El legendario alero anotador Drazen Dalipagic, figura clave del baloncesto yugoslavo y mundial, ha fallecido este sábado en Belgrado a los 73 años a causa de una enfermedad, según ha informado el Partizan de Belgrado.
Conocido como ‘Praja’, el serbio dejó una huella imborrable en la historia del deporte, tanto en competiciones internacionales como en clubes europeos de primer nivel, como el Real Madrid, que ha expresado “sus condolencias y su cariño a todos sus familiares, compañeros y seres queridos”.
Nacido en Mostar el 27 de noviembre de 1951, Dalipagic formó parte de una generación dorada del baloncesto yugoslavo. Su juego fue fundamental en la conquista de la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Moscú 1980, el Campeonato Mundial de 1978 y tres Campeonatos de Europa consecutivos (1973, 1975 y 1977).
Entre 1973 y 1986 disputó 243 partidos y ganó 12 medallas con la selección nacional, consolidándose como una de las mayores figuras del baloncesto FIBA de su tiempo.
Con el Partizan del Belgrado, club del que es máximo anotador histórico con 8.278 puntos, ganó dos Copas Korac (1978 y 1979) y fue reconocido como el Mejor Jugador Europeo del Año en tres temporadas (1977, 1978 y 1980). “El mejor anotador de la historia del Partizan, exmiembro de la selección yugoslava, una leyenda del baloncesto mundial y un hombre de carácter único”, han expresado desde el club.
El serbio fue uno de los pocos jugadores europeos invitados a jugar en la NBA en aquella época, pero declinó la oferta debido a las normas vigentes entonces, que le habrían impedido competir con la selección de Yugoslavia.
En 2004, fue incluido en el Naismith Memorial Basketball Hall of Fame, convirtiéndose en el quinto europeo en lograr este honor, y en 2007 ingresó al FIBA Hall of Fame. Además, fue reconocido entre los 50 jugadores más influyentes de la FIBA y la Euroliga. Tras su retirada como jugador, Dalipagic trabajó como entrenador y dirigente deportivo, contribuyendo al desarrollo del baloncesto en Serbia, Italia y Macedonia del Norte.
Saber competir en el momento oportuno es una de las cualidades más apreciadas y 'caras' en cualquier colectivo deportivo. Cuando Chus Mateo pedía "paciencia" en un curso con más derrotas y días grises de lo acostumbrado, no era hablar por hablar. Él sabe que no maneja los lujos de antaño pero también que posee ganadores. Un tesoro. Y, cuando se ha visto con el agua al cuello, han reaccionado. A base de victorias. Un Bilbao Basket con más bajas en la pintura de las recomendadas para visitar el Palacio pagó esa buena onda de los blancos. [88-70: Narración y estadísticas]
Fue un duelo con dos protagonistas claros. O tres, porque la pincelada de Sergio Llull siempre merece ser destacada. Sus 11 puntos (tres triples) a la vuelta de vestuarios fueron los que acabaron 'matando' al Bilbao. Aunque en la zona fue donde estuvo realmente su calvario. Tavares (completando unos días de absoluta plenitud) y el mejor Serge Ibaka desde que volvió al Madrid fueron demasiado.
Si al descaso parecía que no iba a ser una tarde tranquila, el Madrid, en el que no comparecieron ni Hezonja ni Bruno Fernando, acabó dando descansos a sus pilares y minutos a los menos habituales. Es su séptima victoria consecutiva (no pierde desde el 6 de marzo, en la cancha del Panathinaikos), la 13ª de carrerilla en ACB (donde cada vez es más líder) y no cae en el Palacio desde hace un año.
La semana europea más importante en mucho tiempo fue resuelta con angustia y victorias clave por el Real Madrid, al que aún le falta rematar para seguir en la lucha por no bajarse de la Final Four. El jueves ante el París Basketball y otro viaje a Belgrado (Partizan), para cerrar. Pero la ACB no para. Y, aunque cómodo en el liderato, le toca seguir avanzando. El próximo domingo, por ejemplo, visita el Palau. En mitad de esa guerra se plantó en el Palacio un Bilbao Basket con poca presión (aunque no se puede despistar aún demasiado por el descenso).
Y resultó el tercer inicio a fuego del Madrid. Como una buena costumbre. Si al Armani le hizo un 12-3 y al Estrella Roja un 0-14, los de Jaume Ponsarnau se llevaron un 11-2 que hizo que el técnico catalán mandara a sus cinco titulares al banquillo a la vez, un cambio de partido de cadetes. Que iba a surtir efecto.
