Desde 1992, el fútbol ha ido agigantando sus pasos para convertirse en una industria. La conversión de los clubes en sociedades anónimas deportivas en España y la creación de la Premier League en Inglaterra fueron dos ejemplos de espaldarazo para un negocio que empezó a entender que su crecimiento empresarial, y por tanto sus ingresos, estaban más allá de sus fronteras territoriales, de la comunidad que llenaba sus estadios. El impulso de los derechos televisivos abrió la puerta a un mercado global que ha hecho que los clubes vayan dejando de depender de su entorno más próximo. En este deporte de masas se instala la misma lógica industrial que en el mercado inmobiliario y en el comercio. Ante la gentrificación y la pérdida de la identidad local, el fútbol, según recoge el periodista y publicista Vicent Molins en su libro Club a la fuga (Barlin Libros), empieza a actuar “como el canario en la mina”: barrios sin vecinos y el fin de la identificación club-ciudad.
“El vínculo entre el equipo y la ciudad se ha roto porque el club ya no se nutre económicamente de su entorno. Igual que hubo ciudades que pasaron a ser globales, como las definió en 1992 la socióloga Saskia Sassen, al servicio del poder económico, cuyas viviendas son para turistas o están dominadas por fondos inmobiliarios, con los comercios tradicionales cediendo su espacio a las franquicias, la dinámica en los clubes de fútbol es similar. No necesitan a sus aficionados locales porque acumulan su energía más allá“, explica Molins.
De los abonos como sustento del presupuesto a principios de los 2000 a los ingresos que no dependen de la ubicación: desde los derechos de televisión hasta llegar a las inversiones casi sin control de los clubes-estado. Una globalidad a la que sólo alcanzan unos pocos mientras que el resto intentan subirse a un tren que los desnaturaliza. ¿De dónde viene esta desconexión? “El fenómeno no afecta sólo a LaLiga. Lo vimos primero en la Premier y ahora se extiende en la Serie A italiana”, reflexiona el periodista.
Del presidente-alcalde a la inmunodepresión’
En ese proceso hay tres etapas clave. La primera arranca en 1992 con la conversión de los clubes en SAD. Todos excepto Real Madrid, Barcelona, Athletic y Osasuna pasaron a tener dueños. Empresarios locales como Ruiz de Lopera, Jesús Gil, Paco Roig o Augusto César Lendoiro, “que acumularon tanta fuerza social como un alcalde”, explica Molins, y utilizaron los clubes como ascensores social, en algunos casos hasta político, pero que acabaron cayendo ante la llegada de una segunda generación más especuladora, muchos al calor de la propia industrialización del fútbol o del ladrillo. Esos sucumbieron en buena parte en 2014 dejando concursos de acreedores. La mitad de las SAD que compiten en categoría profesional a día de hoy han pasado por un concurso en las últimas dos décadas.
“Las élites locales no estuvieron al nivel o bien porque aprovecharon para especular o bien porque fueron negligentes y dejaron clubes inmunodeprimidos”. En otras palabras, eran sociedades colapsadas, perfectas para fondos de inversión y conglomerados internacionales que buscaban el beneficio en un negocio emergente. “Empiezan a ser átomos en mitad de una constelación empresarial”, recoge Molins en su libro.
Como ocurrió con Arsenal, Manchester United, Chelsea o Liverpool hace tres décadas, en España fueron cayendo en manos de empresarios extranjeros históricos como Valencia, Espanyol, Mallorca, Valladolid, Sporting o Zaragoza. Antes hubo experiencias muy negativas en el Alavés y Racing de Santander, con Dimitri Piterman y Ahsan Ali Syed, que salvaron sus comunidades locales, aún vigorosas.
Pero fue a partir de la compra del Valencia en 2014 cuando todo se aceleró. El equipo valenciano es el paradigma de desconexión club-comunidad local. Hoy, el 33% de los equipos españoles en Primera y Segunda están en manos extranjeras, y algunos más, como el Atlético de Madrid, con una alta participación de fondos de inversión en sus accionariados.
En la Premier, el 95% de los clubes pertenecen a conglomerados empresariales extranjeros y la lista no deja de crecer. En Italia, el Inter de Milan es propiedad del gigante de tiendas de electrodomésticos chino Suning, que lo acaba de poner en venta tras habérselo adquirido al empresario de Indonesia Erick Thohir, accionista también del equipo de fútbol norteamericano D.C. United y los Philadelphia 76ers de la NBA. El AC Milan pasó a formar parte de Elliot, uno de los más conocidos fondos buitre americanos, que lo acaban de vender a RedBird Capital, minoritario en el Liverpool, por 1.200 millones tras ganar el ‘Scudetto’. El Atalanta acaba de ser adquirido por otro fondo, Bain Capital, copropietario de los Celtics.
