La Kings League Américas tuvo este martes por la noche su gala de presentación, en la que el español Gerard Piqué era uno de los invitados. Lo que no esperaba el ex del Barça era convertirse en el protagonista por una cáida que se ha vuelto viral.
Todo ocurrió cuando Piqué, en uno de los descansos de la gala, se dirigía a la grada del plató a firmar una autógrafo a un niño. Cuando iba hacia él, hablando por el móvil, cae por un agujero que separaba el plató de la grada.
Por lo que se aprecia en las imágenes, el empresario no mide bien la distancia para bajar del plató a esa zona de separación y desaparece por el hueco ante la preocupación de varios técnicos cercanos al lugar del accidente.
Pocos segundos después, Piqué se levanta haciendo indicar que no se ha lastimado y que el percance no queda en más que una anécdota.
Incluso alguno de sus grandes amigos como Ibai han compartido el vídeo preguntándole a Piqué por lo sucedido, a lo que el ex defensa ha respondido con un cómico: “Truco de magia”.
El Giro presta sus emblemas a un Tour que desprende destellos rosas. La Grande Boucle se abre paso con la emoción contenida de los tifosi. Cesenatico, la ciudad que Marco Pantani siempre consideró su casa y en cuyo cementerio reposan sus restos, albergó este domingo la salida de una segunda y trepidante etapa, con el primer desafío entre Tadej Pogacar y Jonas Vingegaard. El lunes se rendirá tributo al genial Fausto Coppi.
Camino hacia Bolonia, el pelotón se agitó con intensidad en el último tramo de la jornada, como le hubiera gustado al incomparable y atormentado Pirata (Cesena, 1970-Rimini 2004), ganador de ocho etapas en el Tour y de la general de 1998, el último que se adjudicó la ronda francesa y el Giro en el mismo año, una proeza que ahora persigue Tadej Pogacar. Antes lo consiguieron Fausto Coppi (1949 y 52), Jacques Anquetil (1964), Eddy Merckx (1970,1972 y 1974), Bernard Hinault (1982 y 85), Stephen Roche (1987) y Miguel Indurain (1992 y 1993).
La resolución de la etapa, conquistada por Kevin Vauquelin (segunda fiesta consecutiva para los franceses) quedó determinada de por las dos ascensiones a San Luca, una cota de cerca de dos kilómetros al 10,6% de pendiente media. Hermoso y artístico lugar, con un pórtico de 666 arcos en la margen izquierda de la carretera. Un santuario que suele acoger el final del Giro de Emilia, cuya edición de 2022 ganó Enric Mas. Allí, Pogacar volvió a atemorizar a sus enemigos un breve ataque de 200 metros que le catapultó al liderato de la prueba. Como hizo en el pasado Giro, el esloveno asumió la privilegiada plaza en la segunda jornada. Y desde ahí hasta el final. Una jugada que ahora podría repetir.
La cita de este domingo, en dirección al Adriático, quedó marcada por una escapada en la que se metió el español Cristian Rodríguez (Arkéa) y otros nueve aventureros: Quentin Pacher (Groupama), Axel Laurence (Alpecin), Hugo Houle (Israel), Nelson Oliveira (Movistar), Kévin Vauquelin (Arkéa), Mike Teunissen (Intermarché), Harold Tejada (Astana), Jonas Abrahamsen (Uno-X) y Jordan Jegat (TotalEnergies), que llegaron a alcanzar una ventaja superior a los nueve minutos. Un día de nervios para el Visma, con sustos para los mejores gregarios de Vingegaard: Wout van Aert y Matteo Jorgenson, que sufrieron rasguños en sendas caídas. Las desgracias del equipo neerlandés son interminables.
