En el repaso de la carrera de Novak Djokovic, siempre exitosa, también controvertida, quizá quede que se marchó abucheado del Grand Slam que más dominó, el Open de Australia. Si en Wimbledon se venera a Roger Federer y Roland Garros ha convertido a Rafa Nadal en un mito propio, el serbio nunca ha llegado a ser muy querido en Melbourne más allá de la numerosa afición serbia. Este viernes, en sus semifinales ante Alexander Zverev, esa animadversión se convirtió en ruido.
Djokovic tuvo que retirarse al final del primer set por la rotura en el aductor izquierdo que arrastraba desde los cuartos ante Carlos Alcaraz y, al hacerlo, recibió una sonora pitada. Hasta entonces lo había intentado todo, había peleado por llevarse ese primer set al tie-break, lo había alargado hasta la hora y 21 minutos, pero después de perderlo por 7-6(5) decidió que era mejor dejarlo.
“No silbéis a un jugador cuando se retira por una lesión, por favor. Sé que habéis pagado, pero es que Djokovic ha dado todo por el tenis durante 25 años. Ha ganado este título con una rotura en el muslo y en el abdominal. Mostrar un poco de amor hacia él”, le defendió Zverev mientras Djokovic se alejaba por el túnel de vestuarios. La entrada más barata para la semifinal rondaba los 350 euros y el mosqueo del público era comprensible, pero fue extraño la protesta contra quien allí fue campeón hasta en 10 ocasiones.
Una posible retirada
Djokovic, que en partidos anteriores se había encarado con la grada, esta vez sólo realizó un saludo y se fue sin más. Luego, en rueda de prensa, reconoció que le dolía “demasiado” y que esta vez no podía disimularlo, como sí hizo dos años atrás con una lesión parecida. “En cuartos sufrí una rotura muscular. Hace dos años lo gestioné mejor y en la pista no me molestó tanto. Esta vez no ha sido el caso”, aseguro Djokovic.
«Cuando llegué a la Asobal, a un equipo profesional, veía mi peso y el peso de mis compañeros y pensaba: 'Aquí algo falla'», confiesa Pablo Castro, actual jugador del Anaitasuna de Pamplona, concretamente pivote, con todo lo que conlleva. Los pivotes del balonmano son históricamente grandes, muy grandes, pero él lo era demasiado. Hace 10 años, cuando debutó en la primera división española con su equipo de toda la vida, el Balonmano Cangas, pesaba 135 kilos y le registraron un porcentaje de masa grasa de un 33%. Su índice de masa corporal (IMC) era 36, es decir, clínicamente padecía obesidad grado II. Era un deportista profesional, entrenaba a diario, pero tenía los valores de una persona enferma. «Ahí di el primer paso. Era un chaval de 18 años, pero ya tenía dolores en todas las articulaciones y me costaba muchísimo recuperarme de un sprint. Me estaba jugando la salud», recuerda.
Esta es la historia de una transformación física con todas las de la ley. Aquí no hay dietas de moda ni ejercicios quemagrasas ni medicamentos milagrosos: hay años de trabajo y autocontrol para ir mejorando hasta llegar a su cuerpo actual. Ahora pesa 102 kilos y apenas tiene un 10% de masa grasa.
¿Cómo lo ha hecho?
En mi casa siempre comí muy bien, fruta, verduras, legumbres, pescado. Mi problema era la cantidad, que comía muchísimo, y sobre todo los picoteos. Iba a dar una vuelta con mis amigos y picaba unas patatas aquí, unas croquetas allá. Cuando empecé a hacer las cosas mejor, bajé rápido de peso, pero estuve años haciendo rebotes. Al final lo mejor es ponerte en manos de un profesional».
Castro, años atrás, con el Cangas.RAÚL FONSECA
Hoy en día, en Anaitasuna, sigue los consejos del nutricionista Javier Angulo y de su compañero Pablo Itoiz, central y estudiante de Nutrición. Entre los cambios que ha realizado, por ejemplo, reservar la pasta o el arroz a la recuperación de un partido o de un entrenamiento y nunca comer en días de descanso. Reducir las meriendas a un té o, como mucho, unas almendras, un kéfir o una lata de conservas. Y, por supuesto, alejarse totalmente del alcohol, de las harinas procesadas, especialmente de las galletas, otrora una perdición, y de los postres azucarados.
Desde pequeño, Castro era muy alto y no sólo destacó en el balonmano, fue una promesa del atletismo. Como lanzador de peso, estaba entre los mejores adolescentes de España, rozaba los 17 metros, ya competía en la Liga de clubes por el Celta. Pero el deporte precisamente le exigía que se hiciera más grande, y más grande, y más grande y aquello no le convencía. «A los 17 años hubo un momento en el que tuve que elegir entre el atletismo y el balonmano y no me veía ganando más peso. Entonces ya pesaba esos 135 kilos, pero tenía que llegar a 150 o 160 kilos para poder competir a nivel internacional y me parecía insostenible. ¿Cómo sería mi salud a los 30 años?¿Y a los 40? Me dio miedo y me eché para atrás. Me encantaba el atletismo, siempre será mi pasión, pero me exigía demasiado. De ahí empezó a salir mi idea de que necesitaba perder peso, cambiar mi cuerpo, y lo vi claro cuando pasé al primer equipo del Cangas», rememora después de una temporada complicada.
Una temporada complicada
El pasado domingo, en la última jornada de la Asobal, su Anaitasuna descendió a la División de Honor Plata, la segunda división española, pese a su victoria ante el Cangas. El triunfo del Huesca ante el Villa de Aranda les condenó después de una temporada muy irregular. El equipo navarro ascendió hace 14 años y llegó a jugar dos veces en Europa, pero este curso tenía una plantilla muy joven y lo pagó. Pese a ello, Castro, que siempre había sido un especialista defensivo, sorprendió en ataque con 10 goles.
«Me tuve que adaptar a jugar con menos kilos. Noté que los rivales me movían con más facilidad, pero también que era mucho más ágil y, sobre todo, que aguantaba mucho más. Antes me cambiaban después de defender y en el banquillo me costaba respirar. Ahora puedo encadenar defensa y ataque que, al fin y al cabo, es lo que pide el balonmano actual. Con mi cuerpo de antes no hubiera durado muchos años en la élite», finaliza quien ya estuvo en la segunda división española con el Eivissa y el Novás de Pontevedra y que ahora volverá para ayudar al Anaitasuna a volver a su lugar. Lo hará, en todo caso, con un físico preparado para la competición, lejos, muy lejos de la obesidad.