«Intenta pegar todo lo duro que puedas», reclamaba este jueves el entrenador, Juan Carlos Ferrero, y, al otro lado de la pista, Álvaro Alcaraz, en labores de sparring, se dejaba el físico. Debía ser Jannik Sinner, el rival de su hermano Carlos este viernes en semifinales de Roland Garros (14.30 horas, Eurosport), como antes fue Stefanos Tsitsipas, Félix Auger-Aliassime o Sebastian Korda. «Venga, al mejor de tres», retaba Ferrero a los hermanos e
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María Vicente es todo lo que el atletismo español siempre soñó. Un talento único entre 48 millones, una campeona olímpica en potencia. Cuando era adolescente fue campeona del mundo juvenil de heptatlón y batía uno, dos o tres récords de España cada mes, en categoría cadete, juvenil o promesa, en 60 metros vallas, salto de altura o salto de longitud. Ahora a sus 22 años llegaba lo mejor. En el Mundial indoor de Glasgow que empezó este viernes iba a ser campeona absoluta por primera vez: no había dudas.
Lo proclamaba el ranking, que la situaba como la mejor del planeta; lo confirmaba la lista de inscritas, con la ausencia de referentes como Nafissatou Thiam y Katarina Johnson Thompson; pero sobre todo lo anunciaba su mirada. Decidida, confiado, madura... hasta sus rivales le daban por favorita pese a su juventud. Pero el atletismo, el deporte en general, puede ser muy cruel.
Este viernes en la primera prueba de las cinco del pentatlón -vallas, altura, peso, longitud y 800 metros-, Vicente fue la más rápida y, es más, fue más rápida que su propia sombra. Un rayo en los 60 metros vallas con una marca (8.07 segundos) que nunca había alcanzado. Ya era la líder, quien quisiera el oro debería arrebatárselo. Pero justo después el 'crack'. En la siguiente prueba, el salto de altura, colocó el listón a 1,73 metros -un desafío sencillo para ella-, pisó raro en uno de los primeros apoyos, paró en seco y de inmediato se estiró en la colchoneta rota por el dolor.
"Por favor, no, por favor, no, otra vez no", repetía mientras la desgracia le contradecía. Las primeras exploraciones confirmaron que se había roto completamente el tendón de Aquiles de la pierna izquierda. Adiós al Mundial indoor de Glasgow y, mucho peor aún, adiós a toda la temporada, es decir, a los Juegos Olímpicos de París.
"Estoy temblando y en shock"
"No he tenido ningún aviso, he metido el apoyo y he escuchado un 'crack'. Estoy temblando y en shock. Sé que será más duro que la última vez y sólo puedo afrontarlo con energía", comentó Vicente, en la zona mixta del Emirates Arena de Glasgow, donde apareció pese a todo -una muestra de su educación- con la ayuda de una silla de ruedas. Según comentó, este mismo sábado volará a Barcelona y se operará en la clínica Tres Torres, un lugar que conoce.
Porque la desesperación de Vicente sobre la colchoneta venía del daño sufrido, sí, pero también del recuerdo. Desde su estreno entre adultos la española arrastra un calvario que oculta su habilidad. Hubo episodios que hoy son anécdotas, como los tres nulos en el salto de longitud del Europeo indoor de 2021, o la nefasta actuación en la jabalina que la descartó en los Juegos Olímpicos de Tokio. Pero ya hay verdaderas cicatrices. En 2022 Vicente se rompió el cuádriceps de la misma pierna izquierda y se perdió el Mundial de Eugene y el año pasado otra dolencia le obligó a renunciar a las combinadas y centrarse en sus mejores pruebas, los saltos. En el último Mundial de Budapest, de hecho, participó en longitud y triple y en ambas disciplinas se quedó a escasos centímetros de la final.
Según explicaba a EL MUNDO su entrenador, Ramón Cid, por quien Vicente abandonó su Hospitalet natal y se instaló en San Sebastián, en los últimos meses se había profesionalizado de verdad. Prodigio generacional desde pequeña, en sus primeros años en categoría absoluta aún le faltaba cuadrar todos los entrenamientos, cumplir con las horas de sueño, aceptar la rigidez de la dieta, pero ya lo había hecho. Desde el pasado verano, Vicente estaba mentalizada para ser campeona en este Mundial indoor de Glasgow y brillar en los Juegos Olímpicos de París. Cumplía con todo: ni un solo rodaje quedaba por hacer, todos los días estaba pronto en la cama, no se permitía ni una chocolatina. Ahora a sus 22 años llegaba lo mejor. Pero el atletismo, el deporte en general, puede ser muy cruel.
