James Montague es un escritor británico que pasó 10 años escarbando por las profundidades de las facciones ultras del mundo del fútbol. Para dar forma a su libro “1312: Among the Ultras“, publicado en 2020, viajó por 25 países, haciendo una inmersión directa entre los aficionados más radicales, desde Buenos Aires hasta los Balcanes, pasando por Indonesia, donde fue perseguido por un grupo de seguidores del equipo más grande de Yakarta, que iban armados con machetes.
A Montague, familiarizado en primera persona con la violencia en el fútbol indonesio, no le sorprendió la tragedia del pasado sábado en un estadio de Java Oriental que acabó con 125 muertos y más de 300 heridos. “Fue un desastre que se esperaba que ocurriera”, sostiene el británico. “A la cultura de violencia dentro de ciertas secciones de ultras en un país donde es frecuente ver a entrenadores siendo atacados por fanáticos después de malos resultados, hay que sumar las malas instalaciones y la falta de coordinación entre las fuerzas de seguridad. La policía no está equipada ni tiene la habilidad para lidiar con multitudes de ninguna manera, por lo que recurre a una violencia brutal“, sentencia.
Para saber más
Antes del asalto al campo del estadio de Kanjuruhan, antes del baño de sangre cuando la policía comenzó a disparar gases lacrimógenos y hubo la estampida de aficionados, el partido entre el Arema FC y el Persebaya Surabaya había acabado con una ajustada victoria de los visitantes por 2-3. Era la primera derrota en 23 años de los locales ante sus acérrimos rivales.
Abdul Bassith Tamami, investigador de la Universidad Estatal de Surabaya, ya escribió el año pasado un artículo sobre la enemistad “feroz, brutal y cruel” entre los aremania y los bonek, como se conoce a los seguidores de ambos equipos, uno de la ciudad de Malang y el otro de Surabaya, a dos horas en coche de distancia. Un encuentro que otras veces ya había dejado altercados con varios heridos.
Las autoridades lo sabían y por ello no permitieron la entrada al estadio de la afición del Surabaya. Además, anticipando una reacción desmedida de los aremania si su equipo perdía, la policía de Malang envió una carta el 18 de septiembre al club y al regulador de la liga indonesia para recomendar que el partido se disputara por la tarde, a las 15.30 horas, y no por la noche como estaba previsto. En la misiva, desvelada ahora por los medios locales, los agentes pedían que la cantidad de espectadores se ajustara a la capacidad del estadio: 38.000 asientos. El sábado en el Kanjuruhan hubo más de 42.000 personas. Y hubo caso omiso a la petición de la policía porque el partido se jugó a las 20.00 horas.
La carta llevaba la firma de Ferli Hidayat, jefe de policía de Malang, que el lunes por la tarde fue destituido como primer señalado por la excesiva respuesta de los agentes que trataron de dispersar a los más de 3.000 aficionados que se lanzaron al campo, muchos de los cuales, además de pelearse entre ellos, persiguieron a los jugadores de su equipo, que se atrincheraron en los vestuarios.
La ira nacional contra la actuación policial sigue subiendo con vigilias cada noche por todo el país donde llaman “asesinos” a los agentes. Están saliendo nuevos vídeos en los que se ve a los oficiales lanzar botes de gas al campo y a las gradas mientras continuaban persiguiendo y golpeando con sus porras a aficionados que ya estaban tendidos en el suelo.
A medida que se van desvelando las identidades de las víctimas, el último parte de la tragedia del Kanjuruhan dice que entre los 125 muertos hubo menores que fallecieron por aplastamiento o asfixia. El más pequeño tenía tres años. El presidente de Indonesia, Joko Widodo, ha ordenado indemnizaciones para las familias de las víctimas, además de la creación de un grupo de trabajo para investigar lo ocurrido y buscar responsables.
Destitución del jefe de policía
Las autoridades han anunciado que, además de la destitución del jefe de policía, hay otros 18 agentes que están siendo investigados por lanzar gases lacrimógenos contra los aficionados que invadieron el terreno de juego cuando finalizó el partido. Son sospechosos de, en palabras de Dedi Prasetyo, de la Jefatura de Policía Nacional de Indonesia, “violar el código de ética”. Nueve de ellos han sido suspendidos este martes.
No es la primera vez que en Indonesia la policía usa estos gases para dispersar las protestas en un estadio abarrotado, a pesar de que la FIFA los prohibió como medida de control de multitudes. Hay varios precedentes, como uno mortal en 2012, cuando un aficionado murió tras desmayarse a causa de los gases lacrimógenos. Un suceso criticado entonces porque no se investigó.
También se dio carpetazo en 2018 a la muerte de un adolescente de 16 años que falleció un día después de desmayarse en el estadio de Kanjuruhan, cuando la policía respondió de nuevo con gases lacrimógenos a una trifulca en las gradas. Antes de la tragedia con las 125 víctimas del sábado, en el país del Sudeste Asiático los muertos relacionados con el fútbol rozaban el centenar desde 2005.
En Indonesia es habitual que los equipos, cuando juegan fuera de casa, lleguen a los estadios en vehículos blindados. Los ultras se entrenan muchas veces bajo una disciplina militar sabiendo que probablemente el partido acabe con enfrentamientos con la policía, que desde hace años va equipada con material antidisturbios y que es famosa por emplear la fuerza bruta para reprimir a las multitudes, sin importar las consecuencias porque luego no rinde cuentas a nadie.
“Casi nunca ha habido ningún juicio por el uso excesivo de la fuerza policial excepto en 2019, cuando dos estudiantes fueron asesinados en la isla de Sulawesi durante las protestas”, explica Wirya Adiwena, subdirector de la sección de Amnistía Internacional en el país asiático, que dice haber documentado más de 400 víctimas a causa de la brutalidad policial durante varias protestas sociales en los últimos dos años.
“Hicimos una acción preventiva antes de finalmente disparar los gases lacrimógenos cuando los fanáticos comenzaron a atacar a la policía, actuando anárquicamente y quemando vehículos”, ha defendido estos días el jefe de policía de Java Oriental, Nico Afinta. Pero cada vez salen más testigos a cargar contra una brutal actuación policial que provocó el caos y desencadenó una estampida masiva hacia las puertas, que además todas menos dos estaban bloqueadas, donde la lucha por salir del estadio se convirtió en un acto de supervivencia.