El brazo de Francisco Costa, demoledor desde los nueve metros (nueve goles, con 89% de acierto) y las paradas de Diogo Marques, condenaron a España a quedarse a la práctica fuera de los cuartos del Mundial (29-35). Las únicas opciones que les quedarían a los Hispanos pasarían por un empate entre Suecia y Brasil. Si los escandinavos o los brasileños consiguen la victoria, el equipo de Jordi Ribera se quedaría sin opción alguna de meterse en las eliminatorias.
Los españoles, a pesar de todo, se las prometieron muy felices. Sobre todo, después de que un golpe relámpago de Ferran Solé tras un gran pase de Alex Dujshebaev, cuando los últimos segundos caían en el cronómetro, le permitió a España marcharse al descanso con un gol de ventaja (16-15) tras un primer tiempo marcado por la igualdad.
Con Salvador Salvador como figura destacada, Portugal se las había arreglado no sólo para ponerse tímidamente por delante en los primeros 30 minutos, sino también para anular una máxima ventaja de cuatro goles. Los Hispanos, acuciados por las urgencias, lograron construir un prometedor parcial de 5-1, rubricado por un ataque eminentemente coral.
Del 23-24 al 24-30
El arranque de la segunda parte pareció ponerlo también todo viento en popa para los Hispanos, capaces de marcharse por tres goles (19-16) frente una Portugal a la que le bastó con esperar el momento oportuno para dar su particular golpe de gracia.
Fajándose en tareas defensivas y con un parcial de 0-6 fundamentado en Costa y los primeros compases del recital de paradas de Marques, el equipo luso devolvió la moneda (19-22) y desató el nerviosismo de España. Sacando a relucir su gen competitivo, consiguió estrechar el cerco hasta un 23-24.
Portugal, con otro parcial de 1-6 donde aprovechó dos situaciones de ataque con portería vacía, dejó todo decidido (24-30). El listón se antojaba demasido alto para el equipo de Jordi Ribera, privado además de la fortuna en acciones puntuales. Un terrible revés para la vigente medallista de bronce, que el domingo cierra la segunda fase ante Brasil (18:00 horas).
Detrás de la camiseta, Urdangarin. Después de décadas, después de tanto, el apellido regresa a la selección española de balonmano con otro nombre, Pablo, hijo de Iñaki. A sus 24 años, este jueves, en el amistoso ante Suecia (18.10 horas), el sobrino del Rey Felipe VI, el octavo en la línea de sucesión al trono, un Excelentísimo señor, debutará como internacional como si todo eso no pesara. «Es lo normal», repite durante la conversación telefónica con EL MUNDO desde Linköping, al sur de Suecia, aunque en su vida apenas ha habido normalidad.
La marcha de su familia a Estados Unidos y el caso Nóos le pillaron con apenas nueve años, luego tocaría mudanza a Suiza y, antes de cumplir la mayoría de edad, su emancipación en Alemania para centrarse en el balonmano. Ahora es la estrella del Granollers que va segundo de la Asobal y será difícil que no acabe pronto en uno de los grandes de Europa.
Es raro que nunca haya jugado con España ni tan siquiera en categorías inferiores.
He llegado tarde, pero he llegado. Me hace una ilusión tremenda. Para cualquier deportista español es un sueño estar en la selección y me han recibido muy bien. Hay un grupo muy bueno.
¿Ya le han preguntado en el vestuario por su tío o por lo que ocurre dentro del Palacio Real?
No, no. Alguna broma me ha caído sobre el protocolo, sobre cómo llamarme. Pero todo el mundo me trata como uno más. Es lo normal.
Reconocía que llega tarde. ¿Siempre se quiso dedicar al balonmano?
Jugaba de pequeño, pero cuando nos mudamos a Washington no había equipos de balonmano, así que me pasé al fútbol. No era mucho lo mío. Luego en Ginebra combiné el balonmano con el tenis y hubo un momento en el que tuve que elegir porque me faltaban días a la semana para entrenar. Escogí el balonmano y creo que escogí bien. Pero el tenis también me gustaba mucho y se me daba bien: era ágil, tenía buen saque...
De escoger el balonmano a debutar con España hay un trecho.