Triples
El golpe de arranque se había apoyado en la plenitud que luce últimamente Edy Tavares. Enfrente tenía al joven Bagayogo, aquel chico que arrebató a Ricky Rubio el récord de precocidad de la ACB (debutó con 14 años) y que ha vivido después un calvario de lesiones. Y el dominio del caboverdiano fue total, seis puntos y cuatro rebotes en un suspiro y los blancos arrollando con la intensidad de Garuba y la amenaza ofensiva de Musa.
Pero pronto bajó ese ardor blanco. De forma un tanto preocupante. Hubo minutos para los menos habituales, para Ndiaye, Hugo González, Ibaka y Rathan-Mayes, pero el Bilbao, que se presentó sin sus dos pívots más importantes (Marvin Jones y el gigante Hlinason), se vino arriba a base de triples, su arma menos habitual. A la vez que el Madrid cometía pérdidas y fallaba lanzamientos, los de negro se metieron en la batalla de lleno hasta tal punto que una canasta de Pantzar les puso por delante.
De esa igualdad quedó poco tras el descanso. El mazazo de Llull y la tiranía en la pintura. Primero Tavares, que lleva cinco partidos volando. Al Bilbao le hizo 11 puntos, ocho rebotes y cuatro tapones (27 valoración) en 16 minutos. Y después un Ibaka que viene contado cada vez menos pero que se reivindicó a lo grande con 19 puntos, seis rebotes y tres tapones.
Los padres de Sergio Rodríguez se conocieron en una cancha de baloncesto. Eso podría explicar muchas cosas. "Cuando nací, los primeros regalos eran juguetes de baloncesto". En concreto, una canasta de los Celtics con la que jugaba compulsivamente en su habitación. Eso, también. O quizá el secreto del chachismo, esa marca ya para la eternidad de un jugador irrepetible, sea una frase de Pablo Laso: "Lo más importante, él ve esto como un juego".
Pepu Hernández, el entrenador que le hizo debutar con 17 años -en el quinto partido de unas finales ACB, en el Palau-, solía usar un juego de palabras con su pupilo, que también lo sería dos años después en el oro mundial de Saitama con la selección. Las letras que conforman el nombre de Sergio son las mismas que riesgo. Riesgo, imaginación, naturalidad, osadía, talento, profesionalidad y sobre todo, de nuevo, mucho amor por algo que él siempre vio como eso, un juego. El asombroso viaje del Chacho durante dos décadas es todo eso. De Tenerife a Getxo con 14 años, del Siglo XXI a Madrid, del Estudiantes a Portland, de Nueva York (paso por Sacramento) de nuevo a Madrid, del Real Madrid a Filadelfia, de la NBA a Moscú, del CSKA a Milán y del Armani de nuevo al Real Madrid, para cerrar una carrera repleta de éxitos, tres Euroligas, un Mundial, dos Eurobasket, Ligas y Copas en España, Rusia e Italia... y todo un MVP de la Euroliga en la temporada 2013-2014.
Pero Sergio Rodríguez es mucho más que su palmarés, es casi una filosofía. Un jugador que trasciende. Es el Chacho, el apodo que le pusieron en su primera preselección con España, en 2002, porque no paraba de decir, como buen canario, aquello de "muchacho". Jugaba entonces en La Salle con su primer maestro, Pepe Luque, y fue justo antes de marcharse a Bilbao, a esa experiencia llamada Siglo XXI, donde chavales cadetes y juniors convivían y se formaban baloncestísticamente. Fue por entonces cuando dio el estirón físico, aunque todavía le llamaban "polilla" porque no paraba de moverse.
Sergio considera aquellos años lejos de casa, previos al Estudiantes, clave en todo lo que iba a suceder después. El primer año en Madrid, donde se le atragantaron los estudios en el Ramiro, combinó el equipo EBA con el júnior y llevaba un mes de vacaciones cuando Pepu le llamó para la final contra el Barça. La noche antes había estado viendo la NBA y tuvo que despertarle una vecina. Aquella canasta en penetración en el Palau es el comienzo de un época. "Esos 20 segundos del final de liga con Estudiantes me marcaron. Nunca había ido convocado con el primer equipo. Venía de vacaciones, no me sabía las jugadas, estaba preocupado... Esa tensión desde el minuto uno de profesional me ha ayudado", confesaba en una entrevista con este periódico años después.
Ese verano también ganó el Europeo júnior, en Zaragoza, a las órdenes de Txus Vidorreta y con el 10 a la espalda (el eterno 13 lo llevó Antelo). "Un chico con mucho gancho", tituló su primer artículo en EL MUNDO un periodista que era a la vez admirador (como todos) de aquel insólito mago.
