Un día, lo de parar balones con las manos dejó de ser suficiente para los porteros. Debían jugar con los pies, ser el inicio de la famosa presión alta, transformarse en un jugador más. La mayoría verá a Josep Guardiola en ese cambio, pero para muchísimos argentinos esa innovadora audacia se produjo hace décadas y tiene nombre y apellido: Hugo Gatti, fallecido este domingo a los 80 años en Buenos Aires tras dos meses ingresado en un hospital y una neumonía bilateral que se complicó.
Para muchos españoles, Gatti era el tertuliano de “El Chiringuito”, una máquina de lanzar frases efectistas y contundentes que, seguramente, en buena parte ni él mismo se creía.
Solo un ejemplo: “Al lado de los jugadores que yo vi, Messi no existe”.
Lo cierto es que Gatti era ambos: el portero osado, adelantado en el campo y en su tiempo, y el tertuliano verborrágico y excesivo. Todo encajaba en el gran norte de su vida: dar espectáculo. Todo desembocaba en la pura lógica de su apodo: “el Loco”.
“Llamaba la atención Hugo, no solo por su forma de jugar”, acertó Daniel Lagares este domingo al recordar en “Clarin” al ex portero de River, Boca y la selección argentina.
“En los 60 era el Beatle y se vestía de forma estrafalaria cuando la sobriedad era el sello de los arqueros. Se lo ha visto con tela escocesa, remera, pantalón y medias. Un Loco. Tenía otras excentricidades. Había sellado las puertas de su 404 y salía por el techo. Aquel Peugeot sacudía el mercado con el techo corredizo y Gatti le encontraba la vuelta a cualquier cosa para llamar la atención. Un adelantado, como su ídolo Muhammad Ali. Su hijo Lucas lleva Cassius de segundo nombre”.
Dueño del récord de partidos jugados en la primera división del fútbol argentino -765-, Gatti se plantó bajo el larguero hasta los 44 años, un dato que revela su amor por el fútbol y su respeto al juego.
“Yo hice algo: atajé, me cuidé y sigo amando al fútbol como el primer día, pero el que decidió lo fundamental fue Dios. Sin la ayuda del que está arriba, nada hubiera sido posible”, explicó alguna vez el portero de la melena eterna y los ojos chispeantes.
Ubaldo Matilde Fillol, el portero titular en el primero de los tres títulos mundiales de Argentina, el de 1978, tenía un estilo muy diferente al de Gatti, mucho más clásico y sobrio, pero ambos comparten un número, el 26, récord de parar penaltis para un portero en el fútbol argentino.
Una lesión contribuyó a dejar a Gatti fuera de aquella Copa del Mundo en su país. Había estado en Inglaterra 66, como tercer portero de aquella selección que llegó a cuartos de final.
Dueño de tres títulos en el campeonato argentino, de dos Copas Libertadores y de una Intercontinental, su hijo, Lucas Cassius, jugó al fútbol como centrocampista, aunque con éxito discreto. Hoy dirige al equipo Sub 23 del Bromley FC, del fútbol inglés.
A los argentinos, amantes de las antinomias, les atrajo por años y años debatir acerca de si un portero debía ser como Fillol o como Gatti.
“Fillo era todo reflejo, potencia de piernas, imponencia física, voladas espectaculares, poco menos que inexpugnable bajo los tres palos”, recordó este domingo Claudio Mauri en “La Nación”.
“Gatti era un arquero con alma de jugador de campo, un espíritu libre, un físico magro, alguien que quería que la pelota le llegara no solo para atajarla, sino también para jugarla, para sentirla en su empeine, para buscar a un compañero con un pase preciso. Hubiese encajado perfectamente en esta época, a partir del cambio reglamentario que al arquero le impide tomar con las manos una cesión de un compañero”.
Un adelantado, un osado, un amante del espectáculo. Un “loco” mucho más serio que el que muchos creían conocer cuando aturdía con tanto fulgor y color: Hugo Orlando Gatti.
Un Real Madrid a medio gas goleó a un Sevilla lamentable. Quizá el peor equipo que ha pasado esta temporada por el Bernabéu. Todo fue marcar y dormir porque el equipo andaluz era sólo un polvorón de Navidad.
