Fue una hora huracanada, un vendaval en Miami. Jannik Sinner se proclamó campeón del Masters 1000 estadounidense en una final desigual con su rival, Grigor Dimitrov, rendido a su tenis, a la perfección de sus golpes, a su brillantez actual. Un 6-3 y 6-1. Nada más. No hubo competición porque el italiano no quiso: se comió la pista desde el primer juego y evitó que Dimitrov entrara en el partido en todo momento. Apenas le concedió una oportunidad de ruptura, fue muy superior.
Fue el Sinner de este 2024, simplemente. En su lista del año ya tres títulos, el Open de Australia, el ATP 500 de Rotterdam y este Masters 1000 de Miami, y sólo una derrota, la sufrida ante Carlos Alcaraz en Indian Wells. Es el dominador actual del circuito, sin discusión, el favorito para los próximos torneos y para el próximo Grand Slam, Roland Garros. De hecho, en el ranking ATP ya es el número dos tras arrebatarle el puesto al propio Alcaraz y sólo por detrás de Novak Djokovic.
“Estoy muy orgulloso no solamente por el resultado, he sabido sufrir a lo largo del torneo. No he tenido demasiado tiempo para adaptarme a la pista y ha sido complicado. Mi nivel de hoy ha sido muy, muy bueno. Estoy orgulloso de cómo he manejado la situación. Intento mejorar y disfrutar el momento. Es una racha especial, nunca sabes si va a este torneo va a ser el último. Ahora llega un nuevo capítulo con la tierra batida”, comentó el ya campeón de Miami en la pista.
Una oportunidad y otra y otra y... al acabar las semifinales ante Alemania, los jugadores de España no se podían quitar de la cabeza los últimos tres minutos de partido en los que pudieron marcar y no lo hicieron. La selección volvió a caer en las semifinales de unos Juegos Olímpicos, un muro histórico -ocurrió en 1996, 2000, 2008 y 2020-, y seguramente ésta fue la vez más dolorosa. Incluso si mañana (09.00 horas) se cuelga el bronce en la final de consolación ante Eslovenia, el pivote Javi Rodríguez recordará los dos lanzamientos a bocajarro que tuvo para anotar y estrelló contra el portero germano, Andreas Wolff.
Al acabar el encuentro, Rodríguez, el más joven del grupo, de sólo 22 años, lloraba en el banquillo tapándose el rostro con la toalla blanca mientras sus compañeros se marchaban hundidos a vestuarios. El golpe fue tan importante que esta vez no hubo unión. Cada uno por su lado trataba de superar lo ocurrido, de digerir la rabia, de tranquilizarse.
Era complicado. Más de la mitad del grupo ya sufrió el mismo golpe hace sólo tres años en las semifinales de los Juegos de Tokio y ayer se veía en la final, por fin en la final olímpica, la primera de la historia de España. «Ahora mismo no sé qué decir, no puedo animar a la gente, no puedo hablar. Es bastante jodido sacar palabras de ánimo porque lo hemos tenido en nuestras manos. Hemos tenido oportunidades y no las hemos aprovechado», comentaba Jorge Maqueda justo al acabar el encuentro. «Hemos sido claros dominadores del juego, pero no de la finalización, que al final es lo que te permite ganar el partido», analizaba el seleccionador, Jordi Ribera, en una zona mixta en la que se mezclaban los sentimientos. Hubo disgustos y hubo enfados.
El recuerdo distinto de Tokio
Pese al mérito en las paradas de Wolff, el portero alemán, algunos señalaban que faltó más paciencia y más puntería en los lanzamientos. «Wolff es un gran portero, pero le hemos metido nosotros en el partido con tiros mal seleccionados. Es más culpa nuestra que mérito suyo. Era una oportunidad única que no hemos sabido aprovechar. Duele más porque sabemos que no es un equipo superior a nosotros», aseguraba Gonzalo Pérez de Vargas con cierta razón.
Al contrario de otros equipos en estos Juegos, como Egipto, rival en cuartos de final, Alemania no impuso su juego por encima de España, pero igualmente dominó el marcador. Hasta dos veces el equipo de Ribera estuvo muy por debajo (10-6 en el minuto 18 y 19-16 en el minuto 42) y hasta dos veces tuvo que remontar. Su virtud: la defensa y los contraataques. La virtud de Alemania: sus lanzadores, especialmente Renars Uscins, el hombre que eliminó a Francia.
Contra ellos había que poner el pecho, todo el cuerpo, el alma detrás y delante dejar que hicieran Ian Tarrafeta o Agustín Casado. El plan funcionaba y el único obstáculo para la victoria era Wolff. Antes incluso de sus paradas salvadoras a Javi Rodríguez, el portero alemán ya llevaba una racha asombrosa y así acabó: detuvo 22 de los 45 lanzamientos que recibió, entre ellos el único siete metros que hubo a favor de España. Aleix Gómez, con un 100% en el torneo hasta entonces, contabilizó su primer fallo.
