Un niño y un árbol: el accidente de Nil Llop, un pionero en el patinaje de velocidad sobre hielo

Un niño y un árbol: el accidente de Nil Llop, un pionero en el patinaje de velocidad sobre hielo

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Hace cuatro años sufrió un grave incidente cuando entrenaba en Sant Boi. “Tenía miedo”, explica sobre los meses posteriores. Hoy está entre los 25 mejores del mundo y en los Juegos Olímpicos de invierno de 2026 puede romper una de las últimas barreras del deporte español

Llop, este enero, en competición.BSR AgencyISU

En los pies, unos patines de cuatro ruedas; en el pecho, la falta de oxígeno de quien entrena velocidad, más rápido, siempre más rápido; y en los ojos, una curva cerradísima hacia la izquierda. Hace cuatro años, Nil Llop se preparaba para un Mundial en el Parc Ciclista de Sant Boi, un circuito de asfalto de un kilómetro, cuando al salir de un giro se encontró con un niño que jugueteaba con su bici. El choque era inevitable. El pequeño había invadido el carril de los profesionales y ya tenía a Llop encima. Pero igualmente el patinador intentó salvarlo: cambió la dirección de golpe, perdió el control sobre sí mismo, salió del trazado por fuera y se estrelló fuertemente contra un árbol. Un ciclista llamó a una ambulancia.

Hubo dolor, hubo operaciones y hubo un diagnóstico: la trayectoria de Llop, destrozada. Con demasiados huesos rotos -fémur, tibia, un dedo de la mano, el pómulo y la mandíbula-, los médicos le aseguraron que su reto debía ser volver a andar sin muletas, que se olvidara de competir otra vez sobre unos patines y a 60 km/h. En menos de un año participaba en el Mundial de Barcelona: ganó un oro y un bronce en categoría junior.

«Tenía 16 años y no paraba. Estaba todo el día en el gimnasio, nadaba en la piscina, iba al fisioterapeuta. Quería recuperarme a toda cosa, recortar plazos, estar en el Mundial de Barcelona» recuerda Nil Llop, que salió airoso de la recuperación, regresó cuando quería y cómo quería y, más tarde, descubrió un nuevo problema. El miedo. Su cuerpo se olvidó de aquel niño y de aquel árbol; su mente, no.

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«Cuando volví a la competición me di cuenta de que psicológicamente no estaba preparado. Tenía miedo de sufrir otro accidente y tuve que buscar ayuda. Por suerte poco a poco lo fui superando. Y ahora creo que aquello me sirvió mucho. De aquella era un niño, no valoraba lo que hacía, lo que conseguía», analiza el patinador que ahora, a los 20 años, tiene un objetivo mayúsculo: ser el pionero español en el patinaje de velocidad sobre hielo. Un Paquito Fernández Ochoa, un Javier Fernández. En especialidades tan lejanas como los saltos de trampolín, el luge, el skeleton, el bobsleigh o el biatlón, España ha tenido representante en los Juegos Olímpicos de invierno: en patinaje de velocidad, nunca.

El cono que le quitó los Juegos

Por eso Llop aparcó los patines en línea, se calzó unas cuchillas y dejó la casa familiar. Por eso en la Copa del Mundo que acaba el próximo domingo en Polonia se ha colocado entre los 25 mejores. Si no sufre otro infortunio, en los próximos Juegos de Milán-Cortina d’Ampezzo 2026, hará historia. Lo tiene cerca. Es más, si no lo logró en Pekín 2022 fue sólo por culpa de un cono, de un maldito cono.

«En la última prueba preolímpica hice una buena marca y me clasifiqué por tiempos. Lo celebré, pero me descalificaron por tocar un cono. Fue una pena, la verdad. Me quedé como segundo reserva», rememora Llop que nunca ha podido entrenar cerca de su El Prat natal, ni tan siquiera cerca de España: las pistas más próximas están al norte de Francia o Italia. El patinaje de velocidad, de hecho, es un deporte que se practica con devoción en Países Bajos y que puntualmente encuentra figuras en Suecia, Noruega, Japón, Corea del Sur o Canadá. Y ya está.

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Practicarlo en el sur de Europa es una rareza. «Tengo rivales que aprendieron a patinar a los dos años en el río congelado que había delante de su casa. Yo no toqué el hielo hasta los 18 años. Patinaba de niño porque mi madre patinaba, pero siempre sobre asfalto. Luego la Federación Internacional montó unos stages para patinadores de países sin pistas de hielo y así empecé», comenta Llop, que la temporada pasada estuvo viviendo en Países Bajos y ahora, con la ayuda de Federación Española y las becas Podium, tiene su residencia en Alemania, concretamente en Inzell, un pueblo de menos de 5.000 habitantes con una pista que puede cobijar a 10.000 espectadores.

«Aquí lo viven muchísimo», apunta quien ya se acostumbrado a volar sobre el hielo dando patadas a cada lado, con una postura rarísima doblegado a 90 grados y sin el recuerdo de aquel niño y de aquel árbol: «Ya no lo pienso cuando estoy patinado. Ahora he vuelto a trabajar con psicólogos, pero para mejorar en competición, para poder enfrentarme a los mejores del mundo de tú a tú».

kpd