Los jugadores españoles celebran el bronce.Jessica GowEFE
Lo decía con acierto Javier Sánchez en su crónica, desde Gdansk, de la derrota de España ante Dinamarca en semifinales: «El balonmano en España es demasiado pequeño para tener una selección tan grande». Esa selección tan grande lo ha vuelto a hacer y ha rematado un Mundial brillante con una medalla de bronce en un partido intenso y vibrante en el que ha demostrado todo lo que es.
España termina una vez más en la elite de un campeonato y sigue estando muy por encima del desarrollo que tiene este deporte en nuestro país. Desde la explosión internacional del balonmano español a mediados de los noventa con el bronce en los Juegos Olímpicos de Atlanta y la plata en el Europeo del mismo año, hemos visto languidecer a nuestra liga mientras el equipo nacional seguía creciendo sin bajarse del cajón.
Sólo dos de los jugadores que este domingo consiguieron este tercer puesto están en la Asobal, algo que no debería ser negativo en sí mismo ni definitivo: también las grandes estrellas del fútbol argentino o del brasileño están en equipos europeos y su fútbol local sigue funcionando a tope. Y como el fútbol de Brasil tiene su sello, el jogo bonito, el balonmano español tiene el suyo, un estilo propio por el que también reclaman a nuestros entrenadores, repartidos por todo el mundo. Una personalidad que no destaca ni por la defensa, ni por el tiro exterior, ni por el contragol, ni por el contraataque… Es una suma de todo y una resta de nada que convierte a la selección en un bloque compacto con pocas fisuras.
Un balonmano con denominación de origen, la de los hispanos -y el de las guerreras en su versión femenina-, en el que cada debutante parece un veterano, en el que los grandes jugadores que parecen insustituibles siempre tienen su relevo. Se le escapó el otro día a Paco Caro, el entusiasta narrador de los partidos de la selección en RTVE, una frase que puede resultar exagerada: «Disfrutemos con el deporte más bonito del mundo». Ninguna exageración para los que nos gusta el balonmano y, por consiguiente, el equipo español.
Ni los rebufos en la salida, ni las insensatas artimañas de Max Verstappen, ni el bajón postrero de Charles Leclerc ante Lando Norris importunaron la victoria de Carlos Sainz en el Autódromo Hermanos Rodríguez. Fiel a su espíritu, como un smooth operator, el madrileño condujo su Ferrari hasta la meta con una eficacia demoledora. Su segundo triunfo del Mundial 2024 resultó tan concluyente como el primero, allá por marzo en el GP de Australia.
Sin embargo, a diferencia de entonces, Ferrari perdió el doblete por culpa de Leclerc, incómodo desde el viernes, errático como en sus peores tardes. Mientras Sainz enarbolaba la bandera roja, el monegasco terminó perdiendo fuelle ante Norris. A su falta de ritmo se sumó un lamentable descuido a falta de ocho giros para la bandera a cuadros. Cuando Lando afilaba el machete, Charles perdía el control en la célebre Peraltada. Bajo un cielo encapotado, sin amenaza de lluvia, Sainz levitaba hacia la meta, sin que nadie le asomara su alerón delantero en las tres zonas de DRS.
El ritmo inabordable de Carlos, rodando con regularidad en 1:20, hizo de la victoria casi un trámite. Sólo se le escapó la vuelta rápida, anhelada por Norris y finalmente en poder de Leclerc (1:18.336). Aún pueden darse por satisfechos en McLaren, porque su jefe de filas descontaba 10 puntos a Verstappen. Un logro para el aspirante, que mantendrá viva la llama durante las cuatro últimas carreras.
Primer abandono de Alonso
Como era previsible, la recta se hizo eterna para Sainz, que tuvo que ceder paso a Verstappen, más ágil a la hora de soltar el embrague cuando se apagó el semáforo. Por la parte sucia, Mad Max llegó con algo de ventaja al vértice y no cedió ni un centímetro ante Carlos, obligado a una excursión por la pradera y a devolver la posición. Por entonces, el choque entre Yuki Tsunoda y Alex Albon hacía obligatorio el safety car.
Otro revés para el nipón tras su percance en la Q2 del sábado que había impedido cualquier mejora a Fernando Alonso. Algún margen, en las tandas largas, pudo intuirse a su Aston Martin durante los últimos libres. Con un Williams y un Visa Cash APP fuera de combate, había que seguir las huellas de los Haas. Sin embargo, en la decimosexta vuelta, los ingenieros de Mike Krack optaron por retirar el coche del asturiano, que venía avisando de los riesgos de sobrecalentamiento. Unas pequeñas impurezas taponaron el conducto de su freno delantero izquierdo. El primer abandono de 2024. Una lastimosa manera de festejar su 400º GP en la F1.
