Hace años que la España del baloncesto adoptó al esloveno Luka Doncic como uno de los nuestros. Y no corren los mejores tiempos para el español de Liubliana. Sus Dallas Mavericks se han liado en el final de la liga regular (ocho derrotas en 10 partidos), y se han quedado fuera de los playoffs de la NBA. Todo parecía controlado, hasta que un movimiento en los despachos agitó de forma extraña al equipo. La dirección deportiva apostó por incorporar a Kyrie Irving, un jugador con currículum (campeón de la NBA con los Cavaliers junto a Lebron James; ocho veces All Star) y estadísticas (casi 20 puntos y ocho asistencias por partido en su larga carrera) de estrella contrastada.
De todo lo que hemos leído estas semanas, nos ha llamado la atención la intervención de Tim Hardaway, divertidísimo base All-Star en los noventa (consejo a los más jóvenes; pasad por el youtube y disfrutad del primer genio del ‘cross-over’) y padre de Tim Junior, compañero de Luka y Kyrie.
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“Ese movimiento (traer a Irving al equipo) no era para ellos -ha manifestado-. No arregles lo que no está estropeado. Además, echan en falta un líder. Luka no es un líder. Y Kyrie tampoco lo es (…). Ambos son grandes jugadores. Dominantes anotadores. Pero no verdaderos líderes”. Rápidamente salió su hijo al paso, quitando la razón a su padre. “Tanto Luka como Kyrie han demostrado su liderazgo de sobra estos años. Respeto a mi padre. Jugó muchos años en esta liga. Pero yo no tengo que estar de acuerdo con sus opiniones todo el rato”.
¿Es Luka Doncic un líder? ¿Lo es Kyrie Irving? ¿Acaso necesitaba Dallas que ambos lo fueran?
Si acudimos a la ciencia del comportamiento, se nos dice que “la estructura de la personalidad tiene una base biológica demostrada que apenas se modifica a lo largo de la vida de una persona”. En 1991, dos psicólogos norteamericanos, Murray R. Barrick y Michael Mount ya publicaron un metaanálisis describiendo las relaciones entre la personalidad -según el modelo llamado Big Five, que mide las dimensiones de Extraversión, Apertura Mental, Cordialidad, Responsabilidad y Neuroticismo- y el rendimiento laboral. Y se nos pone un ejemplo concreto: “una persona con una puntuación alta en la dimensión de Extraversión, y con una puntuación baja en la dimensión de Cordialidad, ejercerá un tipo de liderazgo diferente al que ejerza alguien con una puntuación más alta en la dimensión de Cordialidad”.
Visto lo anterior, resulta que, al hablar de liderazgo estamos hablando de una competencia ya identificada por la ciencia del comportamiento, y medible a través de cruces de factores que están en nuestra raíz biológica, en nuestro ADN.
Finalmente, esta es una reflexión que nos deja el también psicólogo (y premio Nobel de Economía) Daniel Kahneman en su último libro, titulado ‘Ruido; un fallo en el juicio humano’.
“Donde quiera que examinemos juicios humanos, es probable que encontremos ruido. Para mejorar la calidad de nuestros juicios, necesitamos dominar ese ruido (…) Emitir un juicio debería ser lo más similar a medir la temperatura en grados centígrados; en ambos casos va implícito nuestro objetivo de la exactitud, es decir, acercarnos a la verdad y minimizar el error. Juzgar no es sinónimo de pensar, y hacer juicios acertados no es lo mismo que tener un buen juicio. Las personas que tienen que tomar decisiones basadas en juicios son como el tirador que apunta a una diana. Necesitan instrumentos de medida”.
¿Qué tipo de jugador estaba buscando Dallas Mavericks con la incorporación de Irving? ¿Buscaban, acaso, además de un jugador con buenas estadísticas, un perfil compatible con Luka, y ambas personalidades compatibles con las de Jason Kidd, el entrenador actual? Es evidente que los entornos de alto rendimiento tienen instrumentos de sobra a su alcance para disminuir el ruido en la toma de decisiones sobre fichajes, incorporaciones, traspasos… Aunque, por lo que hemos ido viendo todos estos años, se han centrado mucho en el llamado ‘MoneyBall’ (el cruce de datos estadísticos en el juego), y no han tenido muy en cuenta los datos objetivos de la personalidad, que definen la llamada ‘química’ de un vestuario y que acaba impactando de forma evidente en la consecución de los objetivos.