Se dirá que el Madrid de Ancelotti ha resucitado, pero los que lo salvan son los grandes jugadores que tiene. Ancelotti en otro equipo sería un mal entrenador en perfecta decadencia.
Un líder no puede encajar dos goles en su propio estadio cu
Hazte Premium desde 1€ el primer mes
Aprovecha esta oferta por tiempo limitado y accede a todo el contenido web
El pasado lunes se cumplieron 50 años de la llegada de Brian Clough al Nottingham Forest, un club perdido por entonces en segunda división que el técnico, tras cuatro temporadas, transformó en bicampeón de la Copa de Europa. Esa misma noche de Reyes, Nuno Espírito Santo guio desde el banquillo al Forest a su sexta victoria consecutiva en la Premier League. El 0-3 ante el Wolverhampton Wanderers, a modo de homenaje para Clough, confirmaba al equipo en la tercera posición de la tabla, igualado con el Arsenal y a seis puntos del Liverpool, a quien recibirá en la próxima jornada. El ambiente en su estadio se asemejará al descrito por el Nottingham Football Post en uno de sus titulares de aquella semana de enero de 1975: «El huracán Clough arrasa el City Ground».
Fue un genio de arrebatadora personalidad. El pionero de los entrenadores mediáticos, gracias a su particular insolencia ante los micrófonos, desde donde dilucidaba las rencillas con sus adversarios. Sin embargo, cuando al final de su vida, ya derruido por el alcohol, un periodista preguntó a Clough cómo le gustaría ser recordado, él simplemente dijo: «No quiero epitafios con mensajes profundos, ni ese tipo de historias. Me gustaría que mencionaran que contribuí al juego».
El pasado 20 de septiembre, al cumplirse dos décadas de su muerte, Nuno quiso actualizar el legado: «Todos los días lo tenemos presente. Recorremos el club y vemos lo importante que fue Brian. Sobre todo, su mentalidad y su convicción de que todo es posible en el fútbol». Seis días antes, el Forest había dado su primer golpe sobre la mesa en Anfield (0-1) merced a un gol de Callum Hudson-Odoi.
Un plan sencillo y efectivo
Nottingham, con poco más de 300.000 habitantes, es la única ciudad del continente que puede presumir de un club con más títulos de la Copa de Europa (1979, 1980) que de su propia liga (1978). A orillas del río Trent, se yergue The City Ground, donde los reds juegan desde 1898. En la otra ribera se divisa el estadio del Notts County, su rival ciudadano. El club de fútbol más antiguo del mundo, fundado en 1862, vagabundea hoy por la cuarta división. Mientras, el Forest vive su mejor momento en tres décadas. Desde 1987, cuando acabó tercero, no sumaba tantos puntos en la primera vuelta de la Premier. Nada desdeñable para un equipo que acabó decimoséptimo la pasada campaña, a sólo seis puntos del descenso.
«Son los jugadores quienes pierden los partidos, no la táctica. Se dicen muchas tonterías sobre táctica por parte de gente que apenas sabe cómo ganar al dominó». Esa fue la explicación de Clough al temprano adiós de Inglaterra en la Eurocopa 2000. Y esa parece ser la premisa de Nuno. El ex técnico del Valencia ha ensamblado un grupo con las ideas muy claras, donde cada futbolista hace su trabajo. Sin sofisticaciones. Sin historias.
Bajo palos, el belga Matz Sels, de 32 años, suma nueve porterías a cero, más que ningún otro guardameta en la Premier. En la defensa, el brasileño Murillo, de 22 años, se ha consolidado como un central contundente, formando pareja con Nikola Milenkovic. El Forest no presiona arriba y cuenta con el tercer porcentaje de posesión más bajo en la Premier, pero su plan resulta tan sencillo como efectivo. El australiano Chris Wood, de 33 años, con su corpachón de delantero antiguo, ha anotado 12 goles en 20 jornadas.
