Baloncesto: Australia, con aroma de venganza, acaba con una España flojísima que complica su camino en los Juegos

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Si el camino ya era tan espinoso que asustaba, España se empeñó en hacerlo más impracticable. En el Pierre Mauroy en el que hace nueve años Pau Gasol se elevó a los cielos del baloncesto, la selección fue un equipo sin alma, despedazada por Australia con aroma de venganza. De principio a fin, sensación de desidia, apenas Aldama y Llull encendidos, y una derrota que obliga al más difícil todavía para soñar con los cuartos de final, ya en París.

Nadie pudo parar a Josh Giddey y Jock Landale dominó totalmente la pintura. Pero el hombre era Patty Mills, siempre tan diablo, tan imparable incluso en las derrotas pasadas, el rostro de las cuentas saldadas. Una segunda parte extraordinaria a sus casi 36 años, pasando por encima de una España que pagó su mal inicio y trató de reaccionar a arreones, mal en el rebote y con un desaparecido Lorenzo Brown. Sin él, tocado en un pie estos días atrás, la selección es poca cosa en un escaparate como el olímpico.

España amaneció olímpicamente mal, desenfocada y con una extraña flojera defensiva. Como si toda la presión de llegar hasta los Juegos, hasta esa Lille de tan buenos recuerdos pasados y de tan mal presente (lejos de la inauguración, la Villa…), hubiera desconectado sus mecanismos competitivos. Como si el madrugón les hubiera sentando mal. Porque enfrente había un rival que no olvida las afrentas pretéritas, esa semifinal mundialista en Pekín, ese partido por el bronce en Río, siempre en la agonía a favor de los de Scariolo.

En cinco minuto había una losa encima (18-7). Danzaba Australia pese a la baja de Dante Exum, al ritmo de Giddey, tan elegante, esta vez también efectivo desde el perímetro. Willy no se enteraba de nada en ninguno de los dos aros y cuando entró Garuba para poner orden defensivamente, lo hizo tan excitado que se enzarzó en un rifirrafe con los aussies. 31 puntos encajados en el primer cuarto de los Juegos fue una carta de presentación horrible, pues es la defensa el único pilar desde el que construye esta España. Aunque todo iba a mejorar un poco.

Fue gracias a los triples de Llull, como lluvia en el desierto. Tan decidido siempre. Tres casi consecutivos reengancharon a España al duelo (31-27), pero ese bonita inercia quedó pronto interrumpida, de nuevo líos con Garuba y un Giddey entonadísimo. Él y Landale en la pintura destrozaban a una España que ahora se refugiaba en Santi Aldama. Una canasta final de Lorenzo Brown resultó un alivio (49-42).

Otro paso adelante tras el descanso, cuando incluso España se puso por delante con otro triple de Aldama (54-56). Ahí pareció que… Porque Giddey era algo menos y Willy había despertado. Pero no hubo forma, porque no resistió la selección en ese trance, desplumada en el rebote ofensivo y ya de nuevo a remolque. La segunda unidad tampoco era efectiva y a falta de cuatro minutos todo parecía quebrado. Los dos triples finales de Australia fueron, además, una puñalada para el basket-average.

kpd