A la vez que rescataba a Jorge Vilda de su destierro interior, Marruecos abría con España un par de contenciosos que podrían alterar, sin llegar a enturbiarlas, las tradicionales relaciones de buena vecindad entre ambos países fronterizos, y ahora so
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Héroes y heroínas. Todos. Unos y otras. Atletas y público cociéndose en un horno de un tono cítrico que produce acidez visual. Buena entrada y gran ambiente en las gradas y la pista. Doble heroína Jaël Bestué por sudorosa y victoriosa con un récord de España en los 200 metros (22.19) especialmente valioso porque desbanca los 22.38 de Sandra Myers, que databan de ¡1990! Con ese registro, Jaël hubiera sido bronce en los Juegos de París. Lo mejor de España en el Campeonato por su significación, por la sensación, por la certeza de que el atletismo femenino español se mueve en la buena dirección y con razonable velocidad.
España concluyó la jornada como la empezó: sexta, con 378 puntos, cerca de los 381 de Gran Bretaña, mientras Italia, Polonia y Alemania ocupaban el podio. A pesar de Jaël, y en ese juego de contrastes, de compensaciones y descompensaciones, el equipo no terminó de remontar con algunas de las pruebas que más le favorecían. En los 1.500, Águeda Marqués fue séptima. Y su pareja, Adrián Ben, cuarto. Águeda sufrió especialmente la numerosa participación. Con 16 mujeres apelotonadas, en una carrera lenta, táctica, quedaron 10 para el envite final. Águeda sufrió un par de tropezones y se vio encerrada.
Thierry Ndikumwenayo, el mejor marquista de los participantes en los 5.000, se movió con prometedora soltura, con imagen de dominio. Su largo y sostenido ataque final pareció asegurarle el triunfo. No aguantó y sólo pudo ser agónico tercero. Ahí se enterraron las últimas posibilidades de España de podio, mientras Fátima Diamé, decepcionante, terminaba octava en el salto de longitud. Marta Serrano, hija de un ilustre como atleta y entrenador, Antonio Serrano, cuarta en los 3.000 obstáculos, sí respondió a lo que se esperaba de ella.
La gente se aprestaba a vivir una bonita traca final con los relevos mixtos 4x400. Nada iban ya a remediar, pero podían dejar un buen sabor de boca. Manuel Guijarro, Blanca Hervás, Julio Arenas y Paula Sevilla hicieron todo lo posible. Y, sí, en cierto modo hubo traca. España terminó cuarta, pero con récord nacional (3:10.48). La puntuación final del Campeonato no la acerca al cuarto puesto de hace dos años. Pero, poniéndonos optimistas, tampoco la aleja demasiado. Hay que perseverar.
Iván Romeo era, de un modo u otro, el hombre de la etapa, una contrarreloj al uso: más larga que un prólogo y más corta (17,4 kms.) que las de los viejos y añorados tiempos. Más bien llana, aunque con un repecho de casi dos kilómetros al 9,4% y con una rampa sostenida de unos 200 metros al 13%.
Al mozallón vallisoletano de Movistar, campeón mundial Sub-23 de la modalidad, le era favorable una etapa semejante para tratar de ganarla y/o mantener el liderato. El hombre del día, sí, tenía un par de cosas que ganar, la etapa y mantener el liderato, y un par de cosas que perder, las mismas, la etapa y el amarillo. Podía haber un término medio.
No lo hubo. Romeo perdió la etapa y el jersey. Ganar una contrarreloj con Evenepoel en escena remite al ciclismo-ficción. Pero, bueno, siempre puede ocurrir si Remco tiene un mal día, o una avería, o una caída. No ocurrió nada de eso, e Iván ni ganó la etapa ni mantuvo el liderato. No estuvo ni mal ni bien. O sea, quedó regular. Acabó en la etapa (22:16), lejos de Evenepoel (20:50) y de Vingegaard (21:11). Jorgenson hizo tercero; y Pogacar, cuarto. Pero Iván está tercero en la general a nueve segundos de Remco, nuevo líder, con Lipowitz segundo a 4". Vingegaard es quinto a 16"".Y Pogacar, octavo a 38".
La quinta etapa, 183 kms. de media montaña se presenta como el aperitivo de un aperitivo: el aperitivo del viernes, media montaña tirando a alta, y las altísimas alpinas del sábado y el domingo. En ellas se decidirá todo.
Escaños y podios. Los ciudadanos europeos votaban en sus respectivos países. Y, en Roma, donde se firmó en 1957 el Tratado constitutivo de la Comunidad Económica Europea, embrión de, en 1993, la Unión Europea, los atletas del continente se esforzaban, en sus respectivas pruebas para alcanzar sus metas. Los políticos estaban a merced de la decisión de los ciudadanos, de las urnas, para llegar a las suyas. Los deportistas dependían de sí mismos.
