Tras una destitución que pocos comprendieron, el ex entrenador del Real Madrid, lejos ya de polémicas, repasa el pasado de una era inigualable y muestra su lado más personal. “Para mí, el reconocimiento de un camarero es tan grande como un título”, admite
Pablo Laso pide un café solo y un agua con gas. Está algo más delgado y bastante más sonriente. Han pasado seis meses desde aquella noche que recuerda «sin miedo» que desencadenó los acontecimientos que iban a poner fin, no sin polémica, a una era en
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En las permanentemente embarradas instalaciones del Campo de Marte, mientras Niko Sherazadishvili rumiaba otra inmensa decepción olímpica, se oían los gemidos guturales de Ilia Sulamanidze, un georgiano que acababa de perder el oro. Los ojos azules del gigante español contenían las lágrimas. "Esta vez no voy a llorar". Pero dolía igual. O más. Como en Tokio, se le escapó la medalla. Y hay reveses que se clavan para siempre en el alma.
Realmente, Niko no encuentra explicación. Él, el hombre tranquilo, un judoca que es capaz de dormir mini siestas entre combates (se lleva hasta su propia almohada), se bloquea en la hora de la verdad. Eso era la única conclusión posible para él tras perder claramente la segunda pelea de la repesca por el bronce con el uzbeco Muzaffarbek Turobayev, un gigante de dos metros que "es una persona muy incómoda". "Soy mejor de lo que demuestro", pronunciaba Niko, como queriéndose convencer. Antes, el abrazo fraternal con Quino Ruiz, su "segundo padre", contuvo toda la emoción del momento. Su mentor desde los 13 años también sabe lo que es que las medallas olímpicas se escapen de las manos.
El recorrido en París fue igual que el del Nippon Budokan para Niko, aunque allí llegara como doble campeón olímpico de -90 kilos. Ahora el trayecto de tres años ha incluido un cambio de peso a -100 y una operación de rodilla tras romperse los ligamentos que le tuvo ocho meses en el dique seco. Como entonces, Shera perdió en cuartos, ganó el primero de la repesca y volvió a caer para quedarse sin medalla. "Estoy un poco triste, porque no saco mi mejor versión. Entrenando soy muy bueno, en otras competiciones me pongo esa presión, pero aquí me pueden los nervios. Porque me importa mucho. No saco mi mejor versión", repetía.
Niko Shera, en acción.MIGUEL GUTIERREZEFE
"Lo noto cuando piso el tatami, cuando entro. Porque hasta entonces mis sensaciones son muy buenas. Físicamente estaba muy bien, pensaba que estaba tranquilo. Realmente había disfrutado del trayecto, de la preparación. Pero cuando piso el tatami siento que me falta un poco más", reflexionaba. Fue una jornada de vaivenes para el judoca español, llegado de niño a Madrid desde Georgia. Exento por ranking del combate de primera ronda, en octavos, pese a un inicio dubitativo (tuvo que remontar un tempranero wazari), acabó con el joven húngaro Zsombor Veg y se aseguró al menos la lucha por el bronce en la repesca. Como así fue, porque, contra todo pronóstico, Shera perdió el siguiente duelo, ante el Daniel Eich (luego duró 10 segundos en seminifinales el suizo). "Ese combate no lo tenía que haber perdido...".
Se complicó el camino, otra vez los fantasmas para el pupilo de Quino Ruiz. Pero, tras el descanso del mediodía, se rehízo para derrotar en un agónico combate al japonés Aaron Wolf, vigente campeón olímpico. Ambos salvaron varias situaciones comprometidas, pero el español, con 2:47 transcurridos en el Golden Score, acabó con su rival gracias ipon (uchi mata).
Y, ante el uzbeco, irreconocible Shera, dos wazaris para el ipon en menos de 10 segundos. Tan duro, que hasta el propio Niko duda de lo que pasará ahora con su carrera. "Puede ser que esto tenga algo que ver con Tokio. Allí estuve peor, aquí mejor pero no lo suficiente como para sacar una medalla. Es que no soy yo al 100%. Voy a desconectar, a disfrutar y a ser feliz. Y si es lo que me apetece, seguiré", cerró.
Jorge Martín (Madrid, 1998) responde con simpatía y sin rastro de pereza, a pesar de la ajetreada jornada de entrevistas que acumula. «Llevo ya seis horas, pero estoy disfrutándolo, también es parte de la victoria. Estas son mis vacaciones», bromea. En un rato acudirá a El Hormiguero y La Revuelta, para zanjar la polémica que ha llevado su nombre a más titulares incluso que cuando hace 15 días ganó el título mundial de MotoGP. La premisa es que nada de preguntas sobre el asunto, a ningún medio. Y EL MUNDO cumple. No así la otra parte, quizá la misma falta de profesionalidad de su entorno que le llevó a incumplir su pacto con el programa de Antena 3.
¿Qué se siente al ser el mejor del mundo en lo suyo?
