Horas y horas podía haber durado el duelo entre el Valencia y el Sevilla sin que ninguno de los dos equipos lograra desencallar un duelo viscoso y gris. Al equipo de Baraja se le ven las costuras en ataque, con jugadores voluntariosos pero poco desequilibrantes cuando el rival se centra en oscurecer el duelo. Le pasó ante el Celta de Rafa Benítez y con este Sevilla de Quique Sánchez Flores, dos entrenadores que asfixiaron la propuesta de quien fue su jugador. El empate les sabe a poco a los locales, pero es oro para los hispalenses, que se alejan un poco más del peligro aunque sea tirando a puerta por primera vez en el tiempo añadido. [Narración y estadísticas]
El Valencia se agarra al descaro que enciende a Mestalla y lo convierte en un elemento más del juego que el Sevilla notó. Este estadio ha decidido desgañitarse contra un dueño que jibariza al club con tanta intensidad como alienta a un equipo joven con la ternura que da saber que quieren comerse el mundo con limitaciones infantiles. Buscó las cosquillas al equipo andaluz desde el mismo arranque, alocado y a arrebatos como el de Fran Pérez que, a los 36 segundos, ya desesperó a Baraja por haberse plantado solo en la frontal y ni haber inquietado a Nyland. Son las luces y las sombras que acompañan a este Valencia. Capaz de nublar al Sevilla desajustado en los primeros minutos sin poder apuntillarlo. Pepelu y Guillamón se sacudían a Soumaré y Óliver mientras Canós trataba de encontrar cómo agitar a una defensa cada vez más disciplinadamente ordenada.
Ese es el sello que Quique le ha puesto a este Sevilla, que no duda tanto arropado en tres centrales pero que en Mestalla se manejó con un ritmo cansino que alejaba a En-Nesyri y al resolutivo Isaac Romero del área de Mamardashvili. La consecuencia fue que, desesperados y grises, ni pudieron aprovecharse de los despistes, que los hubo. Ni un tiro a puerta porque no les llegaba su dosis de pelota, ni en las carreras de ida y vuelta de Navas y Kike Salas ni tampoco en las recuperaciones de Sow y Acuña, que corrían más mirando la pelota que disputándola.
Fueron aculándose los sevillistas en su campo con las dos armas ofensivas que mostró el Valencia para agitar el orden sevillista. Una es Gayà, capaz de cabalgar de una línea de fondo a otra y poner un centro que embocó Yaremchuk al cuerpo de Nyland. La otra, Foulquier en unos alardes inesperados que alimentaban a Fran Pérez, tan alocado que empieza a provocar el runrún de Mestalla, y que le llevaron a caer en el área por un empujón de Isaac que Soto Grado no consideró penalti.
El guion no cambió tras el descanso. Si acaso se acentuaron los papeles. El Sevilla vivió encerrado en su campo, empeñado en no cometer errores y pensando que el punto quizá no era malo. Es lo que ocurre cuando se vive en el alambre, que uno se vuelve conservador.
No podía hacer más, aunque Quique quiso control con Pedrosa y Suso, y el consuelo era que en su tela de araña caía una y otra vez el Valencia, tan dominador como desacertado. El único duelo que Yaremchuk le ganó a Sergio Ramos, lo hizo arrancando en fuera de juego y lo acabó con un remate al cuerpo del meta noruego. No cambió el partido Javi Guerra ni Peter Federico, desubicado aunque capaz de ajustar al palo el rechazo de un córner. Con el 90 cumplido y volcados, hasta el Valencia empezó a valorar que mejor no dejar escapar lo ganado porque Ramos conectó el primer cabezazo que no cogió portería y el recién llegado Veliz el primer remate que fulminar con una estadística sonrojante para el sevillismo.