Ha sido un crecimiento año a año. El momento clave fue cuando tenía 17 años. Me fui solo a Hannover para ponerme a prueba, para ver si realmente podía dedicarme al deporte. Fue un poco duro porque vivía en una residencia para estudiantes extranjeros y yo era el único extranjero de mi equipo. Pero hice amigos pronto, me adapté bien. Después de tantas mudanzas, de tantos cambios de colegio, creo que ya sabía cómo empezar de cero, cómo entablar relaciones. Luego probé el Nantes, entré en el Barcelona y ahora en Granollers estoy disfrutando más que nunca.
¿Por qué?
Siempre había jugado de extremo, pero por mi altura (1,95 metros) probé el lateral y empecé a ver el balonmano de otra manera. En los últimos años he progresado mucho, me siento con mucha confianza. Incluso mi entrenador, [Antonio] Rama, está empezando a ponerme en defensa, aunque tengo mucho que mejorar.
Tiene prácticamente su misma altura, pero no el físico de su padre.
Está claro, está claro. Él era casi un especialista en defensa, estaba muy fuerte, era muy contundente. Yo no sé si llegaré a estar tan fuerte, pero estoy trabajando para ganar más músculo. Necesito poder chocar contra los rivales.
Aguante tiene. Seguramente no haya un jugador de balonmano que haya recibido tanta atención desde pequeño.
Desde pequeño aprendí a vivir con esa atención, al igual que mis hermanos. Tengo recuerdos de niño con la cámara encima cuando salía de casa. Al final aprendes a cómo comportarte en ciertos momentos, a qué decir, a qué no decir... En el balonmano no me ha afectado nunca. Sé que puede haber más atención. Pero lo que me pone más nervioso es la propia competición, no lo que pase fuera. Hablo mucho con mi padre sobre eso.
¿Y qué le dice?
Es como mi psicólogo. Antes de cada partido le llamo y me ayuda mucho explicarle cómo me siento. Me tranquiliza mucho. Él sabe qué es jugar los partidos grandes, jugarse títulos, jugar con la selección.
Debe escuchar de todo en la pista.
No creas, en el balonmano hay un ambiente muy sano. Está claro que en partidos muy calientes, en pueblos que viven mucho el balonmano, recibo algunos insultos, me dicen cosas sobre mis apellidos... Pero nunca me lo he tomado mal. Si me quieren sacar del partido es porque lo estoy haciendo bien.
¿Cuántas cosas no ha podido hacer por apellidarse Borbón?
Nada, diría que nada. Como decía, hay cosas que ya sé, situaciones concretas que debo controlar, pero también he vivido muchos años en el extranjero y las cámaras no estaban siempre. He vivido experiencias como las de cualquier joven. En ese sentido, una vida normal.
¿Lo ha tenido más difícil o más fácil que otros jóvenes?
No lo sé, es imposible valorarlo. Supongo que en determinadas cosas lo he tenido más difícil y, en otras, más fácil. Por ejemplo, no he estado siempre en un mismo club, ni en un mismo país, para lo bueno y lo malo.
¿Habla de balonmano con su tío, el Rey Felipe VI?
Sí, claro. Cuando nos vemos me pregunta por cómo me van las cosas, conoce bien el deporte y hablamos sobre ello. Es lo normal.
Se habla mucho de ofertas, de dónde acabará en los próximos años, de un regreso al Barça, de una posible marcha a un grande de Europa.
He aprendido a plantearme mi carrera año a año. No pienso para nada en dónde estaré dentro de cinco años. De momento estoy muy bien en el Granollers y ya veremos dónde acabaré en el futuro.
«Cuando llegué a la Asobal, a un equipo profesional, veía mi peso y el peso de mis compañeros y pensaba: 'Aquí algo falla'», confiesa Pablo Castro, actual jugador del Anaitasuna de Pamplona, concretamente pivote, con todo lo que conlleva. Los pivotes del balonmano son históricamente grandes, muy grandes, pero él lo era demasiado. Hace 10 años, cuando debutó en la primera división española con su equipo de toda la vida, el Balonmano Cangas, pesaba 135 kilos y le registraron un porcentaje de masa grasa de un 33%. Su índice de masa corporal (IMC) era 36, es decir, clínicamente padecía obesidad grado II. Era un deportista profesional, entrenaba a diario, pero tenía los valores de una persona enferma. «Ahí di el primer paso. Era un chaval de 18 años, pero ya tenía dolores en todas las articulaciones y me costaba muchísimo recuperarme de un sprint. Me estaba jugando la salud», recuerda.
