La centrocampista mallorquina Virginia Torrecilla ha anunciado este jueves en su cuenta de Instagram que deja el fútbol después de 14 años de carrera profesional, aunque ha apuntado que “seguiré vinculada a este deporte que tanto me ha dado”.
Torrecilla (Mallorca, 1994) se desvincula así del Villarreal, donde recaló esta temporada y tenía contrato hasta este 2024, después de pasar por el UD Collerense (2009-2010), el Sporting Ciutat de Palma (2010-2012), el FC Barcelona (2012-2015), el Montpellier (2015-2019) y el Atlético de Madrid (2019-2023).
La futbolista debutó en 2013 con la selección española, con quien ha participado en las Eurocopas de 2013 y 2017, y en los Mundiales de 2015 y 2019.
En mayo de 2020, Torrecilla tuvo que ser operada de un tumor cerebral que obligó a la balear a alejarse de los terrenos de juego durante dos años. Tras una larga lucha, Torrecilla superó al cáncer, volviendo a jugar un partido oficial 683 días después.
“Gracias por el inmenso cariño que me habéis dado durante tanto tiempo y deciros que siempre os llevaré en mi corazón”, dijo en el vídeo subido a su red social acompañado de fotos y vídeos de su trayectoria.
Georgia es orgullo, descaro y pegada. Necesitaron eliminar a Grecia, campeón de Europa, en una repesca y, siendo una cenicienta debutante, derrotó a otro campeón, Portugal, para seguir viva en los octavos de final. Tuvieron las ideas claras y el fútbol suficiente para ganarse la clasificación cuando nadie lo esperaba, generando dudas en una de las favoritas, invicta desde la llegada de Roberto Martínez al duelo del Gelsenkirchen.
Los grandes jugadores aparecen cuando se les necesita. Estaba recostada Georgia en el acierto de Mikautadze y del gigante Mamardashvili, pero Kvaratskhelia afloró también en el momento justo, como si tener enfrente a su ídolo, Cristiano, le hubiera espoleado. Podía escribir la historia, lo tenía en sus manos y no estaba dispuesto a desaprovecharlo. Les había avisado Sagnol de que enfrente tendría una Portugal diferente, la unidad B a la que su seleccionador quería premiar pero en la que mantuvo a su astro en busca del gol que le lleve a los anales de la Eurocopa, una vez más.
El plan se torció en dos minutos, los que tardó Antonio Silva en cometer el primer error. Con la parsimonia que caracteriza a la selección lusa, quiso jugar el balón atrás y Mikautadze, listo, se lo robó para lanzárselo al espacio a Kvaratskhelia, un movimiento letal que desnudó a toda la defensa. A máximas revoluciones, encaró a Diogo Costa para batirlo con un disparo cruzado que pasó entre sus piernas. Nadie en el AufSchalke dudó de que esa carrera iba a acabar en otro gol para la historia de Georgia.
Portugal tiene los deberes hechos hasta octavos, pero le tocaba reaccionar. No valía sólo con pedir perdón, había que demostrar. Poco a poco fue encerrando a los cruzados georgianos en su campo y, a unos metros de la medialuna de la frontal, nació su primera ocasión en forma de falta que Cristiano quiso lanzar. Con su clásica estampa de piernas separadas y profunda respiración, lanzó un obús que desvió Mamardashvili. Sabía el guardameta valencianista que seguir en la Eurocopa está en sus guantes.
Se volcaba Portugal, pero la disciplina y la solidaridad parecía multiplicar a los georgianos, que no daban un segundo para pensar, un ritmo ante el que los hombres de Martínez se atascan. Palinha no estaba dando el equilibrio necesario ni Joao Neves podía coger el mando para hacer volar a Neto y Conceiçao. Sólo Joao Félix, por primera vez titular, inventó algo, como el mejor tiro desde dentro del área. Desde lejos lo intentó el propio Palinha y forzó algún córner que volvió a obligar al portero georgiano a despejar, con el peligro de que, como ocurrió, el rechazo lo pudiera cazar el ala del Oporto para mandarlo, esta vez, al lateral de la red.
