Horas antes, en los pasillos de Roland Garros, Marc López reclamaba un título grande para su amigo y ex compañero en la pista: “Marcel se merece un Grand Slam, es injusto que no tenga ya uno”. Marcel es Marcel Granollers y la sensación de injusticia viene de las muchas derrotas sufridas en los años anteriores: había perdido un Roland Garros y un US Open al lado del propio López y luego ya con el argentino Horacio Zeballos, otro US Open y dos Wimbledon. En total, cinco Grand Slam al traste. Pero este sábado cambió la historia.
En su sexta final , Granollers por fin pudo celebrar. Junto a Zeballos vencieron a la pareja británica formada por Joe Salisbury y Neal Skupski en una intensa batalla que duró más de dos horas, por 6-0, 6-7(5) y 7-5. Todas las decepciones pasadas se transformaron en concentración para una salida a la pista explosiva y luego en resistencia para dominar en el tercero set cuando las cosas se habían puesto feas. La compenetración de la dupla hispano-argentina, unida desde 2018, número uno del ranking el año pasado, quedó más que evidente: Zeballos brilló desde el resto, Granollers, en la volea.
El ambiente era extraño, pero daba igual. La final de dobles masculino se juego después de la final femenina -este domingo será al revés- y por eso apenas había público. La Philippe Chatrier es una pista gigantesca si tantos asientos están vacíos y el silencio rebota por todos los lados. Las instrucciones de los tenistas a sus respectivos compañeros se podían escuchar desde la tribuna de prensa, que está arriba, muy arriba de una de las tribunas. Quizá por eso Salisbury y Skupski salieron totalmente desconectados del partido. Ya habían jugado en escenarios así por separados, pero nunca juntos.
El primer set no existió, sólo jugaron Granollers y Zeballos, y después empezó el encuentro. El dúo británico, más móvil, consiguió hacerse con el segundo set en la muerte súbita, pero en el momento decisivo del último periodo, la pareja hispano-argentina decidió con un ‘break’. Granollers se suma a la lista de españoles campeones de dobles masculino en la que ya estaba Manolo Santana (1963, con Emerson), Emilio Sánchez Vicario y Sergio Casal (1988 y 1990) y Feliciano López y el mismo Marc López (2016)
Recuerda Carlos Soria su sorpresa cuando en la primavera de 2004 llegó al campo base del K2, posiblemente la montaña más difícil de escalar del planeta, y se encontró allí un plató de cine. Italia celebraba el 50 aniversario de su primera ascensión a un ochomil, la realizada por Achille Compagnoni y Lino Lacedelli en 1954, y lo hacía con una película con actores conocidos y financiación pública de la RAI. «Tenían millones de presupuesto y un montón de medios», cuenta el alpinista que lamenta que en España no exista un proyecto parecido.
El 2025 que está a punto de empezar se cumplen 50 años de la primera ascensión a un ochomil de dos españoles, Jerónimo López y Gerardo Blázquez, que en 1975 hollaron el Manaslu (8.163 metros) y no hay un film previsto, ni intérprete contratados, ni mucho menos dinero para rodar una de historia basada en hechos reales. Pero, eso sí, está Carlos Soria. «A los italianos en el K2 les faltaba alguien que realmente hubiera estado en la primera ascensión 50 años atrás», rememora y eso es lo que él puede aportar. ¿Para qué se necesitan actores y efectos especiales si se puede grabar como vuelve a subir el propio Soria?
Esa es la idea: la primavera que viene, Soria, que tiene 85 años y ya participó en la expedición de López y Blázquez -aunque no llegó a la cima-, quiere volver al Manaslu para poner en valor el hito que consiguieron cinco décadas atrás.
"Si estoy bien, tiro para arriba"
«El proyecto nació hace un año a partir del impulso de Carlos. Yo sabía que la ascensión al Manaslu de 1975 había pasado desapercibida porque fue un año de muchos cambios en España y aquí entonces apenas se valoraba el montañismo. Con mi productora pensé en hacer un documental, le propuse una entrevista a Carlos y se me ocurrió decirle que podríamos intentar ir al campo base para grabarla allí. Me respondió: 'Si voy al campo base del Manaslu y estoy bien, yo tiro para arriba'. Y, bueno, a partir de ahí empezamos a trabajar», relata Alberto Flechoso, responsable de Atrevida Films, vicepresidente de la Real Sociedad Española De Alpinismo (RSEA) Peñalara y ahora impulsor de la expedición Manaslu, 50 años después, que de momento está a medias.