"El sueño de toda mi vida". La NBA fue la siguiente estación, a la que llegó con 20 años -dos años antes estuvo por primera vez en EEUU, en el Nike Hoop Summit de San Antonio-, campeón del mundo (esa semifinal contra Argentina...), número 27 del draft (por los Suns que tenían a Steve Nash y deciden traspasarle a Portland) y sin saber inglés. Y con el golpe de realidad de tantos, mucho banquillo y "pocas explicaciones" de Nate McMillan. Pero sin perder la esencia. "Podría estar triste si estuviese aquí perdiendo el tiempo, pero al contrario. Estoy mejorando técnica y físicamente y aprendiendo un idioma. Todo va muy bien para mí", confesaba en una entrevista a ABC en diciembre de 2006.
Sergio Rodríguez posa para EL MUNDO en Nueva York, en su etapa en los Knicks.EL MUNDO
Estuvo tres temporadas y media en Portland (coincidió con Rudy Fernández, con quien el destino le tenía preparada una despedida a la vez), unos meses en Sacramento (con Nocioni) y otro curso en los Knicks, vida en la Gran Manzana. El sueño se cumplió, con toda su realidad y toda su crudeza también. Se codeó con aquellos que admiraba (Iverson, Garnett...), danzó en ese mundo idealizado desde la infancia e incluso coleccionó momentos deportivos inolvidables. Pero se amontonaron las ganas de más. Tan valiente para partir como para regresar, sin pronunciar jamás una frase de arrepentimiento, y un fichaje por el Real Madrid de Messina.
Nada sencillo aquel ambiente, donde, él mismo lo reconoce, todo se magnificaba en negativo. Con Messina huido y Lele Molin a los mandos, los blancos se colaron muchos años después en una Final Four, la que iba a ser primera de muchas para el Chacho (aunque aquello fue un revés en el Sant Jordi, acabaría jugando seis finales y ganando tres Euroligas). Sin saberlo, aquel verano de tiroteos, de la llegada con pocas bienvenidas de Pablo Laso, era el comienzo de una era.
Rudy, Chacho y Llull, tras ganar la Euroliga de 2015.EL MUNDO
Con el estallido personal del Chacho en los playoffs de 2012, especialmente en las semifinales contra el Baskonia, cuando a su virtuosismo e imaginación se unió el acierto desde el triple. Esa primera etapa de lasismo fue su cénit, el MVP de la Euroliga, el título en 2015 en el Palacio... Hasta que la NBA volvió a cruzarse en su camino. Y los sueños de infancia, sueños son. Aunque el Chacho y Ana ya fueran padres de Carmela y aunque Claudio, su bulldog, no pudiera viajar con la familia a Filadelfia, donde eligió un apartamento en el centro de la ciudad.
Los Sixers se encontraron a un base diferente, maduro, inteligente, ambicioso. El Chacho asistió al debut de Joel Embiid, que le saludaba con una peineta en la visita de este periódico en febrero de 2017. Fue a menos en la rotación de Brett Brown y las ofertas para seguir un año más, demasiado inestables, no le convencieron.
Sergio Rodríguez, tras proclamarse campeón de la Euroliga en 2019 con el CSKA.Juan Carlos HidalgoEFE
Y cuando tocó volver a Europa, el Madrid ya había armado su equipo y el CSKA le puso sobre la mesa una oferta de esas que no se pueden rechazar. De USA a Rusia, la familia Rodríguez, una aventura vital que iba a coronar con su segunda Euroliga, en Vitoria 2019 (primer español en ganarla) con un club extranjero. De ahí a Milán, siempre cotizadísimo, el reencuentro con Messina, donde de él se enamoró cada aficionado del Armani e incluso el propio dueño Giorgio, que llegó a decir: "Me gusta todo de él. Amo a sus niñas. Su actitud dentro y fuera de la cancha es ejemplar. Y luego su sonrisa y su mirada profunda dicen mucho de él, son el espejo de su alma". Y un par de temporadas para cerrar el círculo en el Real Madrid, hasta otra Euroliga, la de Kaunas, protagonista principal el Chacho en la Final Four y en la feroz serie de cuartos contra el Partizán en la que se echó al equipo a la espalda, otro destello maravilloso.
Y, durante todo este tiempo, siempre su querida selección, de la que se retiró tras los Juegos de Tokio y se ausentó, por descanso, en el Mundial de 2019 que fue oro en Pekín. Más de 150 partidos y siete medallas con España, de Saitama a Saitama.
"Siempre soñé con retirarme estando bien físicamente y ganando mi último partido. Y ahora la vida me ha ofrecido este regalo", dice en su carta de despedida quien no ha querido homenajes jugando. Pues para él, el baloncesto siempre fue diversión, no nostalgia. El secreto lo guardó y las canastas ya echan de menos el chachismo, al eterno 13.