Paula Badosa volvió a brillar en la segunda ronda del Abierto de Australia al imponerse con facilidad a la rusa Anastasia Pavlyuchenkova por 6-2 y 6-3 tras una hora y doce minutos, en un choque que tuvo que ser atrasado por la lluvia matutina.
Su rival en la próxima ronda será la estadounidense Amanda Anisimova después de que superara a la argentina Nadia Podoroska por un firme 6-2 y 6-3.
La catalana repitió victoria en la pista 6, también conocida en Melbourne Park como la pista del bar porque la organización del evento decidió establecer un moderno establecimiento de copas con dos plantas en uno de los laterales de la pista, situación que provoca una distracción extra para las tenistas.
Volvió a disimular a la perfección que estuvo prácticamente toda la temporada pasada fuera del circuito por una grave lesión de espalda y acabó el duelo con un 83% de puntos con primeros servicio y sin conceder ningún juego al saque.
La gerundense mostró sus preocupaciones en la última rueda de prensa porque la recuperación en los días de competición es más larga que de costumbre, como consecuencia del largo periodo de inactividad, pero su excelente trabajo de pies e intensidad volvió a maravillar al público australiano.
Para saber más
Sus 31 golpes ganadores y tan sólo 13 errores no forzados dan pistas que la española nacida en Nueva York no perdió el tiempo durante la pretemporada porque, tal y como desveló ella en rueda de prensa, quiere volver a la parte más privilegiada de la lista WTA.
Nunca se enfrentó a su próxima rival, la estadounidense Anisimova, quien también regresó de la mejor manera posible al circuito después de un extenso periodo apartada del circuito.
Anisimova superó en la primera ronda a la cabeza de serie rusa Liudmila Samsonova (13) por 6-3 y 6-4, y en la segunda ronda a la única esperanza argentina Podoroska.
En el caso de superar a la estadounidense, Badosa podría cruzarse en una hipotética cuarta ronda con una de sus mejores amigas del circuito y vigente campeona, la bielorrusa Aryna Sabalenka.
"Mucha gente no quiere escucharlo, pero las mujeres y el ajedrez no encajan. Lo siento, están indefensas frente a un hombre. Es pura lógica". Garry Kasparov no anduvo fino cuando respondió así en una entrevista para Playboy, pero aún no conocía a las hermanas Polgar. Judit, la menor, llegó al top 10 masculino, pero fue Susan, la mayor, quien allanó el camino, rompió el muro comunista y destrozó el techo de cristal. Si no llegó aún más lejos fue porque se lo impidieron por todos los medios.
Llama la atención la escasez de resentimiento en Rebel Queen (Grand Central Publishing), el libro de memorias que acaba de publicar Susan Polgar, de momento no traducido al castellano. El subtítulo, La Guerra Fría, la misoginia y la creación de un gran maestro, no basta para condensar la sucesión de zancadillas y traiciones, la mayoría de fuego amigo.
Todo empezó cuando dos estudiantes de Magisterio acordaron el experimento Polgar. Laszlo convenció a Klara para probar que los genios se fabrican y, dentro de la pequeña muestra, logró un éxito tremendo: tres de tres. Sofía, la mediana, fue la única que luego eligió el arte, aunque pudo ser la mejor, como demostró en 1989 en el llamado saqueo de Roma. Un año antes, en otro asalto épico, las hermanitas arrebataron el oro olímpico a las soviéticas, hasta entonces invencibles. Tenían 12, 14 y 19 años.
Zsuzsa (Budapest, 1969) fue la prueba piloto, con el ajedrez y las matemáticas como materias centrales, sin descuidar el resto, donde siempre iba por delante de su curso. La jugadora habla siete idiomas, por ejemplo, pero el Gobierno se oponía a la educación a distancia.
Tampoco le permitían jugar torneos masculinos y, como castigo a su rebeldía, le negaron el pasaporte azul, imprescindible para viajar. Susan, cuyos cuatro abuelos conocieron el horror de Auschwitz, asegura que se enfrentaba a un régimen hostil, a la prensa de su país y al odio antisemita. Tenía cuatro años cuando visitó su primer club, en Budapest. "Creo que os sorprenderá", insistía su padre ante las burlas. En cuanto la sentaron frente al tablero, todo cobró sentido. Entendió por qué en ajedrez no importa la edad, el sexo o el color de piel y se sintió "especial y poderosa".
