Víctor era uno y trino. La Cultísima Trinidad. Intelectual de nacimiento a partir de su pertenencia a una familia de excelencias literarias (era bisnieto de Concha Espina), pertenecía a un mundo de libros, conversaciones, viajes e idiomas. El paradigma del cosmopolitismo desde su irrenunciable cuna madrileña. Era Víctor de la Serna cuando escribía de cualquier cosa menos de gastronomía y baloncesto. Era Fernando Point cuando escribía de gastronomía. Y era Vicente Salaner cuando escribía de baloncesto.
Memoria y conocimientos técnicos, pocos sabían más que él de baloncesto. Era un chaval deslumbrado cuando, residente en Suiza, en junio de 1962, se presentó al Real Madrid, que iba a disputar en el terreno neutral de Ginebra la final de la Copa de Europa frente al Dinamo de Tiblisi (los equipos españoles no podían viajar a la URSS ni los soviéticos a España). Cayó tan bien al equipo que presenció el partido desde el banquillo, encargado de la planilla. Ese recuerdo estaba entre los más gratos de su vida.
Ya en Estados Unidos, estudiante de periodismo en la universidad deColumbia, se convirtió en una especie de puente entre el país y España. Un ojeador, un consultor, un asesor, alguien a quien llamar o de quien recibir una llamada. Un embajador, un intermediario, alguien a quien, con su dominio del inglés, encargar una gestión.
Para saber más
¿Un puente entre Estados Unidos y España? Bueno, en realidad un puente entre Estados Unidos y el Real Madrid. Más de un fichaje madridista, de la frecuente mano de Pedro Ferrándiz, y también de la de Lolo Sainz, lo tuvo a él en la trastienda. Por ejemplo, el de Walter Szczerbiak. “Yo traje a Walter al Madrid”, se ufanaba desde su amor al club, no desde la vanidad.
Fue el intérprete y cicerone de George Karl durante la época de entrenador del Madrid del estadounidense. Un interlocutor, un confidente, casi un representante. Se le requirió varias veces para acompañar a los narradores americanos y comentar con ellos, en su perfecto inglés, los partidos jugados en España por equipos de la NBA. Fue el “speaker” oficial del Open McDonalds de 1988 que enfrentó al Real Madrid con los Boston Celtics. Guardaba como una joya el balón firmado por los protagonistas.
Ha muerto al pie del cañón. Al pie de la canasta. El pasado día 14 publicó su último trabajo: “Cuando el jugador español ya es una rareza en España”. Si hay un Más Allá, estará ahora hablando de baloncesto con James Naismith y haciéndole de intérprete a Pedro Ferrándiz.