El antiguo árbitro Ángel Franco Martínez ha fallecido a los 86 años, según anunció este sábado la Federación Española (RFEF). Tener el mismo apellido que el dictador Francisco Franco provocó que desde los 70 en España se utilicen los dos nombres de familia para mencionar a los colegiados.
“La RFEF desea mostrar su más sentido pésame a la familia y amigos de Ángel Franco Martínez, árbitro internacional de Primera División de 1969 a 1986. Dirigió dos partidos en el Mundial de Argentina 1978. Fue, además, vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros hasta 2018. Descanse en paz”, publicó la RFEF en sus redes sociales.
Franco Martínez pasará a la historia por instaurar la utilización de los dos apellidos en España para referirse a los árbitros, una peculiaridad que llama la atención en otros países.”Como su apellido coincidía con el del dictador Francisco Franco, esto daba lugar a comentarios inoportunos en aquella época”, recordó el diario deportivo español Marca en su edición digital este sábado.
“Los periódicos titulaban en ocasiones con ‘Franco es muy malo’, ‘Franco se cargó el partido’, ‘Todos culpan a Franco’. Publicaciones que molestaban al dictador. Y no solo en los medios de comunicación, los aficionados también aprovechaban en los estadios para desahogarse con el dictador, escudándose en el apellido del colegiado”, explicó el periódico más vendido en España.
Los Dallas Mavericks de Luka Doncic y Kyrie Irving arrollaron 103-124 este jueves a los Timberwolves de Minnesota para ganarse una plaza en la final de la NBA que disputarán contra los Boston Celtics.
Doncic e Irving, jugadores del equipo de Dallas, sumaron 72 puntos para ganarse en el quinto partido contra Timberwolves el pase a la serie final con los Celtics de Boston.
El esloveno se apuntó el doble doble de 36 puntos, 10 rebotes y 5 asistencias, mientras que Irving agregó los mismos tantos, 4 rebotes y 5 asistencias.
Los jugadores PJ Washington ( 2,01 metros de estatura) añadió 12 puntos y Daniel Gafford (2,08 metros de estatura) 11.
Por los locales, Karl Anthony Towns y Anthony Edwards hicieron 28 puntos cada uno.
Los Timberwolves iban perdiendo 3-0 en la serie cuando resucitaron este martes al vencer a los Mavericks 105-100 en el cuarto partido de la serie. Esta jueves, el equipo de Minnesota intentó frenar a los Mavericks sin éxito.
Los Mavericks no han llegado a la final desde la temporada 2010-2011, cuando ganaron su único campeonato NBA. Esta temporada, disputarán la final contra los Boston Celtics desde el 7 de junio hasta posiblemente, el 21 del mismo mes.
Doncic, quien como Irving se culpó de la derrota este martes, sumó 12 puntos, 6 de ellos de dos triples, en los primeros minutos de juego, con lo que los visitantes declararon su intención de ganar (8-16).
El entrenador de los Timberwolves, Chris Finch, pidió su primer tiempo muerto y en un abrir y cerrar de ojos los locales empataron a 18.
Pero el ex madridista esloveno acertó otros dos triples de corrido para devolver una ventaja considerable a los texanos e Irving cerró el marcador del cuarto inicial con una internada (19-35).
Doncic concluyó el primer segmento con más tantos (20 con 72.7 por ciento de aciertos) que todo el equipo local.
El segundo parcial comenzó explosivo con un tiro con paso atrás de Irving, triple de Maxi Kleber y los locales con estadísticas de tiro deprimentes (14.3 % en triples y porcentaje de 31 en total).
Rudy Gobert dispara mientras Dereck Lively II y Luka Doncic defienden la canastaAP
Las dos defensas cerradas obligaron a alargar los pases en ataque para ambas escuadras, pero era Dallas la que conservaba un abrumador liderazgo antes de llegar al ecuador del segundo cuarto a pesar de unos brillantes minutos de Towns (32-49).
Triples de Doncic (25 puntos y 5 triples en la primera mitad) e Irving (19) consiguieron que los Mavericks llegaran al descanso con unos abrumadores 29 puntos arriba (40-69).
Los Mavericks inscribieron porcentajes de acierto por encima de 60 mientras que los Timberwolves registraron un triste 34,9 % de éxito con un lamentable 16,7 % (2 de 12 intentos) en triples.
Doncic sirvió un pase que Washington convirtió en 'alley oop' y la siguió metiendo para llegar a sus 29 puntos personales en el minuto y medio del tercer segmento.
El entusiasmo que los aficionados del Target Center de Minneapolis habían mostrado desde el comienzo del partido se apagó cuando Doncic llegó a sus 31 puntos para imponer una ventaja de 36 tantos (46-82).
Tres triples de Edwards en un par de minutos hicieron poca mella a los dominadores visitantes (60-87), pero fueron suficientes para que el entrenador de Dallas, Jason Kidd, llamara a capítulo a sus pupilos.
Towns acertó su primer triple de cinco intentos, Irving le contestó con su tercero de siete y Doncic llegó a sus 33 puntos para dejar el marcador en 73-97 a falta del último cuarto.
Los locales comenzaron el segmento definitivo con un 9-0 que interrumpió Irving con un palmeo (78-103).
El australiano americano clavó su cuarto triple y Doncic su sexto cuando a falta de medio parcial parecía que la final de la NBA de este año ya estaba definida (85-111).
Los Timberwolves se dieron por vencido y Finch sacó a jugar a los suplentes minutos antes de concluir un partido que le dio el pase a la final a los Mavericks (103-124).
