo para cumplir el sueño de la grada y, sobre todo, del vestuario aparece André Almeida.
Apadrinado por Lim, infrautilizado hasta la llegada de Baraja al banquillo, estaba destinado a ser el hombre que desencadenara el ataque del equipo cerquita del área, pero la espalda le martirizó y lo condenó a la grada durante tanto tiempo que parecía que no llegaría a ser el revulsivo necesitaba el equipo. Sin embargo, reapareció para darle al Valencia dos goles justo cuando más los necesitaba: en Granada y en El Sadar de Pamplona para que los valencianistas golpeen ya con los nudillos las puertas de Europa.
Se plantó el Valencia ante Osasuna con descaro. Con la visita del Betis a Mestalla en el horizonte, era un partido con doble premio. Aguantó el arreón inicial de los rojillos, pendientes de homenajear a Jagoba Arrasate en el primer partido desde que anunció su marcha, y esperó su momento para estirarse. El rival no estaba cómodo y de una cadena de errores apunto estuvo Hugo Duro de sacar provecho, pero se enredó. Encaraba la puerta vacía por la salida en falso de Sergio Herrera y, por querer acomodarse el balón para el golpeo con la izquierda, apareció el pie de Hernando para salvar el gol que el valencianismo ya cantaba. Ni el propio delantero entendía cómo pudo equivocarse.
No cayó en el lamento el resto del equipo y Diego López, habilitado para moverse desde la orilla izquierda al centro, encontró a Almeida en el borde del área para que cruzara un derechazo buscando la base del poste que sorprendió a Herrera. Otro gol para endulzar el regreso y empezar a soñar. El Valencia tenía contra las cuerdas a los rojillos, tanto que hasta Jesús Vázquez se atrevió al buscar el segundo.
No tuvo más remedio Osasuna que espabilar. Se ajustó y lo hizo para morir en la primera parte en el área de Mamardashvili. Salvó Mosquera, imperial, un disparo de Moncayola y Moi Gómez, después de una jugada trenzada que nació de un córner, estrelló en la cepa del poste una pelota que desvió Javi Guerra. No fue la última ocasión para evitar irse al descanso en desventaja, pero el disparo de Rubén García tras una descarga de Budimir no cogió portería.
En la segunda mitad, Osasuna se aceleró buscando un empate que les daría alicientes para no acabar la temporada en tierra de nadie. No hubo manera que de llegara. Lo intentó Budimir, siempre azuzado por un Mosquera que no le dejaba respirar, y Rubén García hasta que Arrasate lo mandó al banquillo. Necesitaba una presión asfixiante que no dejara al Valencia soltar latigazos. Había que dominar y contener lo más cerca posible de su área y allí se instaló Osasuna. Probó sin cesar Budimir, tuvo la ocasión Herrando con un cabezazo a centro de Rubén Peña pero la mejor ocasión no llegó hasta el tiempo añadido.
En el 93, Guillamón despejó la pierna de Budimir en el área y, tras una larga revisión de VAR, Munuera Montero señaló el penalti. El croata, uno de los máximos goleadores de la Liga, se puso ante Mamardashvili. El delantero no había fallado un penalti y el guardameta llevaba sin encajar los tres últimos que le habían lanzado. Esta vez, la fortuna cayó de lado del georgiano, que tenía estudiado cuánto espera el balcánico para lanzar. Aguantó, provocó la duda y que en lugar de golpear, de manera incomprensible y torpe, sólo consiguiera empujar la pelota mansa a las manos del valencianista. No es de extrañar que hasta tres veces le pidiera perdón a su entrenador.
Se esfumaba el sueño de despedir a Arrasate en competición europea y nace la fe en que este Valencia resiliente lo tiene en sus botas.