La esgrimista egipcia Nada Hafez, de 26 años, participó estando embarazada de siete meses en los Juegos Olímpicos de París 2024, en los que consiguió llegar a los octavos de final en la categoría de sable.
“Lo que a ti te parecen dos jugadoras en el podio, ¡en realidad eran tres! ¡Éramos yo, mi oponente y mi bebé que aún no ha llegado a este mundo!”, escribió Hafez en su cuenta de Instagram, donde se calificó como una “olímpica embarazada de siete meses”.
En la publicación, la esgrimista reveló que durante el embarazo ha tenido que hacer frente “a una buena cantidad de desafíos, tanto físicos como emocionales” para llegar a competir en el evento deportivo más importante del planeta.
“La montaña rusa del embarazo es dura de por sí, pero tener que luchar para mantener el equilibrio entre la vida y el deporte fue una tarea agotadora, pero valió la pena”, señaló la egipcia, que se dijo “llena de orgullo de haber conseguido un lugar en los octavos de final”.
Hafez -también graduada en Medicina y especializada en patología clínica– avanzó hasta octavos de final tras derrotar por 15-13 a la estadounidense Elizabeth Tartakovsy, la número siete del mundo, pero fue eliminada de la competición tras caer por 15-7 ante Jiyoon Hyung, de Corea del Sur.
“Me llena de orgullo haber conseguido un lugar en octavos de final (…) Estos Juegos Olímpicos en concreto fueron diferentes: ¡tres veces olímpica, pero esta vez llevando a un pequeño olímpico!“, dijo la esgrimista, que ya participó en los JJOO de Río de Janeiro de 2016 y en Tokio 2020.
Un día, plena adolescencia, Lucía Martín-Portugués (Villanueva de la Cañada, Madrid, 1990) cruzaba la atestada calle Preciados y, de repente, todo se fundió a negro. "Cuando volví en mí estaba en medio, con los coches cruzándome por los lados y sin que nadie se parase a a ayudarme", recuerda. Uno de aquellos episodios que eran tortura sin explicación hasta que tiempo después descubrió, "tras muchos estudios y pruebas", que se trataba de epilepsia. Apenas un obstáculo superado: este verano, el culmen de una carrera, buscará una medalla en sus primeros Juegos Olímpicos.
Lucía, risueña, «dicharachera», «una ridícula profesional» como autodefinición, es una fiera sable en mano. A ella de pequeña, «como a todas las niñas de los 90», la apuntaron a ballet mientras que su hermano hacía esgrima. Y aquí, su frase de cabecera: «Lo mío era menos tutú y más tratrá». «Me va más lo de pegarme que lo de las poses y las danzas. Y me fue bien desde el principio», rememora esta odontóloga que en París alcanzará un hito: desde 2008, Araceli Navarro, no había una española olímpica en esgrima.
Y allí, en el Grand Palais, se acordará de su padre, fallecido hace 11 años de un cáncer de pulmón, del que no pudo despedirse porque, ya en sus últimos días, le dijo que se fuese a disputar el Europeo y ella le lloró a 2.000 kilómetros. Por eso, siempre en su cuello, las joyas de Miguel Ángel, las que en uno de los últimos torneos le salvaron. «Me dieron un golpe, pero le dieron un golpecito a uno de los collares y está marcado. Y gané. Es como si él hubiese parado un ataque», cuenta.
Pero para experiencia vital, el trance de superar lo desconocido, esas «crisis de ausencia» que no entendía. «Lo tengo supercontrolado, hace siete años que no me da una. Pero para llegar a este punto me ha costado. Muchos intentos de medicaciones, higiene de vida... Siempre digo que no hay que resignarse, que hay que seguir luchando», admite, antes de relatar el proceso. «Cuando murió Antonio Puerta yo me asusté muchísimo, porque leí que él también se mareaba. Me hicieron estudios, me vieron un montón de médicos en el CAR y me dijeron que no era nada del corazón. Me mandaron a un neurólogo, que rápidamente identificó una epilepsia, sólo había que ponerle nombres y apellidos: crisis de ausencias».
Lucía estaba pero no estaba. Se encontraba mal y de repente ya no se acordaba de lo que sucedía. «Le decía a la profesora: '¿Puedo ir al baño?' y lo siguiente que recordaba era estar sentada en la silla. La gente me contaba cosas, vives como en un metaverso», explica. «Me podían dar 12 o 14 crisis de epilepsia en un día y como tuviese una semana un poco estresante, estaba dos o tres días así. A veces era peligroso».
La madrileña, en plena batalla ahora por subir su ránking olímpico, es una apasionada de la música, del reguetón a Sabina pasando por el tecno si es necesario. Porque lo que más le sorprende de sí misma es su transformación sable en mano, el «modo supervivencia». «Cuando mis amigos vienen a verme competir siempre se quedan alucinados. Me dicen: 'Parece que les quieres matar'. Antes de salir a la pista, en el equipo chocamos y decimos: 'Matar o morir'. Tyson decía que no le gustaba mucho en lo que se convertía cuando se subía al ring. Sabes que uno de los dos va a perder, va a morir y tienes que hacer lo que sea dentro del deporte para no ser tú. Me gusta esa esa adrenalina. Pero no me gusta ese nivel de agresividad que saca esa Lucía deportista».