Otra historia
Moisés Castro, que pasea a 150 metros del suelo, asegura que su especialidad, el highline, no entraña riesgos. «A veces me cuesta, pero es una cuestión mental», admite
Un anclaje se coloca en un acantilado, el otro anclaje, en el acantilado de enfrente, y, entre ambos puntos, se instala una estrechisima cinta elástica de 500 metros de longitud que desafía al vacío. Estamos en Girona, frente al Salt de Sallent, una enorme cascada con más de 100 metros de caída, y para mirar ya hay que ser valiente. Para subirse encima hay que estar loco o ser un suicida. «Conseguí cruzar esa línea el mes pasado, sí, ése es mi récord de longitud», proclama Moisés Castro, especialista en highline.
El funambulismo se practica desde el siglo XVIII o antes, pero esto es distinto. En el highline la cinta se mueve, bota y rebota, se encoge y se tira, en el highline no se utilizan varas para mantener el equilibrio, y en el highline nadie se juega la vida, aunque desde abajo parece. El highline consiste en caminar sobre la nada, sí, pero siempre atado a una cuerda; tiene el mismo riesgo que la escalada. No, no hay que estar loco o ser un suicida.
- ¿De verdad es seguro?
- De verdad, nunca he visto mi vida en peligro. Soy muy metódico con la seguridad y no hago nada si no lo tengo controlado. No me la juego, no soy un suicida. De hecho te diría que no he tenido ni un susto. A veces me cuesta, no te lo negaré, pero es una cuestión mental. Antes de empezar te entran las inseguridades, no estás cómodo, pero así tiene que ser para que no te confíes. Luego todo fluye.
Como tantas disciplinas de la escalada, el highline nació en Yosemite, en Estados Unidos, durante los años 80, tiempo de descubrimientos. Los días de mal tiempo, los escaladores se aburrían y empezaron a jugar con su material, a atar sus cuerdas en los árboles, a hacer equilibrios. Así inventaron el slackline. La disciplina pudo quedarse ahí -de hecho hoy en día tiene practicantes en parques urbanos como el Retiro o la Ciutadella-, pero los mismos creadores quisieron llevarla a las alturas. En 1985, Scott Balcom alcanzó la punta de Lost Arrow Spire gracias a una línea de 17 metros e inauguró así el highline, una disciplina que hoy ya es mundial.
El año pasado, un francés, Nathan Paulin, cruzó por los aires los 2.200 metros que separan el famoso Mont Saint-Michel de la bahía. Este año, tres chilenos, Bernardita Lira, Matías Grez y Diego Troncoso, cruzaron por el medio el cráter del volcán Ojos del Salado, a 6.880 metros de altitud. En el proceso de preparación contaron con la ayuda Moisés Castro. «¿Quieres que te explique una anécdota?», pregunta. «Hicimos un entrenamiento en el volcán Lascar, a 5.800 metros de altitud. Montamos la línea sobre el cráter, algo muy difícil por culpa de la roca volcánica, que es como arcilla, y cuando íbamos a empezar alguien dijo: ¿Y si entra en erupción? Hay que pensar que el Lascar tiene actividad, ahí sí que entran dudas», relata Castro.
- ¿Y cómo llega uno al ‘highline’?
- Nací en Chile, en el valle del Aconcagua y siempre me gustó explorar la montaña. Empecé en el esquí, por eso ahora vivo en el Pirineo, trabajando como monitor en Andorra, luego probé la escalada y, más tarde, el highline. Como todo el mundo empecé con el slackline, cerca del suelo, haciendo equilibrio, y poco a poco fui subiendo la dificultad.
En España hay unas pocas decenas de practicantes de highline, aunque hay grupos muy activos, como la Asociación Catalana de Highline, con la que colabora Castro. Para entrenar es difícil encontrar lugares -hay que pedir permisos y avisar a los Bomberos- y prepararse tiene su miga. «La base del entrenamiento es el slackline y los ejercicios de propiocepción. Mucha gente piensa que el equilibrio es algo innato, que se tiene o no se tiene, pero no es así. El equilibrio se puede mejorar, por supuesto», comenta Castro que anima a quien quiera a que lo pruebe y, por ello, insiste en su seguridad.
«Si a alguien le interesa que busque un grupo de slackline en su ciudad y luego que venga a las montañas. Hay que pensar que cada anclaje cuenta con tres puntos fijos, en roca o en árboles, y que llevamos un sistema de seguridad de cuerdas duplicado. Si te caes, subes de nuevo a la línea, no hay problema. Parece un deporte superheavy, al borde la muerte, pero hay poco riesgo», finaliza el especialista en highline que no, no está loco ni es un suicida.