Una oportunidad y otra y otra y... al acabar las semifinales ante Alemania, los jugadores de España no se podían quitar de la cabeza los últimos tres minutos de partido en los que pudieron marcar y no lo hicieron. La selección volvió a caer en las semifinales de unos Juegos Olímpicos, un muro histórico -ocurrió en 1996, 2000, 2008 y 2020-, y seguramente ésta fue la vez más dolorosa. Incluso si mañana (09.00 horas) se cuelga el bronce en la final de consolación ante Eslovenia, el pivote Javi Rodríguez recordará los dos lanzamientos a bocajarro que tuvo para anotar y estrelló contra el portero germano, Andreas Wolff.
Al acabar el encuentro, Rodríguez, el más joven del grupo, de sólo 22 años, lloraba en el banquillo tapándose el rostro con la toalla blanca mientras sus compañeros se marchaban hundidos a vestuarios. El golpe fue tan importante que esta vez no hubo unión. Cada uno por su lado trataba de superar lo ocurrido, de digerir la rabia, de tranquilizarse.
Era complicado. Más de la mitad del grupo ya sufrió el mismo golpe hace sólo tres años en las semifinales de los Juegos de Tokio y ayer se veía en la final, por fin en la final olímpica, la primera de la historia de España. «Ahora mismo no sé qué decir, no puedo animar a la gente, no puedo hablar. Es bastante jodido sacar palabras de ánimo porque lo hemos tenido en nuestras manos. Hemos tenido oportunidades y no las hemos aprovechado», comentaba Jorge Maqueda justo al acabar el encuentro. «Hemos sido claros dominadores del juego, pero no de la finalización, que al final es lo que te permite ganar el partido», analizaba el seleccionador, Jordi Ribera, en una zona mixta en la que se mezclaban los sentimientos. Hubo disgustos y hubo enfados.
El recuerdo distinto de Tokio
Pese al mérito en las paradas de Wolff, el portero alemán, algunos señalaban que faltó más paciencia y más puntería en los lanzamientos. «Wolff es un gran portero, pero le hemos metido nosotros en el partido con tiros mal seleccionados. Es más culpa nuestra que mérito suyo. Era una oportunidad única que no hemos sabido aprovechar. Duele más porque sabemos que no es un equipo superior a nosotros», aseguraba Gonzalo Pérez de Vargas con cierta razón.
Al contrario de otros equipos en estos Juegos, como Egipto, rival en cuartos de final, Alemania no impuso su juego por encima de España, pero igualmente dominó el marcador. Hasta dos veces el equipo de Ribera estuvo muy por debajo (10-6 en el minuto 18 y 19-16 en el minuto 42) y hasta dos veces tuvo que remontar. Su virtud: la defensa y los contraataques. La virtud de Alemania: sus lanzadores, especialmente Renars Uscins, el hombre que eliminó a Francia.
Contra ellos había que poner el pecho, todo el cuerpo, el alma detrás y delante dejar que hicieran Ian Tarrafeta o Agustín Casado. El plan funcionaba y el único obstáculo para la victoria era Wolff. Antes incluso de sus paradas salvadoras a Javi Rodríguez, el portero alemán ya llevaba una racha asombrosa y así acabó: detuvo 22 de los 45 lanzamientos que recibió, entre ellos el único siete metros que hubo a favor de España. Aleix Gómez, con un 100% en el torneo hasta entonces, contabilizó su primer fallo.
«Estamos fastidiados, pero habrá que hacer borrón y cuenta nueva. Las fuerzas las sacaremos de dónde sea, pero costará, costará», reconocía Maqueda que sabía que la situación era muy diferente a la vivida hace tres años. Entonces en el Gimnasio Nacional Yoyogi de Tokio hubo una conjura entre veteranos y jóvenes: para algunos, como Raúl Entrerríos, Julen Aguinagalde o Viran Morros, el bronce suponía una fabulosa despedida y para los otros, como el propio Pérez de Vargas o Alex Dujshebaev, su primera medalla olímpica. Las semifinales, ante Dinamarca, también habían sido muy distintas, con pocas opciones de victoria. Ahora los que ya estuvieron en Tokio querían más y de ahí el enojo.
«Lo más rápido que podamos habrá que levantar la cabeza y pensar que todavía podemos ganar el bronce», aseguraba Pérez de Vargas antes de meterse en el vestuario, donde ahí sí, había que recuperar la piña y empezar a rehacerse para mañana marcharse de los Juegos con un bronce, otro maldito bronce, el quinto, aunque perdure el recuerdo por los goles perdidos.