Andaba Portugal enredada y, en apariencia, Georgia cómoda y siendo capaz de acelerarse a la carrera. Aún así, Gvelesiani evitó el gol de Cristiano evitando que rematara a bocajarro en el pico del área pequeña por el palo corto de Mamardashvili.
Pese al acoso, los georgianos buscando cómo estirarse contras que dañaban, y mucho, a Portugal. Empezaba a desesperarse Cristiano sin contacto con la pelota y reclamó a voz en grito un penalti que el colegiado suizo no vio. Al vestuario se fue con esa jugada en la cabeza, protestando a todos, y con el resquemor de la derrota.
Volvieron los portugueses al campo con más ímpetu y a punto estuvieron de empatar en un mal despeje de un córner que caramboleó entre defensas y que no pudo embocar Ronaldo. Se iba arriba Portugal y Georgia respondía igual, corriendo hacia el área. Eso hizo Kakabadze, al que trabó Antonio Silva, pero el VAR no avisó al árbitro hasta que, en un correcalles, Mamardashvili voló para salvar un remate de Dalot. No hubiera valido porque, el suizo Schärer fue al monitor para señalar el punto de penalti. No falló Mikautadze para apuntar el sueño y colocar su nombre entre los a seguir de cerca en el torneo.
Podía insistir Portugal y lo hizo de manera continua desde todos los puntos del área que se puedan imaginar. Pero Georgia tenía anocha a Mamardashvili y defendía con tres millones de jugadores, todo el país.
Con dos foils por banda, viento en popa a toda vela, no corta el mar, sino vuela un velero de la Copa América, como diría José de Espronceda si estuviera hoy en el Puerto Olímpico de Barcelona, asombrándose con el espectáculo que ofrecen los barcos que compiten en la 37 edición de la Copa América de vela.
Hoy comienza la final que enfrentará al actual poseedor de la Copa, el defensor neozelandés Emirates Team New Zealand, contra el INEOS Britannia de Reino Unido, ganador de las regatas preliminares Louis Vuitton donde se enfrentaron cinco equipos aspirantes. Los veleros más modernos y rápidos jamás vistos en un campo de regatas se disputan la competición más antigua del mundo, navegando prácticamente la totalidad de la prueba por encima de la superficie del mar, casi sin tocarlo.
Estas invenciones voladoras son el resultado de la evolución tecnológica más puntera en el mundo de la vela de competición, similar al desarrollo continuo de la Fórmula 1. Los veleros reciben el nombre de AC75 por America's Cup 75, debido a los 75 pies de largo o eslora, y 4,8 metros de ancho o manga.
La Copa América de vela ha sido el escenario, a lo largo de sus 173 años, donde se han llevado al límite los avances de esta industria. En el año 1851, en su primera edición, disputada en la Isla de Wright, Reino Unido, la goleta norteamericana 'America' sorprendió por su tecnología a los demás regatistas. La novedad estaba en el diseño de sus velas, más planas, que facilitaban su navegación. Los norteamericanos ganaron la regata llevándose la Jarra de las Cien Guineas como trofeo y conservándola hasta 1980.
Hoy en Barcelona el AC75 representa claramente ese espíritu. Cada detalle de la estructura de su casco, de las velas o de su tripulación es el resultado de muchos años de investigación y desarrollo en ingeniería naval.
Los ocho tripulantes del AC75 se reparten simétricamente en cada banda, cuatro a babor y cuatro a estribor, y permanecen parcialmente ocultos en sus cabinas para reducir su huella aerodinámica. Todo a bordo del AC75 está cuidadosamente diseñado para volar sobre el agua y deben ser minimizados los elementos que ofrecen resistencia al viento. Cada barco cuenta con dos timoneles o pilotos que gobiernan el velero, con dos trimmers que se encargan de ajustar las velas y las hidroalas o foils y con cuatro cyclors, que se encargan de hacer funcionar las velas. Los timoneles o pilotos y los trimmers son expertos regatistas, reconocidos mundialmente y con experiencia en anteriores ediciones de Copa América, olimpiadas y mundiales de vela. Los cyclors, en cambio, tienen poca o nula experiencia en la competición de vela. El término cyclor ha sido acuñado tras unir las palabras inglesas cyclist y sailor, o sea, ciclista y marinero. Aparecieron por primera vez en la edición de 2017 en Islas Bermudas, pedaleando para mover las velas a bordo del catamarán neozelandés 'Aotearoa'. Ganaron y se llevaron la preciada Copa a las Antípodas, entonces en manos de los norteamericanos, defensores del trofeo en las dos ediciones anteriores. Los kiwis, apodo con el que se conoce a los habitantes de Nueva Zelanda, sorprendieron a sus oponentes, quienes hasta la fecha realizaban la extenuante labor de mover las velas con sus brazos mediante unos molinillos. Estos navegantes, conocidos como grinders, lo hacían así desde la primera regata en 1851. ¿Por qué ahora se pedalea y no se usa la fuerza de los brazos?
