El último capítulo entre Pogacar y Vingegaard en este Tour fue el más desconcertante. En La Plagne, bajo la lluvia, un desesperante marcaje entre los dos colosos propició el triunfo de Thymen Arensman, su segunda victoria de etapa en esta edición, osado y ambicioso como nadie el neerlandés del Ineos. Resultó una subida tediosa, en la que el líder apenas amagó con un par de acelerones y el aspirante ni se movió hasta que faltaban 300 metros y ya Arensman, agónico, levantaba los brazos casi sin creérselo. [Narración y clasificaciones]
Fue la primera vez en todo el Tour que el danés se permitió el lujo de entrar por delante de su Némesis y, sin embargo, no dejó de ser un nuevo fracaso para él. Sin victoria de etapa y sin la valentía suficiente para haber probado a Pogacar, para haber quemado todas sus naves en la última oportunidad. Lo que prometía La Plagne quedó en humo, apenas la lucha por el tercer cajón del podio como emoción, con Florian Lipowitz triunfante ante Oscar Onley (le sacó 41 segundos en los dos últimos kilómetros), dos perlas que marcarán el porvenir.
Cuesta asumir a este ‘nuevo’ Pogacar, el que ha labrado su cuarto Tour conteniendo sus instintos, asestando un par de golpes en los Pirineos y controlando después a su rival Vingegaard. ¿Dónde queda el de los ataques de lejos sin mirar atrás? El recorte de la etapa anunciado la noche previa pareció una estupenda invitación. Hace un año firmó seis victorias de etapa y bien pronto acumuló cuatro en esta edición. Pero el esloveno no levantó los brazos en las tres últimas etapas de montaña, ni en Superbagnères ni en dos enclaves icónicos, Mont Ventoux y La Loze. Tampoco lo iba a hacer en La Plagne.
Y eso que bien temprano los Visma (Benoot, Jorgenson, Kuss…) se despeñaron del pelotón, evidenciando que esta vez no había “plan maravilloso” para atacar al líder. El UAE, por su parte, con Tim Wellens al frente, puso un ritmo fortísimo que arruinó las intenciones de Primoz Roglic de ser protagonista desde lejos, como también intentó en la previa.
El esloveno del Bora coronó junto a Lenny Martínez y Valentin Paret-Peintre el durísimo Col du Pré, pero su renta era escasa. Peor en la siguiente cima, pues al UAE le echó una mano el Uno-X, interesado en el desfallecimiento de Vauquelin. La ventaja del trío fue de apenas 40 segundos. Tras un larguísimo descenso en el que apareció la lluvia, Roglic y todos los demás fueron engullidos por el trabajo de Wellens.
La suerte estaba echada en las faldas de La Plagne, otra subida mítica donde leyendas como Laurent Fignon, Miguel Indurain y Alex Zulle dejaron su sello en el pasado. Tras un par de kilómetros de trabajo del Decathlon para favorecer en la general a Felix Gall -Roglic pronto se dejó llevar-, el parón lo aprovechó el pletórico Thymen Arensman y, a falta de 14 kilómetros, la potencia de Pogacar se desató para su primer zarpazo.
Le aguantó Vingegaard con suficiencia y volvió Arensman, que insistió hasta irse en solitario. Su valentía iba a tener un estupendo premio en la cima. Porque de los de atrás se adueñó una rara calma, con el neerlandés siempre a no más de 30 segundos. Tiró Felix Gall hasta asegurar su quinto puesto y luego Pogacar puso un ritmo conservador. Cuando Onley perdió comba, fue el turno de Lipowitz. Sólo quedaba el ataque por el triunfo de Pogacar o Vingegaard. Que no llegó, sólo un acelerón postrero y condenado al fracaso del danés.
Tour de Francia
Annemasse - Morzine
LUCAS SÁEZ-BRAVO
Enviado especial
@LucasSaezBravo
Morzine
Actualizado Domingo,
16
julio
2023
-
08:37Ver 13 comentariosEl esloveno se quejó de la...
