Otra historia
Cuarta del mundo, candidata a medalla olímpica, combate desde la adolescencia una enfermedad que le provoca crisis de ausencia. “Recuerdo estar en la pista y, un instante después, estar fuera, sentada en una silla. Me habían tenido que sacar”, rememora
“Recuerdo estar en la pista en una Copa del Mundo y, un instante después, estar fuera, sentada en una silla. Me habían tenido que sacar. El médico de la selección me explicó que me había dado un ataque y me había quedado ausente. No completamente parada, pero perdida durante 20 segundos, como un zombi”.
Lucía Martín-Portugués es la mejor esgrimista de España y actualmente la cuarta del mundo: su medalla en los Juegos Olímpicos de París 2024 es una opción lógica. En sus competiciones, se mueve adelante y atrás con un sable en la mano, no para nunca, la velocidad es altísima. Pero al mismo tiempo convive con una enfermedad, la epilepsia, que le provoca crisis de ausencia, es decir, que le aísla del mundo. La relación entre deporte y una dolencia no es sencilla. En absoluto.
“He sufrido muchas crisis en torneos y entrenamientos, pero duran muy poco, no más de medio minuto y me da tiempo a reponerme”, comenta en conversación con EL MUNDO sobre una epilepsia que asegura “afecta a otros deportistas, aunque no quieran exponerlo públicamente”.
“Yo siento que debo hacer pedagogía porque durante muchos años no estuve diagnosticada y fue angustiante”, proclama Martín-Portugués y narra todo el proceso hasta el momento actual: “Cuando era niña ya sufría crisis de ausencia en clase, me mareaba, tenía ganas de vomitar, pero me decían que eran bajadas de azúcar o de tensión. Yo tampoco le daba importancia, la verdad. Pero cuando murió [el futbolista Antonio] Puerta leí en un periódico que él también había padecido síntomas parecidos y me preocupé bastante. Yo tenía entonces 16 o 17 años. Me hice todo tipo de pruebas, sobre todo cardiológicas, hasta que me derivaron a un neurólogo y me dijo que tenía una epilepsia de libro”.
El tratamiento adecuado
Durante varios años, la esgrimista estuvo visitando especialistas, probando fármacos que la ayudasen y sólo hace unos seis años, ya a los 26, su actual neurólogo acertó con el tratamiento. “Ahora no tengo crisis y puedo estar tranquila. Las pastillas me provocan un poco de cansancio, tengo que poner más voluntad, pero quitando eso estoy muy bien”, señala y tan bien.
En 2022 logró cuatro medallas en la Copa del Mundo, la última un oro, un hito que no celebraba España desde el siglo pasado. A los 32 años, después de controlar su epilepsia, Martín-Portugués ha encontrado el camino de la victoria, pero la mejora en su enfermedad no ha sido el único factor a su favor.
“Han sido muchos. La esgrima es un deporte de estrategia, que exige madurez, saber interpretar los movimientos de tu rival, entender las trampas. Eso necesita un tiempo de aprendizaje. Además, hace tres años, entró un nuevo seleccionador, [José Luis Álvarez], y con él lo enfoco todo de otra manera. Antes me centraba en ganar, ganar y ganar; ahora me centro en mejorar, en mi técnica, en mi táctica, en mi actitud. El resto llega solo”, analiza con un camino interesante por delante.
París en el horizonte
La clasificación para los Juegos Olímpicos en esgrima es un laberinto de competiciones, en individual y por equipos, en las que no se puede fallar, menos en el Mundial y el Europeo del próximo verano. De hecho, hasta el momento, como le pasó en Tokio 2020, Martín-Portugués nunca ha conseguido billete olímpico. Esta vez le toca.
Nacida en Villanueva de la Cañada, la pequeña de una familia numerosa, sus padres le apuntaron a ballet, pero a los seis años ya insistía en hacer eso de las espadas que hacían sus tres hermanos. “Lo de pegarme me viene de casa”, reconoce. Pese a que compitió contra niños hasta los 13 o 14 años, en las categorías de formación triunfó, ganó varios Campeonatos de España y a los 20, siendo aún junior, se colgó su primera medalla en la Copa del Mundo. Ya estaba en la élite y, a la vez, le faltaba muchísimo.
“El paso de junior a senior me costó y, además, cuando tenía 23 años, falleció mi padre por un cáncer de pulmón y pasé una época un poco dura. Eso se juntó con la búsqueda de un tratamiento de la epilepsia, con los estudios [está acabando Odontología], con las horas trabajando como árbitro [llegó a ser internacional]… No ha sido fácil ordenarlo todo, pero creo que ahora estoy en mi mejor momento”, admite la esgrimista que ya ha aprendido a derrotar a sus rivales y, al mismo tiempo, a su enfermedad.