En la décima vuelta se desataron las hostilidades. Verstappen se las veía y deseaba para llegar con un hilillo de batería a final de recta, así que Norris se lanzó por el interior de la curva 4, metiendo el coche con casi un metro de ventaja. Sin miramientos, Max echó el candado como hace siete en Austin. Mucho debía de escocer la inferioridad al tricampeón, que traspasó los límites de la deportividad en la curva 8. Los comisarios penalizaron la primer maniobra con 10 segundos, por empujar a Norris, y la segunda con otros 10 por abandonar la pista y ganar ventaja.
Pérez, tampoco en casa
Un golpe a la línea de flotación de Red Bull. Su jefe de filas debería cumplir el castigo en su pit stop, de donde saldría noveno. Con 44 vueltas por delante, se reincorporaba penúltimo sólo por detrás de su compañero Sergio Pérez. Por entonces, la afición local se tiraba de los pelos ante la ineficacia de su ídolo, penalizado por colocar mal el coche en los tacos de salida y envuelto en un absurdo duelo con Liam Lawson.
Ante esta tesitura, McLaren hizo cábalas para Norris, que podría conformarse con un podio. Verstappen ni siquiera debía acercarse a Lewis Hamilton y George Russell, enzarzados en un pulso de exquisitas maneras. El liderato del Mundial de Constructores quedaba un poco más cerca para la gente de Woking gracias a la remontada de Oscar Piastri, quien tras partir decimoséptimo aún pudo incrustarse octavo entre los Haas.
Con 39 giros por delante, cuando cedía casi nueve segundos ante Sainz, Ferrari paró a Leclerc. Una vuelta más tarde, el líder cumplió en boxes con exquisita puntualidad. No hubo problemas para retirar los neumáticos medios y montar los duros. Desde el Foro Sol, miles de gargantas alentaban al español, que se sentía como en casa. Ese adelantamiento ante Verstappen había coronado un domingo de gloria para Sainz.
Julián tenía apenas dos años cuando Rafa Varas le conoció. Llegó de la mano de su abuela materna junto a sus hermanos y, cuando pisó el campo del Club Atlético Calchín, corrió como loco a por un balón que era más grande que él y se puso a conducirlo de banda a banda. "Este nos va a salvar", le dijo el primer entrenador del argentino a la abuela. Más de 20 años después, nunca unas palabras sonaron tan acertadas.
La temporada pasada, Julián Álvarez (Calchín, Argentina, 25 años) ya había ganado un Mundial jugando junto a Messi, juntando así dos de sus sueños infantiles, y había vivido su mejor momento en el Manchester City a nivel individual, aunque se terminara escapando la Champions. Era el noveno jugador más utilizado de la plantilla, había marcado 19 goles y por fin era una pieza fundamental para Pep Guardiola. Pero, tras dos años en Manchester, Julián "necesitaba un cambio".
En las oficinas del Atlético daban por hecho que el fichaje de Sorloth dejaba casi cerrada la plantilla. Sin embargo, Fernando Hidalgo, el representante de Julián, llama a Miguel Ángel Gil. "Al chico le gustaría jugar en el Atlético", le dice. El siguiente paso es una conversación entre el Consejero Delegado rojiblanco y Ferrán Soriano, director ejecutivo del City. Ambos se conocen desde hace años, pero en el Metropolitano, de esa llamada telefónica, extraen una conclusión: el fichaje es imposible.
Ocurre que el agente del futbolista insiste, y entonces empieza una riada de llamadas. De Gil con el jugador, con su padre, de Simeone con el propio Julián... Y es esa llamada, la del Cholo (que estaba como loco ante la posibilidad del fichaje) al delantero la que reaviva la operación. Julián habla con Guardiola y le dice que quiere salir. El técnico da luz verde a ese adiós, aunque el primer precio que pone el City es desorbitado.
Sin embargo, como la opción ya era real, el Atlético empieza a echar cuentas. Recién aprobada (finales de junio) la ampliación de capital de 70 millones, en el club se volvieron "locos", según fuentes cercanas a esas negociaciones. Tras las inversiones en Le Normand (35 millones más variables), Gallagher (casi un intercambio por Joao Félix) y Sorloth (otros 35 millones más variables), Miguel Ángel Gil, durante un crucero, cierra la operación en 80 millones, que subirán otros 10 si se cumplen ciertos requisitos.
Hay quien, en el club, sintió mucho vértigo ante el fichaje, pues una inversión tan alta siempre es un riesgo, y aquí vuelve a lucir el nombre de Joao Félix. Sin embargo, estos primeros meses en el Atlético han disipado esas dudas. "Es buen chico. Introvertido, trabajador, discreto", definen a Julián en las oficinas. "Educado y humilde", añaden desde el vestuario. "Debe ser difícil llevarse mal con él", bromean las mismas fuentes.
