Viktoria Plzen 2 Barcelona 4
El equipo azulgrana, que jugará la Europa League, dice adiós a la máxima competición con un triunfo en Pilsen que no sirve para mejorar su imagen
Dicen que debía ser por honor, ese concepto tan vaporoso que vale para todo menos para asumir carencias. También por dinero, porque 2,8 millones de euros nunca sobran cuando, para sostener esa propiedad de los socios cada vez más ficticia, hay que hacer frente a créditos e hipotecas. Poco importa el argumento o la coartada cuando el Barcelona jugó su último partido de esta Champions en otoño, el Día de Todos los Santos, en un pequeño campo municipal de Pilsen, y ante un equipo, el Viktoria, conocido por sus derrotas pero que remató hasta 22 veces. Antes de volver al subsuelo de Europa, el equipo de Xavi Hernández dijo adiós con un triunfo que sólo desveló tristeza.
Además, la noche sirvió para que el imberbe Pablo Torre conociera en hora y media lo ingrato y lo bello que puede ser el fútbol. Protagonizó un error de bulto que corrigió Iñaki Peña, cometió un penalti por empujar a un rival y, en el momento en que ahuyentó a todos sus demonios con un desmarque de pillo, un control prodigioso y un zurdazo redentor, sus gemelos se encaramaron hasta la nuez y le sacaron del partido. El precio de un esfuerzo desmedido.
No hubo manera de que escampara el desconsuelo. El Barça jugó como si le hubieran atado mancuernas en los pies. La defensa, donde formaban dos capitanes (Piqué y Jordi Alba) y dos refuerzos (Bellerín y Marcos Alonso), fue un desastre ante el estibador Chory. El centro del campo lo aguantó Gavi; con Kessié, desnortado y lesionado como mediocentro; y Pablo Torre, a sus 19 años, condenado a estar pendiente del qué dirán. Mientras que Ansu continúa en el paso fronterizo del limbo.
Xavi debió pensar que la cita serviría tanto para ofrecer descansos (ninguno tan necesario como el de Lewandowski) como para conceder oportunidades. Y hubo algunos que lo aprovecharon. Como el portero Iñaki Peña, que en su debut oficial como azulgrana hizo seis paradas. Como Raphinha, mejor cuando se aleja del preciosismo y se acerca a la creación. Y, sobre todo, como Ferran Torres, que reivindicó su papel ahora que se acerca el Mundial. Cinceló el primer tanto con un pase interior a Ansu -erró el meta Stanek y Marcos Alonso embocó sobre la línea-, y marcó dos goles. Uno al borde del descanso tras asistencia de Alba, y otro tras burlar a tres defensores y aliarse con Raphinha.
El Viktoria Plzen, uno de los peores equipos de la competición, tiró dos veces a los palos. Llevó al límite de la cordura a los defensores azulgrana entre faltas laterales, córners y zapatazos de todo tipo. Pero acabó cediendo ante un Barcelona que, una vez asumido el destierro, logró ser efectivo donde menos lo necesitaba. Y quizá lo hiciera dando vueltas a esa expectativa tan borgiana: «Si pudiera vivir nuevamente mi vida, en la próxima trataría de cometer más errores. No intentaría ser tan perfecto».