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Es el récord más antiguo en atletismo y lo consiguió en el Mundial de Múnich en 1983.
Se cumplen 40 años del récord más antiguo del atletismo. El 26 de julio de 1983, la checoslovaca Jarmila Kratochvilova corría, en Múnich, los 800 metros en 1:53.28.
Jarmila era sobre todo una formidable corredora de 400 metros. En los Juegos Olímpicos de Moscú, en 1980, había obtenido la plata detrás de una inalcanzable Marita Koch, la representante más destacada del poderoso atletismo femenino de la República Democrática Alemana. También se inclinó ante Koch en el Europeo de 1982, disputado en Atenas. La alemana, con 48.16, batía su propio récord del mundo (48.60), mientras que la checa realizaba 48.85. En su indiscutible relevancia, Kratochvilova era una especie de segundona a la sombra azul y blanca de Koch.
Pero aquel 26 de julio de 1983, unos días antes del primer Campeonato del Mundo, a celebrar en Helsinki, se probó en Múnich en los 800. Tenía razones para pensar en un gran registro. Era una atleta rápida y resistente, capaz de correr los 100 metros en poco más de 11 segundos y los 200 en algo menos de 22. Pero el intento se saldó con una marca excepcional. Hasta hoy inmutable.
El éxito la animó a participar en Helsinki en los 400 y los 800. Y en la capital finlandesa redondeó su trayectoria con el oro en ambas pruebas. Y, por añadidura, con el récord mundial de los 400. Sus 47.99 la convertían en la primera mujer que bajaba de los 48 segundos. Sigue siendo la segunda mejor marca de todos los tiempos, porque Marita Koch, en Canberra, en 1985, realizaría, 47.60. Otro récord que permanece.
La controversia y la polémica siempre acompañaron a Kratochvilova. Muy musculada y con aspecto “poco femenino”, encarnaba más que ningún otro atleta y, desde luego, más que cualquier otra mujer, el “triunfo del dopaje” en el “reino de las hormonas y los anabolizantes”. Otra de las características de la Guerra Fría, cuando los países socialistas, con la URSS y la RDA al frente, hacían del deporte un motivo de prestigio internacional y la “demostración” de la superioridad ideológica de un sistema sobre el otro. En un planeta de bloques enfrentados, todo valía, todo sumaba propagandísticamente.
Siempre constituyó un esfuerzo estéril el debate acerca de la posibilidad, de la obligación ética de anular ese y otros primados. Sea como fuere, ahí sobreviven no pocos de ellos. El de Kratochvilova ni siquiera se ve amenazado. Su 1:53.28 superó en su momento el 1:53.43 que la soviética (ucraniana) Nadezhda Olizarenko había establecido en los Juegos de Moscú el 27 de julio de 1980. Mañana hará 43 años.
Ambos registros no han sido mejorados por las posteriores generaciones. La keniana Pamela Jelimo se detuvo en 1:54.01 en 2008. La sudafricana Caster Semenya, en lucha jurídica actual por volver a competir en el campo femenino pese a sus excesivas tasas de testosterona, en 1:54.25 en 2016. La cubana Ana Fidelia Quirot, en 1:54.44 en 1989, etc.
El boicoteo de la Unión Soviética y sus aliados a los Juegos de Los Angeles, en 1984, impidió que Kratochvilova pudiera ser campeona olímpica. Y Jarmila se retiró tras el Mundial de Roma, en 1987, al ser quinta con 1:57.81. Desde entonces sucedieron muchas cosas, entre ellas la desaparición de la URSS, la Alemania Oriental y Checoslovaquia como construcciones geopolíticas. El mundo de entonces ya no existe. Los récords sí, como vestigio arqueológico de una realidad extinta.