Mundial Femenino de fútbol
En las tripas del estadio construido sobre un antiguo matadero indígena, las futbolistas españolas comenzaron una fiesta que no acaba. Esta noche llegan a Madrid
España ganó el Mundial con un zurdazo sobre tierra indígena. El Stadium Australia de Sídney ocupa un terreno del Parque Olímpico que durante miles de años fue el hogar del pueblo wanngal. Hasta que los primeros colonos británicos y las sucesivas epidemias de viruela diezmaron a los aborígenes, que tuvieron que unirse a otros clanes para sobrevivir.
El domingo, las que conquistaron la tierra de los Wanngal fueron 23 guerreras españolas. En la temporada más dura, con motines dentro de un barco que amenazaba con naufragar, ellas han logrado la estrella.
Tras el pitido final, interrumpió por megafonía a todo volumen el “Quédate” de Quevedo. Lo que ha logrado la selección española quedará grabado para siempre en la historia del fútbol femenino. Aunque, como decía un comentarista australiano, tras el rompedor Mundial de Australia y Nueva Zelanda, debería comenzar a llamarse solo fútbol.
Antes de arrancar el partido, sonaban las “babys” de Aitana en el estadio cuando Mia, una australiana que llevaba una bufanda de España y un gorro de Inglaterra, se desataba a bailar. Enseguida, tres de sus amigas se vieron arriba y la acompañaron. Ya estaban a tono porque minutos antes todas habían calentado con “La Macarena”. Todo era una gran fiesta.
Mientras, en las cinco pantallas gigantes del estadio, retransmitían la llegada del autobús de la selección española. Las jugadoras parece que ya estaban mimetizadas con el ambiente del campo: en las imágenes aparecían aporreando las ventanas, gritando y dando palmas, como escolares en una excursión del colegio. Así salieron luego de enchufadas al campo. “Tenían fuego en los ojos”, comentó después el seleccionador Jorge Vilda.
Muy buena entrada había en el estadio. Alrededor de 78.500 personas, dijo la organización. El grupo de españoles más numeroso y ruidoso se sentaba detrás del banquillo patrio. La mayoría eran familiares de las 23 jugadoras de combinado nacional.
El resto, sobre todo los expatriados que viven en Australia, estaban más repartidos por el resto de las gradas. Como dos familias con niños pequeños que llevan cinco años trabajando en la ciudad de Adelaida. O Carlos y Jorge, dos ingenieros madrileños que viven en la capital, Canberra. Por ahí también andaba Elsa Pataky, con la cara pintada con los colores de España, y su marido Chris Hemsworth.
En el palco de autoridades, la representación española más destacada era la de la reina Letizia, que llevaba una chaqueta roja, y que iba acompañada por su hija pequeña, la princesa Sofía. Algunos de los tabloides ingleses pusieron durante el partido la foto de la reina española entre los destacados de sus webs, reiterando los molestos que estaban los británicos por la ausencia del rey Carlos III o del príncipe Guillermo.
“¡Que bote la reina, que bote la reina!”, gritaban las jugadoras cuando esta bajó al césped para entregar la copa a la capitana Ivana Andrés. Ese fue uno de los vídeos de la final. Al igual que la llorera colectiva trofeo en mano o los corros en el centro del campo.
“Hemos creído y lo hemos conseguido luchando como jabatas. Esto es por todas esas niñas que van ahora a empezar a jugar al fútbol”, soltaba emocionada la capitana en la zona mixta mientras en la televisión del estadio, curiosamente, la realización ponía imágenes de niñas sobre el césped -familiares de las futbolistas- pegando patadas al balón con las gradas ya vacías.
“Lo que hemos hecho es muy grande. Quien me lo hubieran dicho cuando estaba en las categorías inferiores del Barcelona y el fútbol femenino no era ni profesional. Quiero agradecer a todas las personas que nos abrieron el camino y que no han tenido las mismas oportunidades que nosotras”, remarcaba Aitana Bonmatí, Balón de Oro del Mundial.
El estadio de Sídney ya ha pagado sus luces. A principios del siglo XX, aquí había un descomunal manadero estatal con capacidad para sacrificar a 25.000 animales a la semana.
Los revolucionarios Juegos Olímpicos del 2000 fueron un lavado de cara para esta tierra al oeste de la ciudad que originariamente era cuna de indigenas del Pacífico. Entonces se convirtió en un santuario deportivo, levantando en el centro un súper estadio de primer nivel donde España se ha proclamado campeona del Mundo.