Ding Liren, primer campeón del mundo de ajedrez tras Carlsen: el triunfo de la valentía

Ding Liren, primer campeón del mundo de ajedrez tras Carlsen: el triunfo de la valentía

Suceder a un mito nunca es fácil. Karpov superó el reto con sobresaliente cuando Fischer dejó al ajedrez y Ding Liren se enfrenta ahora a una misión similar, demostrar que no es un impostor. El nuevo campeón mundial ganó el título en un vibrante triunfo contra Ian Nepomniachtchi, después de la renuncia de Magnus Carlsen. El chino empieza con buen pie, porque en Astaná hemos visto la resurrección del ajedrez clásico (o lento) después de 14 partidas apasionantes y de cuatro rápidas de desempate que tuvieron como colofón un final de infarto.

Se inaugura una era que parecía oscura y lo hace de una forma luminosa, con el Mundial de Ajedrez más espectacular de las últimas décadas. En Kazajistán se ha practicado un ajedrez precioso, sin duda imperfecto, pero capaz de conmover a los aficionados. En el tablero, la arruga es bella y la simetría exagerada puede ser un muermo.

Ding ha sido un héroe irreductible, un gato que gastó casi todas sus vidas remontando el marcador una y otra vez. Lo tumbaron varias veces y se levantó siempre, sin dudar nunca de su nuevo estilo, siempre sobre el alambre. Su creatividad fue una delicia para el espectáculo, aunque ello le costara quedarse a menudo con estructuras de peones arruinadas, lo que nunca haría un ajedrecista conservador. Lo compensaba con un catálogo casi infinito de recursos.

Por otro lado, Ding apostó por atacar incluso cuando parecía que era suicida hacerlo, convencido de que el punto débil de Nepo es la defensa. En la partida decisiva de desempate, el ruso provocó de algún modo ese ataque y Ding se apuró muchísimo de tiempo, pero en el momento de la verdad volvió a jugársela. Le podía salir caro, pero salió cara, la moneda cayó del lado del más valiente.

Creatividad contra clasicismo

El duelo ha sido interesante por muchos motivos, empezando por el choque de estilos que ha propiciado la transformación del gran maestro chino, secundado por el húngaro bohemio Richard Rapport. Frente al juego cartesiano de Nepo, armado hasta los dientes gracias a la potencia del equipo ruso, Ding ha dado un recital de creatividad, encontrando soluciones a los problemas más complejos.

Si siempre se dice que las finales de fútbol se definen “por detalles”, imaginen lo que puede ocurrir sobre un tablero, donde elegir entre dos jugadas (y el número de alternativas casi siempre es mucho mayor) obliga a calcular cientos o miles de posiciones distintas. Cuando el ritmo de juego es además más rápido de lo normal, el reto de acertar con el camino correcto es directamente una quimera.

En Astaná, Nepo y Ding terminaron empatados a siete la serie de partidas largas y se lanzaron a jugar las cortas con la misma voracidad, sin miedo ni vergüenza, aunque con muchos nervios. El Mundial terminó como empezó, con los dos candidatos enzarzados a guantazos en mitad de la pista, pero sin perder la educación como en otros deportes.

Solución controvertida

Era la quinta vez que un Mundial de Ajedrez se decidía en partidas rápidas, para algunos una aberración. Como si un empate en los 1.500 lisos se resolviera con una carrera de cien metros. No parece que la FIDE vaya a cambiar la fórmula, sin embargo. El sistema anterior, cuando había que ganar seis partidas (Fischer quería que fueran diez) y las tablas no importaban, dio lugar a enfrentamientos eternos, de varios meses, lo que de entrada supone un gasto inasumible y un paréntesis exagerado en la vida de todas las personas implicadas. Tenía su punto, desde luego. Otra solución histórica, la más injusta de todas, era darle al campeón el privilegio de mantener la corona en caso de empate.

En el pasado, Kramnik ganó a Topalov el Mundial de 2006 gracias al ajedrez rápido, y Anand a Gelfand en 2012. Carlsen, el más aficionado a esta fórmula, logró dos títulos así, contra Karjakin en 2016 y contra Caruana en 2018.

Cuatro ráfagas

En Astaná, la primera partida de desempate disputada este domingo fue una locura. Ding empezaba con blancas, algo parecido a lanzar el primer penalti, sobre todo si lograba convertirlo. Se quedó mejor, de hecho, pero luego cometió el error más natural del mundo y en un instante parecía que le podían dar incluso mate. Así es la locura del ajedrez, tan difícil de entender para el profano.

De repente, Ding tenía que cambiar su bonito ataque por la ingrata tarea de defenderse, lo que peor han hecho los dos en este Mundial. Nepo llegó a sacrificar la dama, que suele ser el lance más bonito que se puede ver en una partida de ajedrez. Su reina era intocable, pero ahí quedó el gesto. El chino encontró la única solución a su enigma vital y, de forma increíble, la partida volvió a la senda de la igualdad, hasta que se firmaron las tablas.

En la segunda partida Nepo eligió una línea sibilina de la apertura española y Ding estuvo impreciso, pero de algún modo se las arregló, a costa de gastar tiempo como acostumbra, para conseguir llegar a un largo final igualado. Nuevas tablas y dos puntos más de tensión en el ambiente.

En la tercera, Ding optó por un esquema más sencillo, con una ventaja mínima pero estable. Demasiado poco para quebrar la resistencia del ruso. Fue un asalto de descanso, peligroso para el chino. Ding nunca había ganado a Nepo con negras. Después de tres tablas, Anish Giri bromeaba: “El ajedrez rápido está muerto”.

La cuarta fue un colofón sensacional. En una nueva apertura española, Nepo preparó una nueva novedad, que le salió rana. El cazador cazado. Ding jugó muy fino y el ruso se quedó con un alfil tristísimo. El chino, sin embargo, rompió en el centro sin calcular bien las consecuencias y volvió a quedarse peor. De nuevo la tortilla por el aire, dando la vuelta. Las alternativas se sucedieron, hasta que el chino tendió una nueva trampa, arriesgadísima. Nepo no la vio y, después de varias jugadas de inteligente pataleo, tuvo que rendirse.

Ding Liren, campeón del mundo. Es el primer jugador chino que consigue el título absoluto.

kpd