Doblete de drama y éxtasis de Remco Evenepoel: se exhibe en París y gana el oro también en ruta
Fue monumental, como las calles de París que trituró, Remco Evenepoel desencadenado, implacable, campeonísimo. Dramático también, porque a su película le faltaba un giro de guion, un pinchazo a falta de cuatro kilómetros cuando ya paladeaba en solitario el triunfo. Los gritos, la desesperación, el cambio veloz de bicicleta. Y el alivio después. Se recordará al belga feroz, su foto con la Torre Eiffel de fondo, ya uno de los grandes nombres propios de estos Juegos Olímpicos. Porque hizo lo que nadie. En el Trocadero alzó los brazos, primero en la historia en ganar en ruta y contrarreloj.
Tan decidido que nadie lo mereció como él. En una prueba sin dueño, con selecciones que, como máximo, pueden contar con cuatro piezas, Remco sabía que su apuesta debía llegar desde bien lejos. Que en las tres subidas finales al empedrado Montmartre, que resultaron un precioso homenaje al ciclismo, era el terreno de los matadores, Mathieu Van der Poel y Wout van Aert. Con eso contaba Evenepoel y también con la táctica belga, que salió a la perfección. Le escoltaron en el podio dos franceses, en esta borrachera de medallas patria.
Laurent Madouas, aprovechando la rueda del ciclón belga cuando resistía de una de las escapadas. Y Christophe Laporte, que ganó el sprint de todos los demás, de los que fueron frustrados por el poderío de Remco. Entre ellos los tres españoles, tímidos todo el día. El mejor fue Alex Aranburu (18º), después Juan Ayuso (22º) y Oier Lazkano (35º).
Los más de 270 kilómetros, plagados de tachuelas como rejones para los ciclistas, en un día no tan caluroso en París, fueron un calma chicha, un in crescendo de tensión mientras el pelotón se arrimaba al precioso circuito por la capital de Francia, por el corazón de los Juegos. Tras la típica escapada exótica, que llegó a gozar de más de 15 minutos, fue el siempre inquieto Ben Healy el que se aventuró junto a Lutsenko.
Pero los fuegos artificiales ya los avanzó Evenepoel a la entrada del circuito parisino. Él fue el primero en disparar. Después se formó un peligroso grupito de siete se intercaló entre Healy y el resto, y Thijs Benoot, en una labor infatigable, trató de poner algo de orden. Pero, cuando llegó la primera ascensión a Montmartre, con las calles abarrotadas y el pavé como elemento inquietante, llegó la primera explosión de Van der Poel. Como un cohete, tan agresivo, tan espectacular. Y, sin embargo, no iba a tener resquicio.
Porque a su rueda Van Aert, toda la vida pegados, cómo no lo iban a estar en unos Juegos. Y esa labor secante iba a ser oro para los belgas, controlado el principal rival. Un poco después llegó el zarpazo definitivo de Remco, que engulló, uno por uno, a todos los que iban por delante. Y nadie le pudo seguir en las siguientes ascensiones. Madouas fue el último y tuvo un premio de plata.
Todo tan perfecto... Que parecía mentira cuando Evenepoel alzó los brazos, ya viendo la Torre Eiffel al fondo. Parecía festejar y lo que pedía era auxilio, la avería, el drama. El cambio fue tan fugaz que pudo recomponerse y respirar. Al poco ya estaba celebrando, mientras rugían las masas. Cruzó la línea de meta, descabalgo y posó para la foto de su vida. Remco, tercero en el pasado Tour, es único, también el oro más joven desde que los profesionales participan.