Esta es la historia de una transformación física con todas las de la ley. Aquí no hay dietas de moda ni ejercicios quemagrasas ni medicamentos milagrosos: hay años de trabajo y autocontrol para ir mejorando hasta llegar a su cuerpo actual. Ahora pesa 102 kilos y apenas tiene un 10% de masa grasa.
¿Cómo lo ha hecho?
En mi casa siempre comí muy bien, fruta, verduras, legumbres, pescado. Mi problema era la cantidad, que comía muchísimo, y sobre todo los picoteos. Iba a dar una vuelta con mis amigos y picaba unas patatas aquí, unas croquetas allá. Cuando empecé a hacer las cosas mejor, bajé rápido de peso, pero estuve años haciendo rebotes. Al final lo mejor es ponerte en manos de un profesional».
Castro, años atrás, con el Cangas.RAÚL FONSECA
Hoy en día, en Anaitasuna, sigue los consejos del nutricionista Javier Angulo y de su compañero Pablo Itoiz, central y estudiante de Nutrición. Entre los cambios que ha realizado, por ejemplo, reservar la pasta o el arroz a la recuperación de un partido o de un entrenamiento y nunca comer en días de descanso. Reducir las meriendas a un té o, como mucho, unas almendras, un kéfir o una lata de conservas. Y, por supuesto, alejarse totalmente del alcohol, de las harinas procesadas, especialmente de las galletas, otrora una perdición, y de los postres azucarados.
Desde pequeño, Castro era muy alto y no sólo destacó en el balonmano, fue una promesa del atletismo. Como lanzador de peso, estaba entre los mejores adolescentes de España, rozaba los 17 metros, ya competía en la Liga de clubes por el Celta. Pero el deporte precisamente le exigía que se hiciera más grande, y más grande, y más grande y aquello no le convencía. «A los 17 años hubo un momento en el que tuve que elegir entre el atletismo y el balonmano y no me veía ganando más peso. Entonces ya pesaba esos 135 kilos, pero tenía que llegar a 150 o 160 kilos para poder competir a nivel internacional y me parecía insostenible. ¿Cómo sería mi salud a los 30 años?¿Y a los 40? Me dio miedo y me eché para atrás. Me encantaba el atletismo, siempre será mi pasión, pero me exigía demasiado. De ahí empezó a salir mi idea de que necesitaba perder peso, cambiar mi cuerpo, y lo vi claro cuando pasé al primer equipo del Cangas», rememora después de una temporada complicada.
Una temporada complicada
El pasado domingo, en la última jornada de la Asobal, su Anaitasuna descendió a la División de Honor Plata, la segunda división española, pese a su victoria ante el Cangas. El triunfo del Huesca ante el Villa de Aranda les condenó después de una temporada muy irregular. El equipo navarro ascendió hace 14 años y llegó a jugar dos veces en Europa, pero este curso tenía una plantilla muy joven y lo pagó. Pese a ello, Castro, que siempre había sido un especialista defensivo, sorprendió en ataque con 10 goles.
«Me tuve que adaptar a jugar con menos kilos. Noté que los rivales me movían con más facilidad, pero también que era mucho más ágil y, sobre todo, que aguantaba mucho más. Antes me cambiaban después de defender y en el banquillo me costaba respirar. Ahora puedo encadenar defensa y ataque que, al fin y al cabo, es lo que pide el balonmano actual. Con mi cuerpo de antes no hubiera durado muchos años en la élite», finaliza quien ya estuvo en la segunda división española con el Eivissa y el Novás de Pontevedra y que ahora volverá para ayudar al Anaitasuna a volver a su lugar. Lo hará, en todo caso, con un físico preparado para la competición, lejos, muy lejos de la obesidad.