«Yo, bombo... Yo, bombo...» Era lo único que Manolo acertaba a decirle a una joven policía sudafricana, que lo miraba con incredulidad y nos miraba al resto en busca de respuestas. Lo único que encontraba eran risas. Manolo no estaba dispuesto a dejar el bombo para entrar en el estadio Ellis Park, donde España debía enfrentarse a Honduras, como le exigía la responsable de seguridad. Los nervios le impedían enlazar las cuatro palabras de su rudimentario inglés. Alguien le dijo a la policía que Manolo era «nuestro Nelson Mandela», a lo que el aludido contestó: «¿Que soy el qué?». La agente se contagió de las risas y, con alguna explicación más, accedió a dejarle pasar. «Yo, bombo... Yo, bombo...», repetía mientras se adentraba en las tripas del estadio. Esas dos palabras sintetizaban, en realidad, su vida, la de un personaje que llevaba la alegría a las gradas, aunque su vida se desmoronara como la de un juguete roto.
España ganó a Honduras (2-0) en el Ellis Park de Johannesburgo y comenzó el camino hacia el título después de caer contra Suiza. La recuperación de la selección de Vicente del Bosque fue, en cambio, en paralelo a la recaída de Manolo, aquejado de una fuerte ciática. Alojado con los periodistas, pedía continuamente ibuprofeno hasta que ya no pudo más y, entre lágrimas, dijo: «Me tengo que ir a casa». El debut de España había desatado críticas y dudas, por lo que Manolo regresó apenado, pero sin la sensación de perderse algo histórico. España ganó a Portugal, en octavos, y a Paraguay, en cuartos, para alcanzar las semifinales. La selección había encontrado el juego, pero le faltaba el bombo.
"El bombo o yo"
El siguiente problema era un problema que perseguía a Manolo: el dinero. Una separación con cuatro hijos que estuvieron tiempo sin hablarle, una segunda relación de la que salió más endeudado y negocios ruinosos relacionados con la hostelería, las copas y hasta el alterne, con un local en la carretera de Sariñena, lo habían dejado seco. Su primera mujer, una «belleza», según repetía, le dijo: «El bombo o yo». Al volver, se encontró el piso vacío. Apenas conservaba su bar-museo, junto a Mestalla, que también acabó por cerrar.
Si estaba en Sudáfrica, como en todos los Mundiales anteriores desde España'82, había sido por las ayudas de la Federación en los tiempos en los que viajar con la selección era una frustración constante. En los chárter con los jugadores y los periodistas apenas lo hacían Manolo y Revilla, un prestamista con americana de prestamista, siempre la misma.
Había que ayudar a Manolo a volver a Sudáfrica, insistir a la Federación y a los patrocinadores. Para eso, Ángel Villar era fácil, un sentimental. Lo hizo en uno de los chárters que desplazaban a familiares. Cuando se subió al autocar para ir al estadio de Durban, escenario de la semifinal ante Alemania, a Manolo se le habían quitado todos los dolores. Vio marcar a Puyol en directo, como a Iniesta en la final. «Ya me puedo morir», dijo entonces. Le quedaban partidos y le quedaba tiempo, pero un tiempo que le deparó decepciones y le llevó a rayar la depresión.
Bocadillos para los niños
La Federación cambió, con la llegada de Luis Rubiales, y el cariño, también. Acudió todavía al Mundial de Rusia, que estaba comprometido, pero ya nadie le llamó para ir a Qatar. Manolo sintió que no era correspondido. Había dejado su vida por la selección, pero el fútbol no le respondía, todo lo contrario que los aficionados. Era reclamado para autógrafos y fotografías más que cualquier jugador. En el primer viaje de la selección a Albania tras la caída del régimen comunista, la tripulación sólo estaba interesada en fotografiarse con dos personas, Manolo y José María García. En Tirana, pidió a todos los bocadillos de la prensa para repartirlos entre los niños harapientos.
Manolo, en un partido de España.Kai FörsterlingEFE
Había nacido en La Mancha, hijo de un albañil, pero creció en Huesca, vivió en Zaragoza y, finalmente, en Valencia, donde puso el bar-museo al que había que ir a por el bocadillo antes del partido. Acudió a un encuentro entre Zaragoza y Valencia, «los dos equipos de mi vida», recién operado de menisco, y la Cruz Roja le dio una vuelta al ruedo en La Romareda.
La gran aparición de Manolo se produjo en el Mundial de España, en 1982, en el que se desplazaba de una ciudad a otra en auto-stop. Fingió vomitar para bajarse, después de que un conductor alemán se le insinuara, e hizo otro de los tramos en un coche fúnebre, con el bombo apoyado sobre el ataúd. Ponía nombres a los tambores, como si tuvieran vida, como si fueran los hijos de los que se había alejado. Al primero le llamó Clarete, hecho en Calanda. Después llegó Pingüino y, finalmente, 'Escachuflau', por los desperfectos tras un accidente.
Nunca se separaba de su instrumento y se enfadaba si le obligaban a facturarlo en los aviones. Al llegar a Zenica, en Bosnia, para jugar un partido en la era de Luis Aragonés, alguien apareció a la carrera y se llevó el bombo. El conductor del autobús lo atrapó. No era la primera vez. Dada la suciedad de las habitaciones, durmió en la recepción, abrazado al bombo como se abraza a una pareja.
«¿Voy a llamar a Movistar para ponerlo en el bombo?», dijo en una última comida. Habían pasado ya los tiempos de los bolos con las selecciones de Costa Rica o Venezuela. «Tendré que venderlo», se resignó después. Ese día había muerto en vida.