Noah Lyles, con la medalla de oro.Matthias SchraderAP
Por orden de aparición, Sha’Carri Richardson y Noah Lyles salieron a la pista con el propósito de sumar en los 200 metros sus oros en los 100. Estaba en juego el reinado absoluto de la velocidad. El estadio alcanzó entonces su máxima temperatura. Hasta entonces, la jornada se había definido por el sobresalto experimentado por Yulimar Rojas. La plusmarquista mundial de triple salto era octava, con 14,33, antes del último salto. Entonces, algo lenta e insegura técnicamente, llegó, sin embargo, hasta los 15,08 y dejó a la ucraniana Maryna BeckRomanchuk (15,00) en segunda posición. La derrota de la venezolana hubiera supuesto una especie de subversión de una ley física en la Naturaleza.
Richardson sólo alcanzó el bronce con 21.92. Por delante volaba otra estadounidense, Gabby Thomas (21.81). Y más adelante, allá lejos, Shericka Jackson realizaba 21.41, la segunda mejor marca de la historia tras los 21.34 de Florence Griffith. Jackson ya había corrido el año pasado en 21.45. Está cerca de Griffith. Pero, en realidad, no tanto.
Noah Lyles sí repitió oro. Es, como Richardson, por otra parte, uno de esos velocistas de personalidad excesiva, frecuente en los de su gremio. Ejemplares de una vitalidad desbordante, a veces desbordada, conveniente, quizás casi necesaria, en una modalidad que precisa tanto de unas aptitudes como de un carácter. Incluso de un aspecto, de un atuendo.
Y, en su caso, de un discurso exagerado. Lyles posee un talento excepcional, pero no a la altura de sus fanfarronadas. En el mejor de los casos, no todavía. En el peor, nunca. Dueño de sus silencios, de sus pensamientos, de sus ambiciones, pero esclavo de sus palabras, había asegurado que correría en 19.10, nueve centésimas menos que Usain Bolt (19.19). Lo hizo en 19.52, lejos incluso de su tope personal de 19.31. Un registro objetivamente magnífico, pero a todas luces insuficiente. Otra vez será.
"Frecce Tricolori", las Flechas Tricolores son el equipo de vuelo acrobático, de exhibición, de la "Aeronautica Militare" italiana. El equivalente a nuestra Patrulla Águila. Es tentador denominar de ese modo a los sprinters del país. Y, actualmente, la flecha italiana por excelencia es Jonathan Milan, ganador de tres etapas en este Giro y uno de los rayos emergentes del ciclismo internacional.
Italia ha contado con excelentes sprinters. Recordamos
Hazte Premium desde 1€ el primer mes
Aprovecha esta oferta por tiempo limitado y accede a todo el contenido web
Escaños y podios. Los ciudadanos europeos votaban en sus respectivos países. Y, en Roma, donde se firmó en 1957 el Tratado constitutivo de la Comunidad Económica Europea, embrión de, en 1993, la Unión Europea, los atletas del continente se esforzaban, en sus respectivas pruebas para alcanzar sus metas. Los políticos estaban a merced de la decisión de los ciudadanos, de las urnas, para llegar a las suyas. Los deportistas dependían de sí mismos.
Dentro de la incertidumbre de toda competición, Ana Peleteiro, en su superioridad teórica, dependía especialmente de sí misma en el triple salto. Ella ganaba o ella perdía. Su mano mecía la cuna y aferraba las riendas. Las rivales estaban a sus expensas, por no decir a su merced. Ganó, pero penando un poco. Desde el primer salto pareció dejar las cosas en su sitio: 14,37, aunque batió a 21 centímetros de la tabla. Luego no hizo más que ampliar las diferencias. En el segundo, 14,46. El camino se le despejaba. Y, de pronto, la turca Tugba Danismaz, de modo insospechado, con récord nacional, se fue hasta 14,57.
Peleteiro, en el salto con el que consiguió el oro en Roma.ANNE-CHRISTINE POUJOULATAFP
Ana cambió de expresión, que mudó de serena a preocupada. Departió con Iván Pedroso. Se tambaleó su seguridad, pero no su determinación. Respondió a la turca con 14,52. Mejor, pero insuficiente. En el cuarto dio carpetazo al asunto: 14,85, a dos centímetros de su récord nacional, el del bronce olímpico. Ya campeona, el quinto intento, nulo, y el sexto, largo, pero no tanto, remataron, en conjunto, una serie espléndida. El oro se le rindió, enamorado, para proporcionar a España el metal más precioso posible, el auténticamente diferenciador. Los otros son siempre bien recibidos, pero mucho menos celebrados. Ana refuerza su moral de cara a los Juegos Olímpicos, en los que a ausencia de Yulimar Rojas abre el abanico para todas. También para Ana, que ya debe afrontar directamente, sin titubeos ni complejos, la barrera de los 15 metros, la frontera de las elegidas. A los 28 años, Ana, en su madurez, los contempla cada vez más cerca.