Eso justo es lo difícil de asimilar. No es sólo ser campeón de MotoGP, es que soy el mejor de motos que hay ahora mismo. Es un orgullo estar en este punto después de todo lo que he pasado. Yo y mi familia, hemos pasado por mucho. No acabo de creérmelo. Cada vez que lo digo... 'Ostras, campeón del mundo'. Se me hace difícil. Pero sí, sí, ya lo tengo.
¿Supone un alivio, una meta o un punto de partida hacia más?
Todo a la vez. Siento que me he quitado un peso de encima. Porque tenía un pensamiento: '¿Y si me retiro y no lo consigo?'. Cómo iba a vivir con eso. Y soy joven aún, 26 años, tengo mucho recorrido en MotoGP. Más que el título, para mí es importante el legado, que se recuerde a Jorge Martín.
¿Y cómo quieres que se te recuerde?
Como alguien que lo ha dado todo en la pista. Un luchador que ha sabido sobreponerse a situaciones difíciles. Y bueno, un piloto rápido.
Quinto español y primer piloto de un equipo privado (Pramac Racing) en lograr el título de MotoGP en toda la historia.
Este título tiene mucho de romper barreras. Más que ser español, que es donde naces, la bandera que llevas y con orgullo, el hecho de haberlo hecho en un equipo satélite, esto marca mucho MotoGP, porque va a ser difícil volver a verlo. Nadie lo hizo nunca. Para la gente que no entienda tanto, es un equipo de 12 personas contra una fábrica de 200. Eso significa que cada miembro de mi equipo valía por 10. Está claro que éramos Ducati, pero Ducati quería que se ganase en el equipo oficial. Toda la información va en un sentido y no es recíproco. Tiene mucho mérito.
¿Hay algo de rebeldía en este título?
Toda mi carrera ha sido a base de crecerme ante las adversidades. A mí el hecho de ir o no ir al equipo oficial de Ducati no me hubiese cambiado mi forma de pilotar (rechazado, ha acabado fichando por Aprilia). Yo doy el 100%, lo que tengo, me vacío en el circuito. Pero sí que puede ser que nos ha unido más como equipo a estos 12 que te digo, nos ha hecho ser más piña. Y esto nos ha dado un motivo más para ganar. Un motivo positivo.
Jorge Martín, en las instalaciones de su patrocinador.Angel NavarreteMUNDO
¿Cómo es vivir permanentemente con el riesgo cerca?
A ver... Vives mucho más intenso todas las cosas. No sólo por las lesiones. Obviamente, te juegas la vida, pero es muy difícil que pase algo grave. No vives con ese pensamiento. Pero es verdad que todo lo que haces lo haces con mucha intensidad. Si un día sales con tus amigos, si te vas de vacaciones, si te saltas la dieta... Y esto creo que también es guay. Porque así disfrutas mucho más de pequeñas cosas.
Tuvo caídas graves, especialmente la de Portugal 2021. ¿Compensa?
Sí, este título compensa. Ya el año pasado compensó el subcampeonato, poder pelear por un mundial de MotoGP. Pero ahora ya estoy en la cúspide y es cerrar el círculo, como cumplir un sueño. Y ya no puedo pedir nada más. Estoy muy feliz. De los malos momentos también se aprende y de Portimao aprendí mucho. Me destrocé. Y gracias a esa caída ahora estoy donde estoy.
¿Con los años aumenta la percepción del riesgo?
Es una balanza. Cuando eres joven es puro instinto, pura velocidad y ya está. Después vas ganando experiencia y vas perdiendo ese instinto y se compensa. Hay que mantener ese equilibrio, entender hasta donde puedes llegar. Aleix Espargaró hace dos años estuvo peleando por el Mundial hasta que quedaban dos carreras, y ya era muy mayor. Cuando ya no compense, es hora de irte.
Este año por primera vez acudió a un psicólogo deportivo.
Parece un signo de debilidad, pero nada más empezar entendí que me estaba viniendo muy bien. Todos tenemos muchos miedos y situaciones complicadas. Y sobre todo, para manejar las emociones. Estás ansioso, agobiado, triste.. Saber por qué te pasa, entenderlo y poder vivir con eso. No agobiarte y que se haga una bola mucho más grande. He aprendido a confiar mucho más en mí y eso me ha ayudado mucho este año. Al final de la temporada pasada no estaba disfrutando, no dormía por las noches.
Jorge Martín.Angel NavarreteMUNDO
Lleva compitiendo desde niño. ¿Siente que no tuvo infancia?
Creo que tuve una gran infancia. Pero sí que he perdido algo, me hubiera gustado vivir la Universidad. Siempre he mantenido mis raíces, mis amigos de toda la vida. Y la época en la que ellos estaban en la Universidad yo estaba entrenando. Pero no me arrepiento. No me falta de nada, tengo una vida increíble. Y es un privilegio estar en mi posición con mi edad. Incluso si no hubiese ganado el Mundial. Pero si echase para atrás, me hubiese gustado vivir esa época. Pero no lo cambiaría por lo que soy ahora. Eso está clarísimo.