Aquella mañana en la playa de Fuentebravía, en el Puerto de Santa María, la carrera con Jaime, el pequeño de sus tres hijos, no había sido como las demás. "Joder, me ganaba con seis años. Estaba reventado", revisita Tomás Bellas (Madrid, 1987) en voz alta al instante preciso en el que todo cambia para siempre, en el que uno se da cuenta de que algo, de verdad, no va bien. Las vacaciones familiares en Cádiz el pasado mes de julio tornaron en pesadilla, en una sucesión precipitada de acontecimientos. Noches de sudoración descontrolada, "como un animal", inflamación de ganglios, tos, una visita de urgencia al hospital y un ingreso sin tiempo que perder. "A los pocos días nos confirmaron todos los presagios. Tenía un linfoma", recuerda el base, 14 temporadas en la ACB, el salto inicial del otro partido de su vida.
El 10 de mayo de 2024 Tomás, sin saberlo, se había vestido de corto por última vez. "Ganamos al Valladolid. A un entrenador que me echó de Fuenlabrada, que le tenía ganas... Bueno, no es mal colofón", saca pecho con media sonrisa melancólica. Repartió ocho asistencias, disfrutó y se despidió del Fernando Martín dándose el gusto de un baile más: la siguiente temporada seguiría en el Fuenla, uno de los clubes de su vida, al que ayudaba en su retorno a esa Liga Endesa en la que él disputó 466 partidos. "Nada mal para un tipo normal que no levanta el 1,80", reivindica una carrera que "ha sido la hostia". Ya en pasado, confirmada su retirada, pese a "estar ya sin enfermedad en el cuerpo". "Eso no quiere decir que este curado. El alta no te lo dan hasta que pasan 10 años", explica.
Tomás repasa con EL MUNDO su batalla de los últimos meses sentado en la mesa de reuniones de su empresa familiar, en Las Rozas. La que fundó su padre hace 32 años y en la que ahora le acompañan sus cuatro hermanos. A la que volvía cada verano unas semanas para echar una mano, para hacer gala de sus estudios universitarios. Un jugador profesional. Ya le ha crecido el pelo, aunque aún le acompaña una boina, nueva seña de identidad. Llegó a perder nueve kilos. Está volviendo al deporte, al crossfit, y va tachando de su lista las cosas que apuntó que no podía dejar de hacer. Esquiar, tirarse en paracaídas, viajar con sus hijos, ver en directo un Partizán-Estrella Roja (lo hizo este mismo viernes, en Belgrado)... Porque el final era una posibilidad. "Te pones en el peor escenario, claro. Y piensas: 'Mi vida ha sido fantástica, no tengo un solo pero a los 37 años", pronuncia con crudeza.
Tomás Bellas, en su empresa familiar en Las Rozas.ANTONIO HEREDIA
El sopapo fue inesperado. "Cuando me dicen, 'tienes un linfoma', yo estaba con mi padre en la habitación del hospital. Así, de frente. Es difícil describir las sensaciones. Intentas no llorar [se emociona, "ahora me cuesta"]. Intentas hacer ver a todos que estás bien. Porque creo que yo he sufrido, pero mucho más los que están alrededor", cuenta. El 19 de agosto recibió la primera sesión de quimioterapia en el Puerta de Hierro. "Hay cuatro estadios y yo estaba en el cuarto. Fue un tratamiento súper fuerte. Una bomba para mi organismo. Mi médula no estaba preparada, tuve un problema en el pericardio porque tenía el corazón encharcado, la quimio te inmunodeprime: cogí fiebre, varias semanas ingresado...", relata un infierno físico y mental del que escapó también con velocidad, como siempre deambuló por la cancha. "Antes del segundo ciclo, a finales de septiembre, me hicieron una prueba de Pet Tac y vieron que no tenía enfermedad. Había sido efectivo. Me dieron dos más, de refuerzo. El último, a mediados de noviembre", celebra.
"Estoy convencido de que el deporte me ha ayudado muchísimo. Para coger el toro por los cuernos. Era como un partido, había un objetivo y sabía que iba a tener que esquivar balas. Gran parte es actitud. El baloncesto me ha enseñado a saber sufrir, a que no siempre hay una recompensa inmediata, a gestionar las emociones...", relata un tipo al que no le cuesta admitir que nunca tuvo "pedigrí", pese a que con 12 años ya estaba en la cantera del Real Madrid.