Portada del libro.E.M.
En sus primeros torneos, Susan solía acabar invicta frente a rivales de cualquier edad. Ni siquiera se molestaba cuando los chicos no sabían perder, pero no esperaba el siguiente mazazo. La Federación exigió que dejaran de hacer "lo que estuvieran haciendo" y el país entero cuestionó el experimento. La prensa denunciaba el abuso infantil. "Cualquier cosa, menos quitarme el ajedrez", suspiraba la chiquilla. Cuando arrasó en el torneo escolar de Budapest, no la dejaron participar en el nacional y amenazaron a su padre con tirarlo por las escaleras, quitarle la custodia o llevarlo a la cárcel. "Hungría era aún una dictadura comunista, donde ser excepcional iba contra los principios básicos. Nadie podía recibir un trato especial, menos aún una niña judía", dice la protagonista.
En su primera salida al extranjero, con 12 años, sufrió un intento de ataque sexual, durante el Europeo sub'21, en Yugoslavia. El trauma dejó huella, pero ese año ganó el Mundial sub' 16 en Inglaterra. De vuelta a casa, su madre tuvo problemas laborales y la prensa seguía implacable. Era "un boicot soterrado, al estilo comunista". Un ejemplo: para lograr el título de GM femenina, hacen falta tres "normas" o grandes resultados. Logró siete, pero la federación siempre "olvidaba" enviar los datos.
Su padre se borró del Partido Comunista, algo delicado para un profesor. "Fue el acto más puro de coraje que he visto nunca", escribe su hija con admiración. En esa época empiezan a recibir amenazas en el buzón y sus amigos no entienden por qué ella no transige con los torneos femeninos. Prisionera tras el telón de acero, solo podía estudiar. Sus padres empiezan a invitar a casa a maestros extranjeros, en un apartamento de 60 metros que parecía el camarote de los Hermanos Marx.
La Federación húngara dio otra vuelta de tuerca y pidió a la FIDE que quitaran a su jugadora el Elo, obtenido "de forma ilícita". Lo cierto es que era muy alto. Con 15 años, Susan igualó a la sueca Pia Cramling en el número uno. La FIDE decide no mucho después algo insólito: regalar 100 puntos Elo al resto de jugadoras. "La URSS no podía tolerar que una niña superara a la campeona mundial, Maia Chiburdanidze", escribe.
La liberación
Además del pasaporte azul, le negaron jugar en Hungría, sin prever que el resto del mundo empezaría a preguntar. Al final, Zsuzsa volvió a viajar. Cambió su nombre para evitar errores y de país por motivos más serios, tanto que recibió nuevas amenazas. El ajedrez femenino estadounidense logró así sus primeras medallas, gracias a una jugadora que tenía todos los títulos posibles: la triple corona y el de Gran Maestro absoluto. El libro desvela incluso detalles de su vida sentimental, algo rarísimo en las autobiografías de ajedrecistas.
El golpe más duro fue quizá cuando le prohibieron jugar la fase previa del Mundial "masculino". Tenía 17 años y era la primera mujer que se clasificaba. Una de sus abuelas, recuerden que pasó por Auschwitz, logró sacarla del pozo: "¿Crees que esto es duro? Tú no sabes lo que es duro". "El ajedrez profesional sigue siendo un club de hombres, pero despejé el camino a mis hermanas y logré que fuera un poco más fácil para otras chicas", resume esta jugadora de leyenda. Su carácter se resume en su actitud hacia Bobby Fischer, a quien los Polgar dieron cobijo, pese a su antisemitismo y machismo: "Las mujeres son débiles y estúpidas. Ninguna puede derrotarme ni con un caballo de ventaja", dijo mal día. "¿Todavía crees eso?", le preguntó Susan, solo para darse el gusto de escucharlo rectificar.