¿Cómo les va la vida a sus amigos?
Ya están todos trabajando. Han estudiado sus carreras, ADE, Marketing... Y están intentando progresar. Tienen un vida totalmente diferente. Pensando ya hasta en formar una familia. Es otro estilo de vida. Pero cuando estoy con ellos intento que ni se hable de motos. Sólo disfrutar de ese momento, de echarnos un pádel, de lo que sea. Igual les veo una vez cada seis meses, pero al final son los de siempre.
Se ha hablado de sus orígenes humildes, del sacrificio familiar para que pudiera dedicarse al motociclismo.
Todo lo que mis padres ganaban iba para las motos. Es imposible devolverles lo que hicieron por mí. Querían que su hijo cumpliese su sueño. Y es de admirar que una familia lo diese todo, en vez de pensar en ellos o de gastarlo en vacaciones. Éramos una familia de clase media, no éramos pobres, pero era insostenible a largo plazo, no teníamos tanto dinero. Había muchísimos gastos en material, en viajes, me consiguieron llevar hasta donde pudieron y yo conseguí enseñar mi talento y alcanzar el siguiente nivel. Nunca podré agradecerles lo que han hecho. Que ya trabajen conmigo que, básicamente, no tengan jefe... O sea yo, eso es un orgullo.
Entonces tenía 13 años, estaba en la Rookie Cup y era ganar o dejarlo.
Cuando eres tan niño no te das cuenta. Pero el año de la Rookies yo sí me enteré, me di cuenta de que o ganaba o me iba a casa. Esa presión me ha servido este año. Recordándolo. O gano o dejo las motos... Ahí sí que había presión de verdad. Fueron momentos duros.
Si el camino ya era tan espinoso que asustaba, España se empeñó en hacerlo más impracticable. En el Pierre Mauroy en el que hace nueve años Pau Gasol se elevó a los cielos del baloncesto, la selección fue un equipo sin alma, despedazada por Australia con aroma de venganza. De principio a fin, sensación de desidia, apenas Aldama y Llull encendidos, y una derrota que obliga al más difícil todavía para soñar con los cuartos de final, ya en París.
Nadie pudo parar a Josh Giddey y Jock Landale dominó totalmente la pintura. Pero el hombre era Patty Mills, siempre tan diablo, tan imparable incluso en las derrotas pasadas, el rostro de las cuentas saldadas. Una segunda parte extraordinaria a sus casi 36 años, pasando por encima de una España que pagó su mal inicio y trató de reaccionar a arreones, mal en el rebote y con un desaparecido Lorenzo Brown. Sin él, tocado en un pie estos días atrás, la selección es poca cosa en un escaparate como el olímpico.
España amaneció olímpicamente mal, desenfocada y con una extraña flojera defensiva. Como si toda la presión de llegar hasta los Juegos, hasta esa Lille de tan buenos recuerdos pasados y de tan mal presente (lejos de la inauguración, la Villa...), hubiera desconectado sus mecanismos competitivos. Como si el madrugón les hubiera sentando mal. Porque enfrente había un rival que no olvida las afrentas pretéritas, esa semifinal mundialista en Pekín, ese partido por el bronce en Río, siempre en la agonía a favor de los de Scariolo.
En cinco minuto había una losa encima (18-7). Danzaba Australia pese a la baja de Dante Exum, al ritmo de Giddey, tan elegante, esta vez también efectivo desde el perímetro. Willy no se enteraba de nada en ninguno de los dos aros y cuando entró Garuba para poner orden defensivamente, lo hizo tan excitado que se enzarzó en un rifirrafe con los aussies. 31 puntos encajados en el primer cuarto de los Juegos fue una carta de presentación horrible, pues es la defensa el único pilar desde el que construye esta España. Aunque todo iba a mejorar un poco.
Fue gracias a los triples de Llull, como lluvia en el desierto. Tan decidido siempre. Tres casi consecutivos reengancharon a España al duelo (31-27), pero ese bonita inercia quedó pronto interrumpida, de nuevo líos con Garuba y un Giddey entonadísimo. Él y Landale en la pintura destrozaban a una España que ahora se refugiaba en Santi Aldama. Una canasta final de Lorenzo Brown resultó un alivio (49-42).
Otro paso adelante tras el descanso, cuando incluso España se puso por delante con otro triple de Aldama (54-56). Ahí pareció que... Porque Giddey era algo menos y Willy había despertado. Pero no hubo forma, porque no resistió la selección en ese trance, desplumada en el rebote ofensivo y ya de nuevo a remolque. La segunda unidad tampoco era efectiva y a falta de cuatro minutos todo parecía quebrado. Los dos triples finales de Australia fueron, además, una puñalada para el basket-average.