Esta temporada me siento más madura», aseguraba la rusa Mirra Andreeva justo después de ganar a Ons Jabeur, número seis del ranking WTA, en el Open de Australia.
«Pero, Mirra, sólo tienes 16 años», le recordaba la entrevistadora.
«Sí, pero el año pasado tenía 15», finiquitaba la tenista, tan resuelta.
Ha nacido una estrella adolescente, otra. En el presente Open de Australia, Andreeva, ya clasificada para cuarta ronda, se ha convertido en la niña a seguir en una tradición propia del circuito WTA. Tracy Austin, Steffi Graf, Martina Hingis, Monica Seles, Maria Sharapova, Coco Gauff o Emma Raducanu, a lo largo de su historia el tenis femenino se ha acostumbrado a encumbrar a jóvenes de 16, 17 o 18 años sin sorprenderse. Si entre los hombres un campeón veinteañero es una rareza, entre las mujeres prácticamente es lo común. ¿Por qué?
«Siempre ha habido talentos precoces y en los últimos años han salido especialmente de Europa del Este . En primer lugar porque tienen una muy buena escuela de tenis. En segundo porque allí, por genética y por trabajo, se desarrollan antes físicamente. Y en tercer lugar porque su mentalidad es muy competitiva desde pronto», analiza Anabel Medina, ex jugadora, capitana de la Billie Jean King Cup y ex entrenadora de tenistas como la letona Jelena Ostapenko, que ganó Roland Garros con 20 años. Para su argumentación, varios datos. En el presente Open de Australia, junto a Andreeva, hubo hasta dos menores de Europa del Este en segunda ronda: la también rusa Alina Korneeva y la checa Brenda Fruhvirtova, ambas de 16 años. Y entre las candidatas al título aún hay tenistas jóvenes de esa zona, como la checa Linda Noskova, de 19 años o la rusa Maria Timofeeva, de 20.
«Para mí Andreeva es el caso más especial porque ya es una realidad. A los 16 años está en el Top 50 del ranking -es 47 del mundo-, tiene un estilo muy sólido y parece fuerte mentalmente», añade Medina, que espera ver más de la nueva prodigio rusa que ayer venció a la francesa Diane Parry en el super tie-break tras remontar un 5-1 en contra en el último set.
“Ellas maduran antes”
Cómo es lógico, por su tirón, el circuito suele estar encantado con estos descubrimientos, aunque desde 1994 limita sus peligros. Por la regla de elegibilidad por edad, las menores no pueden jugar todo el calendario: una jugadora de 14 años sólo disputará ocho torneos profesionales; otra de 15, 10 torneos como máximo; a los 16 el límite son 12 eventos; y a los 17 años, 16. Con esas restricciones, en principio disminuye el riesgo de desgaste precoz, pero igualmente hay riesgo.
El último ejemplo es la británica Emma Raducanu, que ganó el US Open de 2021 con 18 años y desde entonces no ha encontrado su tenis entre bloqueos mentales y lesiones. Pese a que en el actual Open de Australia alcanzó la segunda ronda, actualmente es la 296 del ranking WTA.
«Ganar en un Grand Slam siendo menor es muy bueno, pero hay que saberlo llevar. Tanto la tenista como su entorno deben tener claro que una carrera deportiva es larga y tiene altibajos. La exigencia es alta. Cuando trabajé con [Svetlana] Kuznetsova ella misma lo decía. Tenía 33 o 34 años, pero llevaba en la élite desde los 16, ganó un US Open con 19 y se notaba cansada», recuerda Carlos Martínez, entrenador de muchas jugadoras del circuito femenino, como la propia Kutznetsova o la también rusa Daria Kasatkina, otro talento precoz.
«Las mujeres maduran antes. Si alcanzan el nivel físico pronto, a los 16 o 17 años pueden estar ya preparadas para competir. Trabajo con chicos de esa edad que físicamente son animales, pero les falta la madurez», apunta Martínez, que también subraya la excelencia y las características de la escuela rusa para el caso.
En España sólo se recuerda una explosión prematura de este tipo, la que protagonizó Arantxa Sánchez Vicario, que ganó el Roland Garros de 1989 con 17 años, y en los últimos tiempos se ha estado lejos de un fenómeno parecido. Tanto Garbiñe Muguruza como Paula Badosa fueron talentos juveniles, pero a ambas les costó avanzar con asiduidad en los Grand Slam. Actualmente no ayuda la ausencia de la estructura de antaño, con más ayudas, más torneos pequeños y más nivel nacional, aunque todo puede pasar en el circuito WTA.
Quizá en el siguiente grande la sensación sea Kaitlin Quevedo, canaria de 17 años, número seis del ranking junior. Quizá ella continúe la tradición del tenis femenino de encumbrar a estrellas adolescentes.