Entre los trabajadores que rodean al primer equipo llama la atención esa personalidad del futbolista que, pese a viajar a todos los desplazamientos rodeado de un grupo de 11 personas (su novia, sus hermanos, las novias de los hermanos, padres, agentes, etc...), es capaz de aislarse y enseñarse como un profesional al que no cabe reproche alguno.
Y es que Julián Álvarez ha sido un hombre muy apegado a su familia desde pequeño. Los tres hermanos, Rafael, Agustín y el propio Julián se pasaban horas jugando al fútbol en una canchita muy próxima a su casa de Calchín. También iban juntos a los entrenamientos del equipo desde el Centro Educativo Rivera Indarte de esta población argentina de poco más de 2.000 habitantes. "A los tres o cuatro años ya vimos que era un nene diferente, tanto en lo físico como en lo técnico. Era especial", explica Rafa Varas, ese primer entrenador de Julián en el Atlético Calchín, a EL MUNDO.
Esos focos nunca deslumbraron al joven, que siempre se mantuvo humilde pese a su superioridad en el campo. "No recuerdo si con 9 o 10 años, le veo hacer un gol de rabona tras driblar a todo el equipo contrario. No lo festejó. Le aplaudió todo el estadio, incluso los padres de los rivales", recuerda Varas. Esa "varita" que dice su técnico que tenía, la vio también un ojeador argentino, Piero Foglia, que le consiguió una prueba en el Real Madrid con apenas 11 años. También les llamó el padre de Messi como intermediario del FC Barcelona: "Fue halagador, pero ya se había tomado el compromiso de viajar para la invitación del Madri"», explicó en una entrevista su padre.
Fueron apenas 20 días en España en los que el jugador argentino se calzó la camiseta del (hoy) eterno rival y con la que consiguió ganar un torneo de infantiles en Peralada (Girona). No obstante, la reglamentación impidió que los blancos pudieran hacerle un contrato a Julián, y él y su padre volvieron a Argentina. La Araña, apodo que le pusieron sus hermanos al ser imposible quitarle el balón, terminó en River, club del que siempre había sido hincha. River le puso el foco, el City, la lanzadera y con el Atlético ha despegado.
El argentino en un torneo infantil con el Real Madrid.IG
Su partido ante el Leverkusen dio la vuelta al mundo. Simeone le considera el relevo natural de Griezmann como estrella rojiblanca. En el vestuario secundan la ilusión del entrenador: "Lo vemos como todo el mundo, como un crack", afirman. De momento, lleva ya 16 goles y cuatro asistencias esta temporada y es el pichichi del equipo.
El clan argentino
La clave del encaje de Julián en el Metropolitano es el clan argentino, el mismo con el que fue campeón del Mundo en Qatar en 2022. Correa, De Paul y Molina (y Giuliano, que no estuvo en el Mundial) son la pandilla de Julián en España y los que le abrasaron a llamadas para que fichara por el Atlético. Con ellos se le vio en unas imágenes en una fiesta en Navidad, algo raro, porque Julián es un hombre tranquilo y que prefiere pasar el tiempo con su novia, Emilia Ferrero. Junto a ella y su perro Tarzán celebró recientemente sus 25 años.
La pareja se tuvo que mudar a otra urbanización del norte de Madrid después de que se descubriera que la primera casa que alquilaron en Boadilla del Monte era en la que se fotografió al Rey Emérito en actitud cariñosa junto a Bárbara Rey. Los paparazzis se apostaron en la puerta de un futbolista que siempre ha rehuido de los focos, aunque todos los del Metropolitano, y hoy también algunos del Bernabéu, le apunten a él.
La historia de la camioneta
Rafa Varas
Cuando llegó la pandemia no pude seguir trabajando en el fútbol así que tuve que buscar otro empleo. Me puse a vender alimentos a los supermercados a mi pueblo. Había pensado en vender mi coche porque se me había quedado pequeño para hacer el reparto y se lo estuve comentando a su padre. Doce horas después aparece una furgoneta en mi casa. "Te lo regala La Araña", me dijo su padre. Nos abrazamos y nos pusimos a llorar. Eso fue un sábado y como él estaba concentrado con su equipo no sabía si llamarle por si lo molestaba. A las 22.05 me envió un mensaje: "¿Te llegó el regalo?". Me puse a llorar otra vez. Esas cosas no pasan muy a menudo. El gesto no me sorprende conociéndole a él y a su familia. Él antes me había regalado una camiseta autografiada y ya estaba feliz.