Para cubrir el presupuesto, que ronda los 190.000 euros e incluye la contratación de los sherpas de la prestigiosa compañía Seven Summit Treks se necesitan unos patrocinadores que todavía no han llegado. La Comunidad de Madrid aporta una ayuda de cerca de 20.000 euros, pero aún falta. «Esperamos que después de la Navidad se active todo», alienta Flechoso. Los números están por hacer, pero si es por Soria fuerza no faltará.
«Me encuentro cada día mejor, muy ilusionado con la vuelta al Manaslu. Tener proyectos es mi manera de vivir», comenta el alpinista, en forma pese al accidente sufrido el año pasado. En mayo de 2023, en otro intento de ascender al Dhaulagiri, un guía sherpa cayó, arrastró a Soria con él y le fracturó la tibia de la pierna derecha. Estaban a 7.700 metros y en el largo y peligroso descenso al campo II, casi pierde la vida. Luego, de vuelta a España, tuvo que operarse, pasar dos meses en la cama y cruzar por una lenta rehabilitación hasta que a finales de año volvió a la bicicleta, a la escalada, a su montañismo de toda la vida.
La prueba en el Pico Lenin
Quienes le ven entrenar a diario en el rocódromo Sputnik de Las Rozas o en los senderos de La Pedriza en la Sierra de Guadarrama aseguran que la recuperación es total. «Vive como si estuviera en un campo de altura, como si fuera un monje shaolin. Se levanta a las cinco de la mañana, hace sus ejercicios de fuerza, a las siete ya está en el rocódromo... Es una cosa fuera de lo normal. Cuando no esté, se le estudiará», concluye Flechoso que hace unos meses pudo comprobar en primera persona el estado físico de Soria.
Como preparación para el Manaslu, ambos se fueron hace unos meses al Pico Lenin, de 7.134 metros, en Kirguistán y sólo una violenta tormenta impidió que el entrenamiento acabará en la cumbre. «Carlos se quería probar en altura y quedó claro que está en forma. A mí me impresionó muchísimo. Por la calle, lo ves andando y la gente lo adelanta, pero en altitud no para, es alucinante. Tiene unas cualidades únicas. Cuando pasábamos delante de montañeros mucho más joven lo miraban y flipaban: '¿Pero este señor mayor quién es?'», cuenta Flechoso que, si el dinero alcanza, formará parte del equipo que vaya al Manaslu junto a Soria, otros alpinistas como Luis Miguel Soriano, Sito Carcavilla, Pedro Mateo y Jorge Palacios, el presidente del RSEA Peñalara, Javier Garrido, y la corredora de montaña Belén Rodríguez que buscará cumplir con su propio objetivo.
Socia del mismo RSEA Peñalara, ambiciona establecer el primer récord femenino de ascenso y descenso a cumbre desde el campo base, que está a unos 4.850 metros. La plusmarca masculina, en posesión del estadounidense Tyler Andrews, está en menos de 10 horas, un tiempo asombroso. Si todo va bien, en una subida clásica se invierte como mínimo el doble de horas.
Sama, donde es "hijo adoptivo"
El plan de todo el equipo pasa por volar al Nepal a mediados de marzo, realizar la aclimatación a la altitud en el valle del Khumbu, a casi 4.000 metros de altitud, y plantarse en abril en el campo base en busca de una oportunidad para ascender. Ese previo previo antes de atacar al Manaslu permitiría a Soria volver a visitar Sama, un pequeña aldea donde ya es «como un hijo adoptivo». Su primera visita fue en 1973, en la primera expedición española a la montaña nepalí, volvió en 1975, nuevamente en 1999 y más tarde en dos ocasiones en 2010, cuando pisó la cima por primera vez.
