«No quiero decir que me sentí vacío, pero sí que fue una sensación extraña», asegura el ganador del Tour, que reaparece hoy en la Vuelta a Croacia.
Jonas Vingegaard es un chico de pueblo, nacido en una aldea de menos de 400 habitantes y residente, aún hoy, en una localidad cercana que no supera los 1.500. Un tipo de costumbres sencillas que este verano se ha pasado horas y horas repantingado en el sofá, lejos de los focos y las redes sociales, descansando las piernas y despejando la mente. Mientras en su teléfono se acumulaban decenas de llamadas de carreras y patrocinadores, mientras la prensa danesa se preguntaba por sus reiteradas ausencias en las citas que previamente había programado, Jonas se entregaba por entero a su mujer y su hija. Tanto se había apartado de las cámaras que los únicos en saber algo de él fueron algunos vecinos de Mijas, Estepona y Coín, testigos desde comienzos de septiembre de sus entrenamientos por las carreteras malagueñas. Hoy, despejadas las sospechas y los rumores, el flamante vencedor del Tour de Francia tomará al fin la salida en la Vuelta a Croacia. Pero, ¿qué ha pasado realmente en la cabeza de Vingegaard?
Hace un mes, Grischa Niermann fue el primero en lanzar la voz de alarma. «Ha tenido que lidiar con una gran presión, tanto a nivel de los aficionados como de los periodistas, así que necesita un descanso», explicó el director del Jumbo-Visma. Por entonces, todos se rasgaban las vestiduras por la ausencia de Vingegaard en la Vuelta a Dinamarca. A última hora, el gran ídolo nacional había dejado plantados a miles de compatriotas. Brian Holm, uno de los directores deportivos del Quick-Step, llegó a hablar de «estrés post-traumático».
«Es mucho más duro de lo que muchos creen. Conozco a corredores que han tenido un año horrible tras una gran victoria. Para él no es sencillo estar rodeado de gente día y noche», añadió el ex ciclista danés. Sólo dos semanas más tarde, el runrún aumentaría de tono cuando Jonas se bajó de la Clásica de Bretaña y el Mundial de Wollongong. Bjarne Riis, ganador del Tour de 1996, esparció algunos comentarios maliciosos, mientras Henrik Jess Jensen, presidente de la Federación, excusaba al chico ateniéndose a su perfil hogareño.
«Bombardeo mental»
«Durante todo un año te preparas para el Tour y de repente, se acabó. No quiero decir que me sentí vacío, pero sí que fue una sensación extraña», explicó ayer mismo Vingegaard al diario Ekstra Bladet, donde también se refería al «bombardeo mental» padecido tras la gloria de los Campos Elíseos. Desde su etapa juvenil, había venido sufriendo episodios de estrés, que le hacían vomitar antes de cada carrera. Tras su primera gran victoria, en la Vuelta a Polonia 2019, ni siquiera pudo conciliar el sueño, víctima de un bloqueo mental que le hizo derrumbarse en la etapa siguiente. «Me resulta muy exigente y cansado hablar a diario con los medios», añadía durante la citada entrevista. Y al escuchar sus palabras resulta inevitable pensar en Naomi Osaka, Michael Phelps, Javier Fernández o Nico Rosberg, sólo por citar algunos ejemplos.
«El caso de Vingegaard no es una excepción, ni mucho menos. Son habituales los episodios de ansiedad que a veces desembocan en depresión», explica a este periódico Juan Carlos Campillo, uno de los coach deportivos más prestigiosos de nuestro país. «Cuando después de una presión tan grande, el deportista consigue su objetivo se produce una explosión, una liberación, pero casi de inmediato empieza a dudar y a pensar que puede haberse tratado de una mera cuestión de suerte. Es lo que conocemos como síndrome del impostor», relata el psicólogo que ha trabajado, entre otros, con Julen Lopetegui o Carolina Marín. «Por eso es tan habitual que el campeón postergue su regreso, temeroso de que un nuevo desafío diluya o rompa su éxito previo», añade.
En el caso del escalador que se exhibió ante Tadej Pogacar en Granon y Hautacam hay que añadir además el tremendo influjo de su mujer y su hija, a quienes cada día telefoneaba nada más cruzar la meta. «Se trata de un arma de doble filo. Por un lado, la familia actúa como un amparo, como el escenario en el que el deportista no debe actuar como personaje público, sino como persona. Sin embargo, la dualidad llega cuando paga con los más cercanos las consecuencias de su tensión. Por eso, nunca debe tirar de primeras con ese entorno, sino que debe gestionar primero la presión para volver tranquilo a su refugio», finaliza el autor de El entrenador mental (Arcopress, 2017).