Boris Vasilievich Spassky (Leningrado, 1937) , décimo campeón del mundo de ajedrez, ha fallecido este jueves a los 88 años. Por desgracia para él, los aficionados recuerdan mucho mejor su derrota en 1972 contra Bobby Fischer, en Reikiavik, que su llegada al Olimpo del tablero, cuando derrotó en 1969 a Tigran Petrosian. Spassky logró la corona en su segundo asalto, porque en 1966 fue derrotado por su compatriota (nacido en Armenia) en la misma ciudad que lo coronó, Moscú.
Boris Spassky fue quizá el primer campeón que practicó un juego total, anticipo ajedrecístico de la “naranja mecánica” de Cruyff, con un pleno dominio de todo el tablero. Era un jugador universal, además de un ajedrecista educado y elegante, modesto y a la vez atractivo. Fue un caballero que prefirió perder el título contra Fischer antes que renovarlo con artes dudosas, lo que nunca le perdonaron. Jugador versátil, maestro de la estrategia y fino atacante, si algo le faltaba era mala leche. También se puede decir que a veces lo vencía la pereza, como gran oso ruso. Él mismo lamentó alguna vez su falta de motivación para el trabajo: “No creo que Capablanca, Alekhine o Lasker hayan sufrido este problema”, admitió.
Boris Vasilievich era un vividor que fue feliz en Francia después de perder la corona. Una vez le preguntaron si prefería el sexo o el ajedrez. “Depende de la posición”, contestó. Sus frases solían ser ingeniosas. Después de uno de sus divorcios explicó sobre la relación que mantenía con su mujer: “Éramos como alfiles de distinto color”, incapaces de estar nunca en la misma casilla. Otro rasgo de su estilo era su habilidad para poner cara de póker. Fischer decía admirado que, cuando Spassky sacrificaba material, se mantenía imperturbable. Era imposible saber si se trataba de un error o de un profundo sacrificio. “Mantenía la misma expresión cuando iba a dar mate y cuando estaba a punto de perder”.
Spassky aprendió a jugar a los cinco años, durante la evacuación de Leningrado en la Segunda Guerra Mundial. A los diez, derrotó al campeón mundial Mijaíl Botvinnik en unas simultáneas y, siempre de la forma más natural posible, fue mejorando. Primero se proclamó campeón del mundo juvenil y luego se clasificó para el torneo de Candidatos, logro que repitió hasta en siete ocasiones, entre 1956 y 1985. Su primer asalto al título no prosperó, pero no le costó demasiado regresar a la final y no dejarse intimidar por el precedente.
El duelo del siglo
Su duelo contra Bobby Fischer en 1972 fue la batalla más importante de la Guerra Fría. La CIA y el KGB movían algo más que peones entre bambalinas, a las órdenes de maestros del ajedrez político como Kissinger, Nixon y Brezniev. Los más veteranos recordarán lo convulso que fue aquel duelo, en el que Bobby Fischer llegó a perder la primera partida por incomparecencia. Si hubiera querido, habría mantenido su título sin luchar, pero él quería enfrentarse a toda costa contra un gran maestro al que admiraba y no odiaba. Hizo tantas concesiones que jugó el encuentro en desventaja psicológica. Tampoco le ayudó sentir más pena que animadversión hacia su oponente. “Yo veía que se estaba volviendo loco. Tenía una buena relación con Bobby. Es Korchnoi quien necesita odiar a sus rivales para jugar con normalidad. A mí eso no me gusta en absoluto”, afirmó años después.
Fischer se esfumó de la escena mundial y Spassky no tuvo ya la voluntad de volver a escalar la montaña. Veinte años después, en 1992, participó en el falso encuentro de revancha que le propuso el americano, con mucho dinero de por medio en la antigua y sancionada Yugoslavia. Él no pagó un precio tan alto por saltarse el embargo como su amigo, quien llegó a conocer la cárcel antes de morir en su querida Islandia, asilado y aislado. Sin embargo, Boris consideraba que lo que él sufrió y lo empujó a abandonar su país “fue mucho peor”. Y no le gustó el modo en que la película “El caso Fischer” revivió su duelo de 1972. Le pareció una obra “artificial” y le molestó la “impostura” de Tobey Maguire y Liev Schreiber. “Se notaba que estaban actuando”.
En 2012, parecía que la partida se acercaba a su final de forma plácida, pero Spassky vivió otro episodio sorprendente, digno de otra película de espías. Se fugó de París con una misteriosa mujer, dicen que sin papeles. Estaba ingresado por un doble ictus que le había paralizado el lado izquierdo y, de algún modo, se sintió en una cárcel. Una noche se escapó con ella, en circunstancias todavía por aclarar. “He vuelto a enrocarme largo”, resumió ya desde Moscú. “Es muy posible que alguien deseara mi muerte”, insistió para justificar su salida de Francia.
Olimpiadas y fuerzas ocultas
Como jugador por equipos, Spassky también fue un rival formidable. Participó en siete Olimpiadas con la URSS y ganó 13 medallas, entre individuales y colectivas. Ganó 45 partidas, entabló 48 y solo perdió una. En otras tres Olimpiadas de Ajedrez, ya con Francia, solo perdió dos de las 50 que jugó, siempre en el primer tablero.
Las últimas veces que vimos imágenes de Spassky era un viejecito casi irreconocible. A España vino varias veces, dio charlas y participó en sesiones de simultáneas. En una de ellas le hice tablas, de forma poco ortodoxa, porque el viejo Boris cometió un pecado imperdonable en el tablero, pero esa historia merece un relato aparte. Durante una entrevista, en Bilbao, contó que creía de algún modo en las fuerzas misteriosas y que una vez se sintió dominado por ellas. Su cabeza sabía cuál era la jugada buena, pero su mano se negó a obedecerlo. Si algo caracterizó al campeón es que nunca le gustó que movieran por él.