«Recuerdo que en 2010 les ofrecimos llevar lápices y material escolar para los niños y nos dijeron que les hacía falta 70 colchones y 70 edredones. Pues allí que fuimos con todo eso. Gracias a la ayuda de mucha gente conseguimos llevárselo», recapitula Soria, que esta vez quiere llevar material para la digitalización de los edificios públicos del lugar, como la escuela
La ilusión por el regreso a Manaslu aplaza así el final de la carrera por los 14 ochomiles de Soria, al que sólo le faltan dos. Le queda el Shisha Pangma, pero sobre todo le queda el Dhaulagiri. Allí fue en 1988 cuando todavía trabajaba como tapicero y todavía no había sumano ningún 'ochomil', en 2001; en 2006; cuando falleció su compañero Pepe Garcés en una grave caída; en 2011; en 2012; en 2016, en 2017 dos veces, en primavera y en otoño; en 2018, en 2019; en 2021, justo después de la reapertura tras la pandemia; y en 2023, cuando sufrió el accidente.
En total 12 intentos sin éxito en la que ya se ha convertido en su montaña fetiche, para lo bueno y para lo malo. «Lo importante ahora es ir al Manaslu, poder ir. Estoy seguro que lo conseguiremos, me hace muchísima ilusión», finaliza Soria, de camino a homenajear, si alcanza el presupuesto, a la primera expedición española que holló la cumbre de un ochomil, hará ya 50 años.
Quedan peligros, pero el Masters 1000 de Roma empieza a preparar una final entre Carlos Alcaraz y Jannik Sinner el próximo domingo, la primera entre ambos sobre tierra batida desde que eran unos críos. Si el italiano -que este jueves se enfrentará en cuartos de final a Casper Ruud- ha regresado de su sanción en excelente estado de forma, el español está también preparado. Este miércoles se aseguró su pase a semifinales al vencer a Jack Draper por 6-4 y 6-4 en una hora y 37 minutos en un encuentro incómodo por varios motivos.
En primer lugar por el viento de tormenta que azotó el Campo Centrale del Foro Itálico desde el calentamiento. Y en segundo por la estrategia de su adversario, siempre molesta, monótona e incluso aburrida.
Pese a su juventud, Alcaraz conoce las amenazas que el circuito le guarda; adversarios que le pueden acabar de estropear un mal día. Todos tienen el mismo perfil y Jack Draper es paradigma. Un saque de los que conceden pocas oportunidades, golpes potentes desde el fondo de la pista y, en este caso un cambio de mano, pues es zurdo. En los enfrentamientos anteriores, como en las semifinales del último Masters 1000 de Indian Wells, el británico ya le había amargado obligándole a jugar siempre de revés, todo el rato de revés, y por eso Alcaraz salió a la pista con toda la seriedad del mundo.
FILIPPO MONTEFORTEAFP
"¡Va, anímate!", le pedía su entrenador, Juan Carlos Ferrero, en el primer set, pero en realidad no estaba apagado: estaba concentrado.
La pelea en el segundo set
Necesitaba estudiar las condiciones, el viento y la imposibilidad de dominar con su derecha. El margen era estrecho, dibujaba un plan. Con los primeros errores -incluida una doble falta- concedió un break y se descubrió por debajo en el marcador (2-4), pero a partir de ahí todo cambió. En cuanto Draper empezó a fallar sus primeros servicios, Alcaraz entró en la pista y la hizo suya. A base de piernas desmontó el tenis de su rival y luego pudo gustarse, bailando sobre el vendaval, aprovechando el aire para sus dejadas.
Con tres roturas consecutivas del servicio del británico, no sólo giró el primer set (6-4), también arrancó el segundo set con ventaja. Pero entonces le tocó tirar de oficio. El orgullo de Draper le devolvió el break y a partir de entonces padecía en cada servicio. Un dato: en ese periodo, el británico realizó 22 saques y el español, 51. Hubo que resistir, resistir y resistir -incluso salvar tres bolas de rotura- hasta que con 4-4 se abalanzó sobre Draper y se hizo con el triunfo.
Dejó escrito David Foster Wallace aquello de que "el tenis es ajedrez en movimiento", pero qué ajedrez puede haber cuando un tipo coge la raqueta, golpea la bola y la envía al otro a 230 kilómetros por hora. No sirve tramar con los peones, tampoco avanzar con los alfiles, ni tan siquiera arremeter con la reina. Únicamente funciona agarrar el tablero y lanzarlo al otro a la cabeza para que caiga redondo del castañazo.