En la ascensión a Montecalvo, a 44 kilómetros de la meta, apretó el UAE de Pogacar para descolgar a Van der Poel y reducir la distancia de los fugados. Abrahamsen (líder de la montaña) comandaba las operaciones. En el primer paso por San Luca aparecieron los escuderos de Vingegaard al frente del grupo y los escapados ya sólo contaban con 3.25 minutos de renta. 'Pantani vive' proclamaba una pancarta blanca.
Oliveira, Abrahamsen y Vauquelin abandonaron el grupo de aventureros a falta de 17 kilómetros, cuando el pelotón desistió de las labores de caza. En la última subida a San Luca se hizo la última selección, con el acelerón definitivo de Vauquelin, un chaval de 23 años que siempre apuntó buenas maneras, con triunfos en el Tour de los Alpes Marítimos y Tour de Jura en 2023. Este año ganó una etapa en la Estrella de Bessêges y fue subcampeón de contrarreloj de Francia. Pero lo mejor, una vez más, lo ofreció Pogacar, con una breve aceleración que sirvió para desprenderse de sus enemigos. A 10 kilómetros de meta, sólo Vingegaard, cómo no, fue el único que pudo responder al esloveno. En 200 metros atemorizó a todos y asaltó el liderato.
En el descenso llevó con el gancho a Vingegaard, que apenas pudo colaborar en los relevos. En la bajada apretaron Evenepoel y Carapaz, que enlazaron con los dos grandes referentes a un puñado de metros de meta. Llegaron juntos, cuádruple empate en la cabeza de la general (Pogacar, Evenepoel, Vingegaard y Carapaz), pero el maillot amarillo fue para Pogacar, por mejor posición en la jornada inaugural. Bardet, líder en Rimini, se queda ahora a seis segundos.
El sábado, cuando los futbolistas del Dortmund salgan del túnel de Wembley para disputar la final ante el Real Madrid, una voz al unísono rivalizará con los acordes de la Champions. Un rugido en las gargantas de 24.610 hinchas alemanes entonando el Heja BVB, la canción que durante las cinco últimas décadas se ha convertido en su himno más popular. Desde 1976, año del último ascenso a la Bundesliga, la afición del Borussia recibe al equipo con su pegadizo estribillo. Sin embargo, este ritual pudo truncarse en 2001, cuando un Borussia sin identidad navegaba a la deriva. La directiva de Gerd Niebaum quiso enterrar la canción por otra más moderna, sin reparar en la obstinación de la Südtribüne. El sector más fanático del Westfalenstadion manejaba otros planes.
"Hay otros clubes en la elite europea, como Barcelona, Bayern o Real Madrid, que pertenecen a sus seguidores y no a conglomerados o ricos hombres de negocios. Sin embargo, existen dos diferencias entre el Dortmund y ellos. La primera es que el Borussia sigue siendo, más que una marca global, un club esencialmente impulsado por la comunidad. La segunda es el apoyo. Es natural que los aficionados se quejen a menudo de que no los escuchan o incluso los ignoran.
Los seguidores del BVB se quejan regularmente de esto, pero no conozco ningún club de este tamaño que tenga tantos enlaces con su afición y esté tan preocupado por lo que quieren y necesitan las personas en las gradas, a diferencia de las que están sentadas frente al televisor". Estas son algunas de las conclusiones que convierten Building the Yellow Wall: The Incredible Rise and Cult Appeal of Borussia Dortmund (Orion Publishing, 2019) en uno de los mejores libros sobre fútbol de la última década.
Identidad
Uli Hesse, su autor, dirige la prestigiosa revista 11Freunde. También milita como hincha fervoroso del Dortmund, aunque ello no le haya impedido diseccionar la figura de Franz Beckenbauer, el gran mito del Bayern, o acometer la historia del gigante muniqués en Bayern: Creating a Global Superclub (Yellow Jersey, 2016). Toda su devoción por el Borussia, su certero análisis, se compendia en un párrafo que completa el anterior. "Mantener esta posición supone un sufrimiento diario. Por un lado, el BVB pretende demostrar que Theodor Adorno se equivocaba. "No hay vida verdadera en la falsa", decía el filósofo alemán.