Entre ocho atletas en los 800 metros, la presencia de tres españoles ofrecía un prometedor cálculo de probabilidades para agarrar una medalla. Casi era imposible no acceder a, al menos, una. Fue, sí, una. De plata a cargo de Mohamed Attoui. Y quizás hubiera sido de oro si Attoui no hubiera hecho un esfuerzo extra adelantando como un poseso por el exterior, en la última curva. Corrió unos cuantos metros de más. Debería haber estado mejor colocado antes para no padecer ese esfuerzo suplementario. Pero sería injusto y absurdo reprocharle nada. Su 1:45.20 sólo se inclinó ante el 1:44.87 del francés Gabriel Tual. Álvaro de Arriba fue cuarto (1:45.64) y Adrián Ben, posiblemente perjudicado por un tropezó y un traspié al comienzo de la prueba, acabó sexto (1:46.54). Los tres defendieron con solvencia y provecho el prestigio del mediofondo español. Son dignos representantes de una larga tradición de medallas, marcas y buenos puestos.
Attaoui, entre Gabriel Tual y Catalin Tecuceanu.ANDREAS SOLAROAFP
Ana, regresamos a ella, es ahora Ana Peleteiro-Compaoré. Ha adoptado el apellido de su marido, el también triplista Benjamin Compaoré, con quien contrajo matrimonio en septiembre de 2023. Pero ha tenido la deferencia de situarlo en, digamos, segunda posición para no despistar. Generalmente, las atletas que se casan anteponen al suyo el apellido de su esposo y llaman a la confusión. Quizás más de uno ha reparado en este Campeonato en el sorprendente parecido de la vencedora en el lanzamiento de disco, la croata Sandra Elkasevic con Sandra Perkovic, bicampeoa olímpica y mundial, y siete veces europea. Son, obviamente, la misma persona. Compaoré, en justa y amorosa reciprocidad, es ahora Benjamin Compaoré-Peleteiro. El matrimonio está bien avenido.
Compaoré es un atleta francés de gran nivel, campeón europeo en 2014. Pero ya, 10 años después, a los 37, que cumplirá en agosto, en retroceso y que se clasificó con apuros para la final del martes, con 16,72. No pasó ningún apuro Jordan Díaz, imponente en su estreno con España. Después de un salto nulo, se plantó en 17,52, casi un metro más de lo que se pedía para pasar a esa final, y eso que se dejó 18 centímetros en la tabla.
Rozó su marca, con un único intento, Pedro Pablo Pichardo (17,48), el campeón olímpico, amén de otros laureles. Ambos comparten una historia. Nacieron en Cuba, pero uno se marchó-fugó a Portugal, y el otro se exilió-refugió en España. Parece que no se llevan del todo bien y se lanzaron unas pullitas que no vienen a cuento en un deporte como el atletismo. Bueno, y en ningún otro. El triple salto puede ser la prueba bendecida para España.
Por la mañana, en el medio maratón femenino, el equipo español había arrancado por un único segundo -contaban los tiempos, no los puestos- un bronce colectivo que también pesa, pero no brilla mucho viendo las posiciones. Laura Luengo, duodécima con 1:10:54, Esther Navarrete, decimotercera con 1:11:08 y Azzahraa Ouhaddou, decimocuarta con (1:11:14), puntuaron. Los hombres fueron cuartos.
París ofreció en la ceremonia de inauguración un paseo fluvial por gran parte de lo mejor de la historia y la cultura de Francia. Parafraseando a Alejandro Dumas y su novela Veinte años después, continuación de Los tres mosqueteros, el título de esta columna alude a los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, en los que aparecieron los bañadores de poliuretano, que conocieron su apoteosis un año después por estas fechas, en el Campeonato del Mundo, celeb
Hazte Premium desde 1€ el primer mes
Aprovecha esta oferta por tiempo limitado y accede a todo el contenido web