Mundial 2022 Qatar
Argentina, campeona del mundo
La fiesta, en un país sacudido por la crisis, tras la conquista del Mundial se desató inmediatamente después de que la albiceleste derrota a Francia en la tanda de penaltis.
“¡La toca el fútbol, sigue el fútbol, la pasa el fútbol!”. Mariano Closs, uno de los relatores emblemáticos del fútbol argentino, ya no dice Messi cuando la pelota llega al “10”. Dice fútbol. Y lo mismo podría hacerse al mencionar al nuevo campeón del mundo, a la mejor selección de fútbol en el planeta. No hay que decir Argentina, hay que decir felicidad.
Argentina es el país más feliz del mundo, y dada la magnitud de la fiesta que se desató en las calles de todo el país, ese título bien puede sostenerse por varios días.
Para saber más
Económicamente golpeado, social y políticamente en tensión, el octavo país más grande del mundo está bailando, cantando, celebrando y gozando como quizás nunca en su historia. Las fiestas por los títulos en Argentina 78 -en plena dictadura- y México 86 fueron enormes, pero lo logrado por Lionel Messi y compañía amenaza con dinamitar cualquier estadística. La selección llegará este lunes a Buenos Aires, un día que bien puede ser parte de un relato de literatura fantástica.
La felicidad está acompañada por otro sentimiento de naturaleza más perdurable: orgullo. Que el país vuelva a ser el mejor en una de las cosas que más le importa -o la que más le importa- contribuye a ese orgullo que hincha pechos cubiertos de celeste y blanco. Pero ese orgullo, sin embargo, va más lejos, es más profundo que la jactancia de ser los reyes del fútbol.
Crisis y corrupción
Se trata del orgullo de algo bien hecho, de ver como un equipo de jóvenes -19 de los 26 convocados eran debutantes en Mundiales- exhibe profesionalismo, pasión, buen juego y buen comportamiento. Se trata de un Lionel Scaloni que parece por momentos escandinavo, a tal punto controla su pasión. Se trata del éxito de un país señalado desde hace años en la prensa internacional por su crisis económica eterna, su corrupción endémica, su moneda devaluada.
Se trata de que Argentina a veces puede hacer las cosas muy bien. O, como sintetizaron varios en las redes sociales en los últimos días sin buscar la sutileza: “No somos un país de mierda”.
La alegría incluye otro dato de primer orden, la elevación de Messi al santuario de los ídolos populares indiscutidos. Ya nadie lo comparará con Diego Maradona: es Messi, una categoría en sí misma, una leyenda con todas las de la ley. Olvido y quizás perdón para esos millones de argentinos que durante una década y media ningunearon al mejor del mundo.
Al domingo de gloria albiceleste se llegó tras un sábado en el que a medianoche aparecieron los jugadores de la selección entonando el himno nacional, un sábado de tensión y en el que muchos no pudieron dormir. Llegó entonces la luminosa mañana de un domingo a las puertas del verano austral, con vuvuzelas, cláxones y cánticos atronando en las calles, todos camino a la fiesta.
“Es el partido de nuestras vidas, a partir de mañana nada será igual”, decía un joven presentador de televisión que, a sus 30 años, no vivió la gloria del 78 y del 86.
El Obelisco, en el corazón de la Avenida 9 de Julio, vio llegar gente ya horas antes del partido, gente que quería estar en el corazón de la fiesta. Pero la fiesta se hacía rogar, el camino a la fiesta era espantosamente retorcido y traicionero.
Lo describió el relator Closs sin ambición de sutilezas: “!Este deporte indomable, este deporte infinito, este deporte, permítame decirlo, hijo de re mil putas”.
Fue 2-0 para Argentina, fue 2-2, fue 3-2 para Argentina, fue 3-3. Pudo ser 4-3 para Francia. Y fueron a los penales.
Y en los penales la película terminó como se merecía una selección que a un corazón gigante le sumó un fútbol para el asombro con Francia. Y la sonrisa gigante, las lágrimas del mejor del mundo, las mismas lágrimas que este domingo, desde el Altiplano en el norte hasta Tierra del Fuego en el sur, inundaron los rostros de todos en el país más feliz del mundo.