“El problema no es el origen de la propiedad”, reflexiona Molins, “es el tipo de relación con el club que tiene esa propiedad: si lo utiliza como un soporte de especulación, con lo cual genera economías extractivas y aplica la energía a otra parte de su holding; o si de verdad la propiedad se vincula a un club y quiere generar un modelo”. Si opta por lo primero, el propietario preferirá “fans circunstanciales en lugar de aficionados fieles”. “No necesita a la ciudad ni el entorno, es mejor un espacio digitalizado, un limbo. No es de extrañar que se proponga tanto jugar en sedes neutrales, en Miami o en Arabia. Por primera vez, se puede”, asegura. “Eso tiene una trampa: solo le puede ir bien a los 6 o 7 clubes que de verdad son marcas globales. El resto, en realidad, lo que hacen es mentirse”, advierte Molins.
Equipos ‘alfa’ y ‘buitreados’
No todos, aunque quieran, pueden. Esta inversión en el fútbol ha dado lugar a “clubes alpha” como el Manchester City, liderado el City Football Group, con otra media docena de equipos en el mundo, o el PSG de Al-Khelaifi. Incluso el Chelsea de Abramovich. Globalizados y existosos. Esa estela de sumar el fútbol a sus negocios deportivos la siguen empresas como Red Bull con el Leizpig y el Salzburgo.
Pero también a “clubes fake”, aquellos en los que la llegada de nuevo capital no permite subirse al tren de la élite, pero tampoco cuidan a su comunidad local, o “clubes buitreados”. Le ocurrió al Blackburn Rovers, campeón de la Premier en temporada 94/95 con Alan Shearer como estrella, pero que pasó de manos de un empresario del metal local, Jack Walker, a ser comprado en 2010 por el conglomerado indio VH, dedicado a la cría avícola. En 2011 descendió tras 72 años en la élite y 11 años después aún pelea por volver.
El ejemplo perfecto en LaLiga es el Valencia, cuya afición ha llegado a vaciar el campo como protesta por la gestión de Peter Lim. “Cuando eso ocurre puedes aporrear la puerta, pero no hay nadie detrás. Están condenados a que cuando el propietario se canse, se marche o haya otra compra. Otra ruleta rusa”.
La resistencia, Superliga y regularización
La desvinculación de los equipos con sus comunidades locales no es un movimiento que no haya encontrado resistencia, sobre todo ante modelos que no son de éxito. Resistencia hubo en los 90 cuando la afición de Manchester United evitó que el club acabara en manos de Rupert Murdoch. También en Vitoria y Santander. Incluso al Fundación del Levante UD, máxima accionista del club, dijo no la venta al fondo inversor de Robert Sarver, dueño de los Phoenix Suns de la NBA, que acabó adquiriendo el Mallorca.
Sin embargo, cada vez es más costosa porque a la dinámica de deslocalización empresarial se han sumado todos, hasta los equipos que han esquivado tener un máximo accionista como el Real Madrid y el Barcelona. Un ejemplo es el intento fallido de Superliga. “Florentino y Agnelli no hacen más que imponer una lógica empresarial”, dice Molins. Y ante esto, la receta del periodista es la misma que aplicaría para acabar con la airbnbización de las ciudades: “Regulación”.
En un momento en que estaba en revisión la Ley del Deporte, FASFE, la federación de asociaciones de aficionados, socios y accionistas minoritarios, solicitaba que los grupos políticos miraran al ejemplo inglés, que reflexionó tras el intento de Superliga. La comisión creada por el Gobierno bajo el mandato de Boris Johnson proponía la creación de un regulador independiente, por encima de Premier y Federación, que vetara competiciones supranacionales pero que también incluía el derecho de veto de los aficionados en decisiones clave del club y el acceso de consejeros independientes a propuesta de los aficionados con una labor fiscalizadora.
En España, esta misma semana hemos sabido que la nueva Ley no trae consigo ninguna medida anti-Superliga y que la reclamación del consejero independiente de la afición, aunque aceptada, queda pendiente de regular en un reglamento posterior.
FASFE entiende que esta Ley no mejora la de 1990 en la que, en su opinión, “se confiscó el fútbol a los aficionados”. Por eso es una de las asociaciones que respalda la Iniciativa Ciudadana Europea Win It On The Pitch (Gánalo en el campo) para solicitar a la Comisión Europea que legisle para proteger el modelo de fútbol europeo, su valor social y el derecho de los aficionados a participar “en todos los debates y las decisiones sobre el futuro del deporte europeo a largo plazo”. Del millón de firmas necesarias lleva recogidas 3.483, la mayoría en Francia, España y Alemania.