El título de gran maestro (GM) de ajedrez es un título vitalicio. Aunque ya era utilizado de forma oficiosa, la FIDE (Federación Internacional de Ajedrez) no lo regularizó hasta 1950, cuando se lo concedió a 27 elegidos que tenían dos cosas en común: un dominio demostrado de los secretos del juego y el hecho de estar vivos. Lo que no ha conseguido nadie desde entonces, ni siquiera excampeones como Capablanca y Alekhine, es ser reconocidos como grandes maestros una vez muertos. Esa frontera infranqueable la acaba de traspasar Sultan Khan, una de las figuras más geniales y olvidadas del siglo XX, un muchacho que trabajaba como sirviente y que, contra todo pronóstico, acabó ganando tres campeonatos británicos de este deporte.
La Federación Internacional ha decidido reconocer por fin su figura con el título honorario de gran maestro, lo que no ha generado poca polémica en el mundo del tablero. Pero antes sepamos por qué Sultan Khan merecía semejante reconocimiento, que eso no lo duda nadie, pues su figura, revisada, resulta incuestionable.
Para saber más
Ghandi derrotó a un imperio sin permitirse ni un acto violento. Khan, que de sultán solo tenía el nombre, tampoco necesitó más armas que su ingenio y algún jaque traicionero. Casi un esclavo, su señor era Malik Sir Umar Hayat Khan Tiwana, noble y coronel del imperio que descubrió impresionado el talento para el juego de su criado. Este había nacido en 1905 en lo que hoy es Pakistán y conocía la variante local del ajedrez, sin enroques, conversiones en dama ni saltos dobles de peón, entre otras diferencias. La había aprendido, como sus nueve hermanos, gracias a su padre, líder religioso del Punyab. Hasta los veintitantos años, Sultan dedicó sus mayores esfuerzos a memorizar el Corán, lo que contradice claramente su fama de analfabeto. Es verdad que en su lengua no había libros de ajedrez, por lo que desconocía todo lo relacionado con la teoría del juego, y que como no hablaba ni leía en inglés las crónicas más colonialistas suelen considerarlo lerdo.
En este punto cabe recordar una anécdota, posiblemente falsa, que vivió en Hamburgo. Cuenta la leyenda que el jugador austriaco Hans Kmoch tenía que jugar contra él y que, como no entendía ni una palabra de su rival, le preguntó en qué lengua hablaba. «Ajedrez», respondió el paquistaní antes de derrotarlo, siempre supuestamente.
TRES CAMPEONATOS
Sin tener en cuenta su inexistente título académico, Sir Umar Hayat se lo llevó a Inglaterra y le proporcionó un par de maestros. Después de unos meses de instrucción, el joven ganó su primer campeonato británico. Fueron tres títulos en cuatro años (1929, 1931 y 1932) y otras tres participaciones como miembro del equipo olímpico de las islas, al menos una de ellas como primer tablero.
Entre las víctimas que se llevó por delante en ese periodo destaca el cubano José Raúl Capablanca, excampeón mundial y puede que el mayor talento natural que han visto los tableros. También un caballero, porque cuando se vio derrotado se puso en pie y aplaudió a su inesperado verdugo. Si el lector está interesado, no es difícil encontrar la partida.
Sultan Khan regresó después a su pueblo, donde el ajedrez y él se olvidaron mutuamente, como dos amantes regañados. Uno de los motivos fue la salud, siempre frágil desde que contrajo la malaria. Los viajes propios de la vida de ajedrecista tampoco le agradaron nunca, en una época en la que los largos desplazamientos eran esfuerzos penosos. Hasta que apareció Viswanathan Anand, medio siglo después, Khan fue el mejor jugador que ha conocido Asia, el continente donde a buen seguro se coció el ajedrez a fuego lento durante siglos.
El máximo responsable de la FIDE, Arkady Dvorkovich, ha encabezado la delegación que se reunió en Pakistán con su presidente, el doctor Arig Alvi, y con el primer ministro, Anwaar-ul-Haq Kakar. Más allá del politiqueo y de las conversaciones sobre el lanzamiento de la Iniciativa Nacional de Deportes Mentales, la Federación Internacional honró a sus anfitriones con la noticia de que Sultan Kahn recibiría el título de gran maestro honorario. Los beneficiados también serán unos seis millones de niños de 10.000 escuelas públicas de Pakistán. Dvorkovich ha prometido ayuda en la formación de los profesores necesarios. A la concesión no le han faltado críticos.
El gran maestro Jacob Aagaard, autor y entrenador de prestigio, no duda de los méritos del jugador, pero sí de las intenciones de la FIDE. «A algunos nos ha costado décadas conseguir el título degran maestro, que es la cima de nuestra carrera. Es insultante que se utilice para hacer favores políticos, aunque personalmente estoy orgulloso de ser colega del Sr. Khan».
Aagaard recuerda que Capablanca, Alekhine y Lasker no recibieron nunca el título y que en realidad hay un precedente peor: Kirsan Ilyumzhinov, antecesor de Dvorkovich, se lo regaló a Gadaffi después de jugar con él cinco minutos, aunque aquel gesto para la galería y la propaganda no tuvo mayor repercusión.
Susan Polgar, pentacampeona del mundo, reclama ahora que la siguiente en recibir el título de gran maestro sea Vera Menchik, primera campeona del mundo, que murió en los bombardeos de Londres durante la Segunda Guerra Mundial. Hay otras peticiones en curso, pero tendría su punto que Menchik y Alekhine lo consiguieran a la vez. Hay una vieja foto de 1932 en la que aparecen los dos juntos, al lado de Sultan Khan y de otros ajedrecistas de la época. En manos de la FIDE está cerrar el círculo y empezar a honrar a los muertos. De momento, ha hecho algo más práctico, que es reconocer a los vivos. Acaba de otorgar el título de GM honorario al estonio Ivo Nei, nacido en 1931 y todavía en activo, y al austriaco Andreas Dueckstein, nacido en 1927.