Dentro de la incertidumbre de toda competición, Ana Peleteiro, en su superioridad teórica, dependía especialmente de sí misma en el triple salto. Ella ganaba o ella perdía. Su mano mecía la cuna y aferraba las riendas. Las rivales estaban a sus expensas, por no decir a su merced. Ganó, pero penando un poco. Desde el primer salto pareció dejar las cosas en su sitio: 14,37, aunque batió a 21 centímetros de la tabla. Luego no hizo más que ampliar las diferencias. En el segundo, 14,46. El camino se le despejaba. Y, de pronto, la turca Tugba Danismaz, de modo insospechado, con récord nacional, se fue hasta 14,57.
Peleteiro, en el salto con el que consiguió el oro en Roma.ANNE-CHRISTINE POUJOULATAFP
Ana cambió de expresión, que mudó de serena a preocupada. Departió con Iván Pedroso. Se tambaleó su seguridad, pero no su determinación. Respondió a la turca con 14,52. Mejor, pero insuficiente. En el cuarto dio carpetazo al asunto: 14,85, a dos centímetros de su récord nacional, el del bronce olímpico. Ya campeona, el quinto intento, nulo, y el sexto, largo, pero no tanto, remataron, en conjunto, una serie espléndida. El oro se le rindió, enamorado, para proporcionar a España el metal más precioso posible, el auténticamente diferenciador. Los otros son siempre bien recibidos, pero mucho menos celebrados. Ana refuerza su moral de cara a los Juegos Olímpicos, en los que a ausencia de Yulimar Rojas abre el abanico para todas. También para Ana, que ya debe afrontar directamente, sin titubeos ni complejos, la barrera de los 15 metros, la frontera de las elegidas. A los 28 años, Ana, en su madurez, los contempla cada vez más cerca.
Entre ocho atletas en los 800 metros, la presencia de tres españoles ofrecía un prometedor cálculo de probabilidades para agarrar una medalla. Casi era imposible no acceder a, al menos, una. Fue, sí, una. De plata a cargo de Mohamed Attoui. Y quizás hubiera sido de oro si Attoui no hubiera hecho un esfuerzo extra adelantando como un poseso por el exterior, en la última curva. Corrió unos cuantos metros de más. Debería haber estado mejor colocado antes para no padecer ese esfuerzo suplementario. Pero sería injusto y absurdo reprocharle nada. Su 1:45.20 sólo se inclinó ante el 1:44.87 del francés Gabriel Tual. Álvaro de Arriba fue cuarto (1:45.64) y Adrián Ben, posiblemente perjudicado por un tropezó y un traspié al comienzo de la prueba, acabó sexto (1:46.54). Los tres defendieron con solvencia y provecho el prestigio del mediofondo español. Son dignos representantes de una larga tradición de medallas, marcas y buenos puestos.
Attaoui, entre Gabriel Tual y Catalin Tecuceanu.ANDREAS SOLAROAFP
Ana, regresamos a ella, es ahora Ana Peleteiro-Compaoré. Ha adoptado el apellido de su marido, el también triplista Benjamin Compaoré, con quien contrajo matrimonio en septiembre de 2023. Pero ha tenido la deferencia de situarlo en, digamos, segunda posición para no despistar. Generalmente, las atletas que se casan anteponen al suyo el apellido de su esposo y llaman a la confusión. Quizás más de uno ha reparado en este Campeonato en el sorprendente parecido de la vencedora en el lanzamiento de disco, la croata Sandra Elkasevic con Sandra Perkovic, bicampeoa olímpica y mundial, y siete veces europea. Son, obviamente, la misma persona. Compaoré, en justa y amorosa reciprocidad, es ahora Benjamin Compaoré-Peleteiro. El matrimonio está bien avenido.
Compaoré es un atleta francés de gran nivel, campeón europeo en 2014. Pero ya, 10 años después, a los 37, que cumplirá en agosto, en retroceso y que se clasificó con apuros para la final del martes, con 16,72. No pasó ningún apuro Jordan Díaz, imponente en su estreno con España. Después de un salto nulo, se plantó en 17,52, casi un metro más de lo que se pedía para pasar a esa final, y eso que se dejó 18 centímetros en la tabla.
Rozó su marca, con un único intento, Pedro Pablo Pichardo (17,48), el campeón olímpico, amén de otros laureles. Ambos comparten una historia. Nacieron en Cuba, pero uno se marchó-fugó a Portugal, y el otro se exilió-refugió en España. Parece que no se llevan del todo bien y se lanzaron unas pullitas que no vienen a cuento en un deporte como el atletismo. Bueno, y en ningún otro. El triple salto puede ser la prueba bendecida para España.
Por la mañana, en el medio maratón femenino, el equipo español había arrancado por un único segundo -contaban los tiempos, no los puestos- un bronce colectivo que también pesa, pero no brilla mucho viendo las posiciones. Laura Luengo, duodécima con 1:10:54, Esther Navarrete, decimotercera con 1:11:08 y Azzahraa Ouhaddou, decimocuarta con (1:11:14), puntuaron. Los hombres fueron cuartos.