3-0 en el Camp Nou
Xavi Hernández repara a su equipo, prescinde de los señalados en el Bernabéu, y vence con extrema facilidad a un Villarreal que encaja tres goles en siete minutos. Lewandowski regresa a la excelencia y De Jong se exhibe como sustituto de Busquets (3-0).
El Barcelona tiene remedio porque pocos delanteros hay en el mundo como Robert Lewandowski, un futbolista que hace del gol un arte comprensible. Y porque a Frenkie de Jong, primero desubicado, después despreciado, le sobra talento para dirigir un equipo que se retuerce cada vez que piensa en el crepúsculo de Busquets. El técnico Xavi Hernández demostró que todo dogma puede ser corregido. Cuando la soga aprieta, el aire debe fluir por donde sea. Así que reparó a su equipo, llamó a la paciencia y, por fin, logró que el triunfo fuera la consecuencia, no el objetivo. [Narración y estadísticas (3-0)]
Incomprensible resultó la actitud con la que Unai Emery hizo jugar a sus jugadores. El entrenador guipuzcoano, que vivió una de las jornadas más duras de su carrera profesional cuando mandó a los jugadores del PSG al matadero del Camp Nou la noche en que Sergi Roberto obró el milagro (6-1), debió olvidar que este Barcelona llegaba malherido al encuentro. Con las manos en los bolsillos, y antes de que el Barcelona se pusiera a marcar goles como quien saca la chispa de un mechero (tres en siete minutos), se le veía de lo más conforme con su plan. No era otro que defender en los últimos 30 metros, obligando a que Jackson y Danjuma, sus delanteros, llegaran asfixiados al área de Ter Stegen cada vez que encontraron una contra. El portero se pasó hora y media silbando.
Hubo que buscar también respuestas al retroceso castellonense en la autoritaria calma de un Barcelona que Xavi Hernández reparó tirando de sentido común. Eric García, superado tantas veces en los duelos y señalado por su error en el Bernabéu, se quedó en el banco para que Marcos Alonso ejerciera de central. Al madrileño, que comenzó algo nervioso, le ayudó el temple de Koundé. A Jordi Alba, que relevó a Alejandro Balde, se le vio por fin suelto. Mientras que Ferran Torres y Ansu Fati continuaron con la buena dinámica mostrada el rato que jugaron en el clásico. Ferran se abría a la banda, y Ansu se metía por dentro. Su presencia, en cualquier caso, limitó ese fútbol caótico y de fin de trayecto de Dembélé y Raphinha, quienes acabaron pagando los últimos derrumbes (Real Madrid e Inter) de un equipo que vivió bien sin alejado de los extremos. Ambos salieron ya al final, y el brasileño aún tuvo tiempo de errar un gol.
Aunque no hubo cambio tan determinante como el de Frenkie de Jong por Sergio Busquets como mediocentro. El neerlandés robó balones, mantuvo la posición, corrió tan bien hacia atrás como hacia adelante, y, sobre todo, dio confianza a sus compañeros. Visto el despliegue de De Jong, quizá se acaben las excusas para que la presencia de Busquets sea norma, especialmente en los duelos trascendentales y de máxima exigencia.
Plasticidad, oficio, rutina
Si bien Ansu tuvo que disparar un sinfín de veces para encontrar su gol -atrapó el tercero tras corregir con la espuela un fallo sobre la línea de meta-, a Lewandowski no le hizo falta más que respirar. El gol con que el ariete abrió el partido mezcló clase, plasticidad, oficio y rutina. Una de aquellas acciones que sólo los futbolistas especiales son capaces de ejecutar sin que acaben en ridículo.
Pedri abrió la defensa del Villarreal en canal en busca de Alba. Lo que vino a continuación rayó lo sobrenatural. Lewandowski tiró al suelo a los dos centrales y al portero con un control de tacón en giro. Derribados Albiol y Pau Torres, y con el portero Rulli abrumado, el ariete sólo tuvo que marcar a puerta vacía.
Aún aplaudía el Camp Nou cuando el polaco aprovechó que Parejo no era capaz de aplacar el nirvana de Gavi. Nadie cubría a Lewandowski a su izquierda, que pudo parar el tiempo para hacer lo que le vino en gana. Un par de toques fueron el preámbulo de una caricia al balón, que no dejó de girar hasta colarse por la escuadra. Ha marcado el ex delantero del Bayern 16 de los 31 goles del Barcelona esta temporada. La buenaventura del equipo sigue bien atada a sus botas. Ansu, inmediatamente después, zanjó el asunto después de que Ferran Torres se gustara con un par de quiebros.
Hecho el trabajo, ya podía Emery ponerse a buscar respuestas en el banquillo. Ni cambió la dinámica, ni sus nuevas piezas aprovecharon que los azulgrana comenzaran a reducir marchas hasta detenerse.
Piqué salió en el ocaso para escuchar los pitos de su hinchada. El Camp Nou se hartó de mirar atrás.