Open de Australia
La tenista de origen moldavo vive en Torrelavega, donde migró con su familia cuando tenía tres años, y donde empezó a jugar a los cinco. Entrena con su padre, Ion, que puede hacer también las veces de fisio y masajista
Al tenis español le estaba costando encontrar una alegría en el Open de Australia. Carlos Alcaraz y Paula Badosa, la mejor raqueta en cada cuadro, se bajaron por lesión. Garbiñe Muguruza perdió ante Elise Mertens un partido que parecía controlado y Rafa Nadal se lesionó ante Mackenzie McDonald. Jugó los tres sets porque es Nadal, pero la cadera lo estaba torturando. De Melbourne llegaba una mala noticia tras otra hasta que de repente apareció Cristina Bucsa.
La tenista cántabra de origen moldavo (Chisinau, 1998) protagonizó una de las grandes sorpresas de la jornada remontando ante Bianca Andreescu, campeona del US Open en 2019, para meterse por primera vez en tercera ronda de un torneo de Grand Slam. Un maratón de casi tres horas en el que salvó incluso una de partido en el tie-break de la segunda manga para imponerse por 2-6, 7-6(7) y 6-4. Y ahora, el más difícil todavía, la número uno del mundo, Iga Swiatek
¿Pero quién es Cristina Bucsa? No se culpe si el nombre le sorprende a contrapié porque hasta ahora se había movido fuera del radar. Sigue viviendo en Torrelavega, la tierra a la que migró con su familia cuando tenía tres años, y donde empezó a jugar a los cinco, en lugar de mudarse a uno de los grandes polos del tenis en nuestro país. Y entrena con su padre, Ion, que puede hacer también las veces de fisio y masajista, en lugar de buscar una academia de élite con más recursos. Su padre cuida el apartado físico y ella, en su día estudiante de Psicología, el mental.
Bucsa no tiene Instagram, tampoco Twitter, y el Facebook solo lo usa para contactar con otras jugadoras con las que entrenar. Tampoco tiene patrocinadores. En un tenis donde los jugadores estrenan modelo en cada gran torneo, Cristina Bucsa está jugando el Open de Australia con camiseta, pantalón, zapatillas y raqueta de marcas distintas. Modelos y marcas que además van cambiando de un partido a otro.
“A mí me gusta ser libre. No hay nada mejor que la libertad. Y tampoco necesito mucha ropa. Con siete camisetas, siete pantalones y siete faldas ya me vale. Es que si no es un gran gasto en ropa. Si viene algún patrocinador, hablaremos con él”, confesó hace unos días en una entrevista en el diario Marca. Y viendo su actuación en Melbourne no cuesta imaginar que esos patrocinadores ya estén levantando el teléfono.
Cristina Bucsa está siendo una de las grandes revelaciones de estos primeros pasos del Open de Australia. En el último partido de la fase previa, contra la japonesa Nao Hibino, levantó nueve bolas de set para abrochar la primera manga; en primera ronda, contra la alemana Eva Lys, remontó con autoridad después de ceder el primer set (2-6, 6-0, 6-2); y este martes, en la segunda, volvió a remontar ante Andreescu. Una demostración tras otra de fortaleza.
Quizá la erupción definitiva de una carrera que se ha cocinado a fuego más lento de lo habitual. Cristina Bucsa no ha ganado un título individual desde un ITF en Nantes en 2019 (en noviembre sí triunfó en el dobles del Abierto de Valencia), y a sus 25 años solo ha disputado un WTA 1000 (el pasado mes de agosto en Canadá). En torneos de Grand Slam, había superado la fase previa en cinco de los últimos seis, aunque nunca había superado la primera ronda hasta la pasada edición del US Open.
Bucsa, que comparte origen moldavo con la catalana Aliona Bolsova, llegaba a Melbourne como número 100 del ranking WTA, la mejor posición de su carrera. Quizá por última vez sin redes, sin patrocinadores, y fuera del radar.