Carlos Alcaraz sufrió este domingo un duelo de esos, una batalla en el estricto sentido de la palabra, explosiones, estruendos, dolor, sangre, y si sobrevivió fue porque supo estar tranquilo en su trinchera. Sólo salía cuando tenía que salir. Su rival, el estadounidense Ben Shelton, coetáneo suyo, tiene uno de los saques y una de las derechas más potentes del circuito y, pese a jugar en tierra batida, había peligro. Después de tres horas y 14 minutos de juego, venció por 7-6(8), 6-3, 4-6 y 6-4 y cruzó a cuartos de final de Roland Garros donde le espera un adversario diferente, Tommy Paul. También yankee, muy yankee, granjero en Nueva Jersey en sus ratos libres, su juego es mucho más curvilíneo. Quizá esta vez habrá "ajedrez en movimiento".
Desde el mismo calentamiento de la mañana, Alcaraz se parapetó para contrarrestar el servicio súbito de Shelton. Esta semana, por azar, él y su equipo han descubierto a un sparring francés, Enzo Couacaud, que "le pega duro", como dice su entrenador Juan Carlos Ferrero, y a las once de la mañana ya estaba en la pista 2 sacando y sacando y sacando para que el español pudiera restar. "Estoy reventando, no puedo más", le confesaba Couacaud a su técnico, pero Alcaraz necesitaba más. Horas más tarde, ya en la pista Philippe Chatrier se encontró con lo mismo, pero todavía a más velocidad.
El estilo de juego de Shelton lo transportó de París a Melbourne o a Nueva York, a una pista sobre cemento, y tuvo que superar el ‘jet lag’. "Hoy, mucha paciencia", le reclamaba Ferrero y mucha paciencia tuvo. La estadística dice que apenas un 10% de los intercambios superaron los nueve golpes; la mayoría no pasaron de los tres o cuatro golpes iniciales. Además, al contrario que en otras ocasiones, esta vez Shelton no cayó en excesivos errores no forzados, así que la serenidad era obligatoria. "Tenía que calmarme, que mantenerme calmado. En algunos momentos me enfadaba conmigo mismo, pero pensaba: 'Relájate, Carlos, que si no será peor", admitió después Alcaraz.
JULIEN DE ROSAAFP
Su gesto deportivo
Los minutos decisivos, aquellos que decantarían tanta guerra, iban a llegar y lo hicieron pasada la hora de juego. Hubo dos ratos memorables: es obligado a regresar al partido para volverlos a ver. El primero fue el tie-break del primer set. La forma inglesa, 'tie-break', rotura de empate, no dice nada, pero la castellana muerte súbita evoca a lo que se disputaba esta vez: todo o nada. Si perdía, Alcaraz entraba en un laberinto del que costaría salir; si ganaba, cielo despejado. Pese a su habilidad en estos casos, el español empezó con el paso torcido, con un 4-1 en contra, y así continuó hasta plantarse frente al abismo. Tres bolas de set en contra defendió. Tres bolas de set salvó, una de ellas con una de esas voleas a contrapié tan suyas.
El éxito en el primer set invitaba a Shelton a la rendición, pero no fue así. Hasta el final siguió, siguió y siguió. En el arranque del segundo set, el estadounidense volvió a tener oportunidades, entonces cinco bolas de break, y las desaprovechó de nuevo. En ese juego, precisamente, hubo un detalle de deportividad de Alcaraz. Después de un intercambio largo, salvó una pelota lanzando su raqueta al aire y ni el juez de silla ni Shelton se percataron. El punto era para el español. Pero avisó de lo ocurrido y lo perdió, como debía. Luego, en el tercer set, la lucha de su rival tuvo premio, pero Alcaraz supo resolver más tarde.
"Era esencial ganar ese primer set, si no el partido hubiera sido mucho más duro. Estoy contento de mantener el nivel pese a haber perdido ese tercer set", analizó el actual número dos del mundo, que también valoró su confesión al árbitro: "Podía no haber dicho nada, pero me hubiera sentido culpable. Si sé que he hecho algo ilegal, tengo que decirlo para ser honesto. El deporte debe ser así, hay que ser justo con tu rival y con uno mismo"