Las convocatorias para los partidos de Selecciones dibujan un retrato bastante fidedigno del fútbol del país en cuestión. La relación de los 26 hombres elegidos por De la Fuente para los duelos ante Georgia y Turquía refleja que España es también una potencia exportadora.
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Los 26 pertenecen a 15 equipos, ocho españoles y siete extranjeros, cuatro de ellos ingleses. El Barcelona es el club que más elementos aporta a la tropa: cuatro. Hubieran sido cinco con Lamine. El Madrid, uno. Es verdad que, en condiciones normales, figuraría Carvajal en la lista. Pero también Rodri, Pedri, Gavi, Nico, Le Normand… Siempre falta alguien por las causas que sean. El Madrid mantiene la tendencia a disminuir su peso y pulso en la selección.
Los nombres nacionales del Barça responden a una necesidad forzada por la ruina económica de un club que es más que eso y menos que una nación autárquica. Los forasteros del Madrid, al ideario de un imperio global, de internacionalismo no precisamente proletario.
Hijos adoptivos y preferentes de la grada, los canteranos son especialmente queridos por razones de íntima proximidad y parentesco emocional. Incluso así, la sobreabundancia de extranjeros en el Madrid y en otros equipos de distinto pelo y paño no reduce la devoción de sus aficionados, fieles a unos colores que soportan indemnes cualquier cambio de orientación y paradigma. En cambio, el alistamiento de españoles en ejércitos extranjeros mengua el entusiasmo del aficionado hispano por la tribu común e incrementa su amor por el terruño.
Habituados ya a los éxitos de la Selección, mitigados los arrebatos victoriosos después de lidiar con años mohínos, recobramos con más fuerza la cultura de club y la bandera de patria chica. “La Roja” cultiva hoy una rutina triunfal. En un calendario inflado hasta la exageración que involucra a demasiadas selecciones rayanas en la pequeñez o, directamente, la insignificancia, se encomienda a unos pocos momentos exaltantes que revitalicen en la parroquia una pasión en sordina.
Tenemos una formidable selección. Larga, alta, ancha y profunda. Pero, a la espera de las auténticas emociones y las comparecencias “inter pares”, la goleada a una endeble Georgia nos deja tibios dentro de la lógica satisfacción. Tampoco Turquía promete sacudirnos de la modorra.