«¿Cuál es el sentido de nuestra existencia?», se pregunta Paulina Pérez Buforn, lateral y extremo de España en el hotel de concentración de Basilea, antes del debut de la selección este jueves en el Europeo ante Portugal (18.00 horas, TDP). Está leyendo 'Criaturas efímeras', un libro de Mauro Bonazzi sobre cómo los pensadores griegos abordaron la certeza de la propia muerte y lo explica a sus compañeras.
«A la gente le sorprendería, mantenemos conversaciones muy interesantes. Quizá no hablamos del Ethos como tal, pero sí reflexionamos sobre quienes somos, cómo nos sentimos, por qué nos sentimos así, qué significado tiene la vida que llevamos... A mí me encanta hablar y creo que doy vidilla. En algunos equipos me han llamado empollona y lo acepto, pero de vez en cuando lo que explico puede ser interesante», asegura Pérez Buforn, lectora voraz, licenciada en Derecho, estudiante de Políticas y de un máster de Abogacía, representante sindical de todas las jugadoras de balonmano en España y parte del cambio en la selección.
Una plantilla diferente
Los Juegos Olímpicos de París fueron un desastre absoluto, cinco derrotas en cinco partidos, el equipo necesitaba una revolución y ya ha llegado. Sólo cuatro meses después, en este Europeo hay 11 caras nuevas -más de la mitad de la plantilla- y Pérez Buforn es una de ellas. «Hablamos de lo que pasó en los Juegos con naturalidad, intentando sacar las cosas positivas que hubo. Como ha habido muchos cambios, no lo sentimos como un manto pesado, no notamos esa carga», reconoce Pérez que estuvo a un paso de ser olímpica, pero fue el último descarte del seleccionador, Ambrós Martín.
¿Cómo lo vivió?
Fue complicado, no puedo negarlo. Tengo un gran recuerdo de la preparación, estuve muy concentrada, y luego me costó porque puedo ser muy competitiva. Pero entendí que era la decisión del cuerpo técnico y que quizá era lo mejor para el grupo. Me fui a casa con mi familia y eso me ayudó. Con mi psicóloga trabajo mucho aquello de no intentar controlar lo que no depende de ti.
Pérez Buforn nació en Ibiza, en Puig d'en Valls, un pueblo en la periferia de la ciudad, y a los 18 años parecía que tenía que abandonar el balonmano: llevaba toda la vida en el mismo club y se mudaba a Barcelona para estudiar Derecho. «Nunca pensé que podía dedicarme a esto. Pero me llamó el Granollers para jugar allí y pensé que era posible, que podía compaginarlo con los estudios. Luego fui a Baracaldo, a A Guarda, lo intenté en Francia y ahora estoy en Porriño, que ya es como mi casa. Estoy encantada, llegué a un club que luchaba por la permanencia y ahora estamos en Europa», cuenta la jugadora, que en Francia vivió la desilusión de su carrera.
Lucha por los derechos
Llegaba a la mejor liga del mundo, al Fleury Loiret, un club que fue campeón en 2015, y en pocos meses padeció su disolución por las deudas. Reconoce que lo pasó «fatal», pero que también le sirvió de aprendizaje como jugadora y como jurista.
Porque pese a que tiene 27 años ya lleva tiempo como responsable jurídica de la Asociación de Mujeres de Balonmano (AMBM). Si una jugadora tiene un problema con su club, acude a ella en busca de consejo.
«En la pandemia justo había acabado el Grado y me lo propusieron algunas jugadoras de la selección, como Nerea Pena. Enseguida dije que sí, entendí que hacía falta que nos uniésemos», recuerda quien después ha asumido luchas como la reclamación de impagos a un club de la Liga Guerreras, el Salud Tenerife, o la implantación de un contrato profesional, con sus retenciones y sus coberturas. «Quizá es rara esta figura de jugadora y jurista, pero nunca me ha perjudicado. He estado en muchas conversaciones incómodas, pero al final lucho por todas mis compañeras, no por mí sola. Además, puede sonar Mr. Wonderful, pero cuando las jugadoras están cómodas, rinden mejor», finaliza Pérez Buforn, cuya carrera avanza mientras ayuda a que avancen las de sus compañeras.