Tomás Bellas.ANTONIO HEREDIA
El hándicap de la altura siempre le acompañó. Fue a la vez su acicate. Como las miradas de sospecha: "Ser infravalorado forja tu carácter". "Nunca fui a una selección. Es mi espina clavada, lo reconozco. Me podían haber llamado, sin lugar a dudas. Hay gente que ha estado con mucho menos nivel que yo", se queja, consciente también de que no ayudó su forma de ser -"mi carácter. Yo no soy una ovejita a la que dirijas"-, para bien y para mal, es su otra gran seña de identidad. Ha habido pocos guerreros con más ardor en la cancha que Tomás Bellas, pesadilla para los rivales, pretoriano de los entrenadores en sus cuatro equipos ACB (Gran Canaria, Zaragoza, Fuenlabrada y Murcia), desde Pedro Martínez hasta Sito Alonso, pasando por Aíto García Reneses, Jota Cuspinera, Luis Guil... "Era una mosca cojonera. 'Joder, hoy me toca contra Bellas', decían los rivales. He tenido peleas con todos. Yo siempre fui a muerte. Hacía en la cancha lo que nadie quería hacer", admite de unas batallas que ahora son anécdotas de amistad con sus ex rivales, los que le han abrumado con mensajes de apoyo e interés.
¿Cómo llega un niño bajito de Las Rozas a la elite? "Todo es más o menos positivo en función de las expectativas que tengas. Las mías ni de lejos eran estar 14 años en la ACB, casi 500 partidos, más competición europea, haber jugado la Summer League de Las Vegas... y un denominador común: he jugado muchísimos minutos", se enorgullece de una trayectoria que empezó por su padre, entrenador en equipos femeninos, guardián de sus primeros entrenamientos en el patio de su casa. En infantil ya estaba en el Madrid, pero a los 18 jugaba en Primera Nacional en el Torrelodones, "entrenando a las nueve de la noche con abogados, dentistas, pintores...". Quería centrarse en sus estudios universitarios y en su novia. Y por eso rechazó, ahora ríe, hasta a Pablo Laso. "Me quería en Cantabria tras una pretemporada, se quedó alucinado", recuerda.
Tomás Bellas.ANTONIO HEREDIA
Pero le llamó el Cáceres de Piti Hurtado, destacó en LEB Oro, y después le surgió la oportunidad "de una vida". Saltar a la ACB con el Gran Canaria. Se acogió a aquel decreto 1006 que hizo famoso Alberto Herreros. "Con Pedro Martínez fue un máster de cinco años, diario. Con una exigencia bárbara. Pero es lo que me permitió estar tantos años en la liga". Tras seis temporadas en Las Palmas, sale a Zaragoza, la otra cara del baloncesto, "peleando por no bajar, impagos... No fue muy agradable. Remar y remar". "De ahí a Fuenlabrada. Decido acercarme a casa por el tema de la empresa, la familia...". Y después Murcia, "una segunda juventud". Tras tres cursos, repliega, otra vez el negocio familiar como prioridad, y Tomás, Paola y Jaime, claro. Pero mantiene el gusanillo del deporte de elite en su vuelta a Fuenlabrada. "Ha sido la hostia. Mi carrera ha sido la hostia", repite.
Cuando le sobrevino la enfermedad, Bellas, siempre celoso de su intimidad, no quiso hablar públicamente demasiado. Se centró en la recuperación, se fue despidiendo del baloncesto al que no sabe si volverá como entrenador o director deportivo quizá y del que, por ahora, sólo echa de menos lo bueno, "competir, el vestuario...". "Si me llega a pasar más joven, probablemente hubiera intentado volver. Pero ya no está en mis planes", dice. Ahora cuenta el proceso por primera vez. En unos días, en Gran Canaria, recibirá un homenaje durante la Copa del Rey, en el "club de su vida", en el que fue capitán. "Todo esto ha sido una lección de vida. Me ha retirado del baloncesto, pero no de la vida. Te hace cambiar las prioridades. Antes te preocupabas porque no metías dos canastas y ahora porque estás vivo".
Tour de Francia
Passy - Combloux
LUCAS SÁEZ-BRAVO
Enviado especial
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Saint Gervais
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