Unicaja 81 Real Madrid 88
Los blancos sufrieron ante el corajudo equipo de Ibon Navarro, pero lograron resolver en el último cuarto con la actuación decisiva del argentino, MVP en su vuelta
El Real Madrid de los buenos amaneceres, el que empieza los cursos ya con una alegría, la Supercopa Endesa como tradición. Son seis consecutivas, 10 en total, síntoma del permanente compromiso del equipo con el éxito. El menor trofeo oficial del curso, incomparable con el resto, pero otra muesca en el palmarés. El Unicaja fue un rival digno en una final que los de Chus Mateo tuvieron que ganar dos veces. Facundo Campazzo, en su vuelta, logró el MVP, su tercero en este torneo, en su querida Murcia. [81-88: Narración y estadísticas]
Tuvo que sufrirlo el Madrid, casi más que el sábado ante el Barça. Tuvo que contrarrestar el ímpetu de Unicaja, que se levantó de su primera mala mitad, que remontó y no se dio por vencido hasta que en la recta de meta ya no le quedaron fuerzas. Energías para contener el golpe final de Campazzo. En ese tramo decisivo, el argentino asumió la responsabilidad y encontró a Poirier en la pintura. Esta vez los blancos fluyeron mejor son el francés que con Tavares.
Por un momento, la final inédita pareció que iba a resultar un triunfo por aplastamiento, desde el dominio físico y el control defensivo de un Madrid que desde bien temprano pareció sentirse superior. Apenas se recobró de los tres triples seguidos de Kendrick Perry en el amanecer, impuso su ley. Acelerando según iba incorporando piezas desde el banquillo, Musa y Hezonja entonados, siguiendo el plan de Chus Mateo y con sólo el lastre de los tiros libres como mácula a una primera mitad casi impecable.
Sobre aviso estaban los blancos, aquella Copa que el Unicaja levantó en Badalona, sorprendiendo a Barça y Madrid, un recital de amor propio y baloncesto valiente. Que de nuevo intentó Ibon Navarro, con ritmo y agresividad, intentando sacar a Tavares de la zona y buscando las transiciones permanentemente. Pero sus ausencias en la pintura son demasiado para hacer frente al arsenal del rival. Sin Lima, Kravish ni Yankuba Sima; con minutos para el canterano Badji…
El primer arreon del Madrid lo asestó el Chacho desde el banquillo, buscando y encontrando cómplices, inyectando una marcha más a la tarde en Murcia. En esas primeras ventajas significativas coincidió en pista el trío eterno blanco, Sergio Rodríguez, Llull y Rudy. Pero fue la vuelta de Campazzo y su recital particular la que ya trastabilló por completo a Unicaja, que llegó al descanso pidiendo la hora, con apenas 14 puntos en el segundo acto.
Pero tiene algo este equipo que engrandece desde el banquillo la labor de Navarro. Una competitividad que le hace especial, que le impide rendirse. Lejos de tirar la toalla, el Unicaja regresó del descanso enrabietado. Un plus más de agresividad, de velocidad. Will Thomas como si fuera un juvenil, Osetkowski peleando bajo los aros y haciendo correr a Tavares, exhausto. Por momentos, el Madrid, tan poderoso hace nada, se tambaleaba. Hasta el punto que los malagueños llegaron a igualar (54-54), un parcial de 21-5 desde que volvieran de vestuarios.
Así que al Madrid no le quedó otra que pulsar F5. Y para volver a empezar fue clave el 0-7, con triple de Campazzo, para entrar con ventaja al acto final, ya un toma y daca. Un combate sin guardias. Y ahí, en ese frenesí, al Unicaja, que se llegó a ver por delante, le empezó a pasar factura el esfuerzo, las bajas. Y la experiencia del rival cuando lo que hay en juego es un título.
Otro parcial para el Madrid, un 0-11 con Campazzo eléctrico, ya fue la puntilla a un Unicaja que luchó hasta la orilla, pero que no pudo levantar la que hubiera sido la primera Supercopa de su historia.