“¿Por qué no? Quizá algún día los españoles puedan ver a su equipo ganando a los All Blacks“. Corría marzo de 2023 y Bill Beaumont, entonces presidente de World Rugby (la Federación internacional), respondía a los periodistas sobre las razones para que Madrid fuera una sede de las Series Mundiales de rugby a siete. Dos años después la selección masculina no sólo ha vencido varias veces a Nueva Zelanda sino que se ha proclamado subcampeona, por detrás de Sudáfrica.
Hace ahora un año, precisamente en esa serie final en Madrid, el equipo trataba de evitar el descenso. Se salvó con solvencia. Al inicio de esta temporada, el seleccionador Paco Hernández se planteaba meterse entre los ocho primeros para garantizar la permanencia. En el primer torneo España fue plata; en el segundo, cuarta. Al término del tercero, en el que hizo bronce, era colíder. “Ahí nos dimos cuenta de que podíamos mirar objetivos más grandes”, contaba Hernández a EL MUNDO tras la final de este domingo.
La explosión de ‘los hombres de Paco’, como se les ha llamado en las redes sociales de la Federación, se ha producido en los últimos meses pero se debe a un trabajo de años en un contexto favorable. El seven es olímpico desde 2016. En paralelo, constituye la apuesta de World Rugby para atraer nuevos públicos. Estadios grandes, con sucesión de partidos (14 minutos cada uno) sobre el césped, juego siempre en movimiento y ambiente festivo. La espectacularidad como principio y las redes sociales, en los últimos años, como escaparate.
En el rugby a siete han dominado las grandes potencias del rugby tradicional. Pero abre una ventana a los países emergentes: no hace falta una plantilla de cuarenta jugadores y quince personas de staff. Con la mitad se puede competir en la élite. Es más barato y permite la entrada de fondos adicionales vinculados al olimpismo.
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“Desde que terminó el covid este equipo lleva años junto”, recordaba el jueves pasado Manu Moreno, incluido junto a Pol Pla en el equipo ideal de la competición. Es otra clave del despegue español. A las órdenes de Paco Hernández y del preparador físico Manuel García Sillero -también decisivo en la subida de nivel-, desde hace dos temporadas una veintena de jugadores pagados por la Federación están concentrados todo el año en Málaga -la selección femenina, en Madrid- y dedican al rugby su jornada laboral. Su rendimiento se ha multiplicado. “Se han convertido en mucho más profesionales de lo que eran, son compañeros de trabajo que funcionan muy bien”, explica el seleccionador. A la vez, tratan de evitar la sobrecarga. Con el dinero que recibe cada uno se organiza para vivir, ya sea con compañeros o con personas ajenas al deporte.
Al éxito ha contribuido cierta continuidad. Hace más de una década la selección masculina, dirigida por Tiki Inchausti, ya estuvo en la élite. Pero sobre ella pesaron siempre las estrecheces presupuestarias. Pese a la clasificación para los Juegos de Río 2016, el plan no continuó. Volvió a coger impulso con Pablo Feijóo y ahora Paco Hernández ha llegado al vértigo de firmar seis semifinales en siete torneos. Incide también la especialización. Los seleccionadores detectan jugadores con capacidades para esta modalidad explosiva y les ofrecen probar. Excepto en algunos casos, eso supone la renuncia al rugby de quince, pero otorga la posibilidad de ingresar en un entorno muy competitivo con viajes por todo el planeta.
Hace unos años, además, que a las selecciones de rugby llegan jugadores con muchos años de bagaje porque se iniciaron de niños. España disfruta ahora de un conjunto con enorme competencia interna. Tiene un gran veterano, Pol Pla, 110 ensayos en Series Mundiales. Otros compañeros con mucha calidad, aún jóvenes pero con mucha experiencia en el circuito. Y jóvenes capaces de desatascar los partidos con descaro y velocidad.
Por último, la química interna del grupo humano funciona. Deportistas que lo pasan bien, que transmiten optimismo cuando se arrancan a cantar ‘La Morocha’, el altavoz siempre a mano. “Somos un equipo muy joven, muy alegre, tenemos muchas ganas de estar aquí, eso también es importante, porque es un deporte que quema bastante”, cuenta Moreno. Una prueba de su aceptación popular es que en los contratos con la Federación se han incluido cláusulas para regular las acciones publicitarias.
Selfie de Tobías Sainz-Trápaga con el equipo y el staff
Este excelente momento de la selección masculina se ha consolidado días después de que World Rugby, que se financia sobre todo con los mundiales de rugby a quince, redujera los equipos de seven en las Series Mundiales para la próxima temporada en un intento de limitar gastos. A los Leones, subidos al podio, no les afecta. Las Leonas, duodécimas en la temporada regular, han quedado fuera. Al circuito le hace falta dinero privado. A nivel nacional, lo señalaba Pla con la plata colgada al cuello. “Ojalá tengamos más apoyo económico de empresas que apuesten por nosotros, y seguimiento, que vean que jugamos contra los mejores y se diviertan con nosotros”.
En conversación con EL MUNDO, el seleccionador Paco Hernández manifestaba sus deseos para llegar aún más lejos. “Intentar generar un campeonato de España de rugby a siete, seguir trayendo chavales, que los jugadores y jugadoras quieran estar en este entorno”. Hace unas semanas, en el entrenamiento abierto que el equipo hizo en Madrid, él deslizaba en privado que en Los Ángeles miraban al podio. En el torneo que decidía el título han dado otro paso más. Del tercer puesto de la temporada regular han avanzado hasta el subcampeonato.
De Los Ángeles a Los Ángeles, “volver a los Juegos Olímpicos” es la meta que a medio plazo se marca el seleccionador. Significan reconocimiento, dinero, visibilidad. Pero después de una temporada deslumbrante que les sitúa bajo los focos de la élite internacional, los jugadores españoles, cuando se plantean objetivos antes utópicos, coinciden sin saberlo con aquella reflexión que entonces sonó a cumplido algo sorprendente. “¿Por qué no?”