«Estamos fastidiados, pero habrá que hacer borrón y cuenta nueva. Las fuerzas las sacaremos de dónde sea, pero costará, costará», reconocía Maqueda que sabía que la situación era muy diferente a la vivida hace tres años. Entonces en el Gimnasio Nacional Yoyogi de Tokio hubo una conjura entre veteranos y jóvenes: para algunos, como Raúl Entrerríos, Julen Aguinagalde o Viran Morros, el bronce suponía una fabulosa despedida y para los otros, como el propio Pérez de Vargas o Alex Dujshebaev, su primera medalla olímpica. Las semifinales, ante Dinamarca, también habían sido muy distintas, con pocas opciones de victoria. Ahora los que ya estuvieron en Tokio querían más y de ahí el enojo.
«Lo más rápido que podamos habrá que levantar la cabeza y pensar que todavía podemos ganar el bronce», aseguraba Pérez de Vargas antes de meterse en el vestuario, donde ahí sí, había que recuperar la piña y empezar a rehacerse para mañana marcharse de los Juegos con un bronce, otro maldito bronce, el quinto, aunque perdure el recuerdo por los goles perdidos.
La arquera Reena Parnat y el judoca Kaljulaid Kristofer, los abanderados de Estonia, miraban a proa y alucinaban. Por orden alfabético -en francés, no en inglés, lo habitual-, al país báltico le tocó compartir barcaza con España y, claro, cualquier intención de hacerse ver quedó en nada. Como siempre, la delegación española fue de las más ruidosas, de las más alegres, de las más festivas y captó la atención de las cámaras. Los deportistas estonios, compañeros sobre las aguas del Sena, se resignaron a salir en la televisión cinco o seis segundos.
La organización de los Juegos Olímpicos de París 2024 intentó lo imposible, que el desfile de países no se hiciera eterno, y no lo consiguió. Aunque redujo al mínimo el tiempo de pantalla de las delegaciones e intercaló los espectáculos, al final quedó la misma sensación monótona de siempre y esta vez, además, quedó lejos la alegría de los protagonistas, el principal sustento de la ceremonia.
"¿Alguien tiene una biodramina?", preguntaba en redes sociales Marcus Cooper, abanderado español y estaba nervioso el piragüista y estaba emocionado por vivir uno de los mejores momentos de su vida, pero apenas se le vio. Desde las orillas del río Sena era imposible distinguir entre unos deportistas y los otros, sólo se diferenciaban banderas y en las pantallas más de lo mismo. La propuesta de los barcos era original, pero resultó rarísima, si no fallida.
Barcos diferentes y la lluvia
Desde el primer abanderado, Giannis Antetokounmpo, baloncestista griego, un tipo enorme, que mide 2,11 metros, quedó claro que habría que afinar la vista para disfrutar del evento y desde el primer barco compartido se evidenció que habría extrañas compañías. Un mal rato pasaron los deportistas de Islandia e Italia en muchos puntos del Sena cuando recibieron un sonoro abucheo que no era para ellos si no para sus acompañantes, los atletas de Israel. Ahí estaban los armenios, con muchísimo espacio, mientras a su lado los alemanes tenían que apretarse para no caer por la borda. Ahí estaban países pequeñitos como Suazilandia y Kiribati solos en unas barquitas pequeñitos. Ahí estaba la delegación en Países Bajos en un yate espectacular o Estados Unidos en un barco que parecía más grande que el propio Sena.
La única vez que entre el público presente ante el río parisino se notó emoción de verdad fue cuando pasó por delante la delegación francesa, que se llevó una ovación tras otra cada vez que cruzaba un puente.
Más allá de los problemas de planificación de la ceremonia, hubo dos decepciones, una grande y otra pequeñita. La lluvia intensa que empezó a caer en la primera hora del evento acabó deformándolo todo, fastidiando el trabajo de artistas y cámaras, y además faltó un animador habitual. Los últimos desfiles olímpicos, siempre tediosos, tuvieron como protagonista a Pita Taufatofua, abanderado de Tonga, que solía viralizarse en redes sociales con su look sin camiseta, pero esta vez no se había clasificado. Esa propuesta la hizo en París Karalo Maibuca, abanderado de Tuvalu, isla cercana a Tonga, pero apenas se le pudo ver como al resto. Al final la inauguración de los Juegos de París acabó deslucida por la distancia de los asistentes con la acción -los últimos actos en el Trocadero ya sólo se pudieron seguir por las pantallas gigantes- y sobre todo con las estrellas de todas las citas olímpicos, los deportistas.