En otras palabras, el Dortmund cree que hay un modo de competir en el alto nivel sin traicionar los elementos esenciales de su identidad, que define como "rebeldía, lealtad y sencillez". Sin embargo, para hacer esto el club necesita algún tipo de éxito. Después de todo, nadie puede ser rebelde, leal y sencillo en la mediocridad de la mitad de tabla. Sólo demuestras algo cuando llegas a la cima y aun así te niegas a venderte".
El texto de Hesse, aún no traducido al castellano, aborda la idiosincrasia de un club enfrentado, desde su nacimiento, con el poder. "La fundación representó casi un acto revolucionario para unos jóvenes como nosotros y nos exigió mucho valor y coraje. Después de todo, nuestra sagrada Iglesia Católica, tan próxima al Gobierno, era la institución más importante para nosotros", admitió, poco antes de su muerte, Franz Jacobi, secretario y mano derecha de Heinrich Unger, presidente. Sólo una semana después de aquel cuarto domingo de adviento de 1909, el capellán Hubert Dewald amenazaría con la excomunión a aquellos 18 sacrílegos que pretendían jugar los domingos. "No es un simple día de esparcimiento que podamos pasar como mejor nos parezca", clamó desde su púlpito.
Hoy, algunos ecos subversivos perviven en la terraza de la cervecería Wenker, la de más rancio abolengo en el Alter Markt. Los rescoldos de un carácter obrero e izquierdista. Las secuelas de una vida precaria en las minas de carbón y la industria acerera. El temperamento local, según Hesse, se fundamenta en "un enfoque sensato ante la vida, un fuerte espíritu de trabajo, un sentido de la solidaridad y una aversión a la charla pretenciosa". Nadie viaja a Dortmund atraído por el paisaje o la vida cultural y nocturna. Allí sólo se respira fútbol. Apurando las rondas en los pubs de Lindemannstrasse, los turistas enfilan hacia el estadio.
Porque el Borussia nunca habría cumplido 115 años sin el Westfalenstadion, su tabla de salvación tras la quiebra de la industria minera. "Convertirse en sede del Mundial de 1974 y recibir fondos públicos (tanto del länder de Renania del Norte-Westfalia como del gobierno federal) para construir el nuevo campo supuso un sustancial golpe de suerte", prosigue Hesse, premiado en los Charles Tyrwhitt Sports Book Awards de 2019. Tras la temporada 1973-74, el Dortmund había acabado sexto en la segunda división, con un promedio de 8.900 espectadores en sus gradas.
El curso siguiente, el equipo volvió a terminar sexto, pero recibiendo 25.400 espectadores en la nueva sede. Pese a deambular por la Bundesliga 2, los amarillos acogían a más gente que 13 equipos de la máxima categoría, incluido el Mönchengladbach, absoluto dominador por entonces. Hoy, bajo la denominación de Signal Iduna Park y un contrato de patrocinio que expira en 2026, su capacidad se ha ampliado a 81.365 espectadores, la mayor de Alemania.
Hans-Joachim Watzke, director general del Dortmund durante las dos últimas décadas, se hace escuchar varias veces a lo largo de 288 páginas. "El aficionado alemán quiere sentir que forma parte de un todo. En Inglaterra, el hincha ahora es básicamente un cliente y puede vivir toda una vida con eso. Pero si le dices a un seguidor alemán que es sólo un cliente, te va a matar. Tiene que sentirse conectado con el club". Aún peor, lógicamente, se entendería el paso de cliente a mero consumidor. Quizá por ello, Watzke comprendió en 2001, su primer año en la cúpula del Dortmund, que el célebre Muro Amarillo no iba de farol. Y que tras cantar tozudamente el Heja BVB antes de cada partido, terminaría dando marcha atrás a los planes de Niebaum.