Con las piernas se consigue un 20% más de potencia. Más fuerza y menos marineros. Con el propósito de sumar a estas tripulaciones hombres que generen la potencia necesaria para mover las enormes velas del AC75, los equipos han reclutado a ciclistas y remeros de élite. Estos destacan sobre los demás miembros de la tripulación por su corpulencia, ya que son atletas de entre 90 y 100 kilos de peso. Los cyclors pedalean durante toda la regata llegando a generar en picos de esfuerzo 500 vatios de potencia. Pedalean entre 20 y 30 minutos para mantener la presión hidráulica en un circuito de aceite y bombas que, colocados bajo el casco, mueven las velas y giran el mástil. Sin esa presión el barco no navega. De la cubierta de la nave hacia arriba, es decir, las velas y el mástil, todo funciona mecánicamente gracias a ellos a través de la fuerza humana.
La excepción está bajo la cubierta: un sistema electrohidráulico mueve los brazos con los foils o hidro-alas gracias a una batería. Este sistema de hidroalas permite al barco volar y alcanzar velocidades de vértigo en condiciones de poco viento, al eliminar casi por completo el rozamiento con el agua y las olas. En las regatas previas las naves han alcanzado 50 nudos de velocidad, unos 90 km/h, con vientos de tan solo 17 nudos, unos 30 km/h. La velocidad que estas naves alcanzan ciñendo, navegando hacia la dirección de donde viene el viento en el menor ángulo posible, es uno de los mayores logros conseguidos con esta tecnología.
La organización tiene unas reglas y restricciones muy estrictas. A cada equipo le dan una serie de velas mayores, velas foques y el mástil, además del sistema electrohidráulico antes mencionado. Los equipos se encargan de desarrollar, siempre dentro de las medidas y restricciones de la organización, el resto del barco. De esta forma, aunque el casco de cada competidor tenga unas dimensiones comunes, la parte sumergida, denominada carena, tiene un diseño diferente en cada velero. Lo mismo ocurre con las hidroalas colocadas en el extremo de los brazos laterales del barco o con la posición que ocupan sus tripulantes. Cada equipo ha optado por variaciones sutiles en busca de arañar unos nudos de velocidad a sus contrincantes.
En cuanto a las velas, llama la atención la ausencia de la botavara, la barra que sujeta firmemente el perfil inferior (pujamen) de la vela mayor. Se ha sustituido por un carro donde se ajusta el puño de escota y que oculto bajo la cubierta del casco se desplaza de un lado a otro para dar forma a la vela. De esta manera la vela llega a tocar la cubierta eliminando por completo ese espacio bajo la botavara por el que se desaprovechaba el viento. Así, los trimmers dan mayor amplitud, redondez o aplanamiento a las velas, y se benefician de la más mínima brisa disponible en el campo de regatas.
Se ha conseguido una mayor eficiencia aerodinámica colocando dos velas mayores idénticas en paralelo e insertándolas en la parte posterior del mástil. Si cortásemos una sección de estos elementos, la forma que obtendríamos el perfil de un ala. Los trimmers pueden controlar la tensión y forma de cada una de las dos caras de la vela, además de la orientación del mástil, que se puede girar un máximo de 45 grados. Con una cara más plana y otra más curva, como las alas de los aviones, se produce una diferencia de presión en la vela mayor y con ello un empuje adicional, que incluso en condiciones de poco viento hace volar a estos navíos.
FUENTES: The Institute of Marine Engineering, Science and Technology, University of the West of England, Bristol, 37th Americas Cup, Yachting World Sailing World.