Nuno, tras el triunfo del lunes ante el Wanderers.AFP
«Hay muchas maneras de trabajar. Jugar replegado y salir a la contra también puede dar buenos resultados. Ahora han asimilado muy bien lo que quiere el entrenador y todo eso, en conjunto, les ha hecho más fuertes como equipo», analiza Juan Fuentes, en conversación con EL MUNDO. El lateral cordobés defendió los colores del Forest entre febrero de 2018 y julio de 2019, a las órdenes de Aitor Karanka. Apenas 18 meses, por culpa de una gravísima lesión en la meseta tibial sufrida durante un partido ante el Barnsley. «Fue un palo muy duro, pero lo que viví allí fue maravilloso. Siempre estaré muy agradecido con el club, porque me ayudó mucho. Incluso me ampliaron el contrato sabiendo que probablemente no volvería a jugar más».
Fueron 23 temporadas lejos de la Premier hasta que, de la mano a Steve Cooper, el Forest regresó en 2022. Evangelos Marinakis, propietario también del Olympiacos, empezó a dar rienda suelta a la chequera con Morgan Gibbs-White. Una confusa política deportiva, a menudo objeto de burla, cifrada en 44 fichajes y 13 cesiones. Un torrente de polémicas en torno a este armador griego, suspendido con cinco partidos por escupir cerca de un árbitro. De sus turbios manejos quedó constancia el pasado año, cuando el Forest perdió cuatro puntos por infringir las normas económicas de la Premier.
Si Clough hubiese conocido a Marinakis probablemente le hubiese agasajado con unas palabras similares a las que dedicó a Robert Maxwell, ex dueño del Derby County: «Tenía un ego más grande que su yate. Quizá por eso se cayó por la borda». En noviembre de 1991, el cuerpo del magnate, fiero rival de Rupert Murdoch, había sido encontrado en extrañas circunstancias en aguas de Tenerife.
Por entonces, Clough apuraba sus últimos días en The City Ground. Apremiado por los angustias económicas, el Forest necesitaba de la sangre joven de Roy Keane, con quien Old Big Head (el viejo cabezón) protagonizó una gran historia de amor-odio. En el último entrenamiento previo a su debut en Anfield, con apenas 19 años, el irlandés fue conminado a limpiar los zapatos de su entrenador, que acababa de pasear a su perro. En enero de 1991, tras un 3-0 ante el Crystal Palace en la FA Cup, Cloughie derribó a la joven estrella de un puñetazo. Eran momentos terribles para el técnico, destrozado por su afición a la bebida y por la muerte de su inseparable ayudante Peter Taylor. Según detalla Jonathan Wilson en la biografía Nobody Ever Says Thank You (Orion Publishing, 2011) los episodios de furia en los entrenamientos eran moneda común. No obstante, en mitad de uno de esos estallidos Clough se acercó al futuro capitán del Manchester United para confesarle: «Te quiero, irlandés».
Los estertores con el Forest, tras 18 temporadas, se completarían con el descenso a la Premiership. El último gol del curso 1992-93, de penalti en el campo del Ipswich, lo anotaría Nigel Clough, su hijo. La campaña anterior había dejado escapar a Teddy Sheringham, rumbo al Tottenham. Muestra de que en las Midlands se había esfumado aquel hechizo con el que el Forest desafió al mismísimo Liverpool de Bob Paisley. El gran tirano del continente por entonces.
Clough, con la Copa de Europa de 1979.GETTY
De hecho, su primera noche mágica en la Copa de Europa llegaría, en dieciseisavos, ante el conjunto que venía de alzar su segunda Orejona consecutiva (2-0, 0-0). Tras una vibrante semifinal ante el Colonia, el partido por el título frente al Malmoe lo definiría un cabezazo de Trevor Francis (1-0). En aquellos años donde apenas se daba valor a las asistencias, aún se recuerda el pase de John Robertson, «el Picasso del fútbol», a juicio de Clough. La zurda del extremo escocés también definiría la final de la Copa de Europa de 1980, resuelta en el Santiago Bernabéu frente al Hamburgo de Manfred Kaltz, Felix Magath y Kevin Keegan (1-0).
Entre esa nómina de jugadores, a los que Clough había oblicado a beber hasta casi reventar la noche previa a la final de la Copa de la Liga de 1979, también cabe mencionar de Peter Shilton, el portero mejor pagado de Inglaterra, y el capitán John McGovern. Todos al servicio de una idea. La de Clough: «No diría que fui el mejor entrenador del país, pero sí estaba en el primer puesto de la lista».