«Podemos introducir los premios económicos en los Juegos. Desde mis años como atleta siempre he hablado de la importancia del bienestar financiero de los deportes. Y creo que se puede hacer respetando la filosofía olímpica. Debemos aceptar que ahora vivimos en un mundo diferente», anunciaba meses atrás Sebastian Coe, uno de los siete candidatos a la presidencia del Comité Olímpico Internacional (COI) y explotaba la campaña que terminaba este jueves. De repente, un asunto peliagudo en el que todos los aspirantes tenían que mojarse. Desde su creación, los Juegos Olímpicos promueven el espíritu amateur del deporte, «lo importante es participar», pero teniendo en cuenta que el COI facturó 7.000 millones de euros en el pasado ciclo olímpico, el debate es lógico. ¿Premiar las medallas o no hacerlo?
Muchos comités nacionales ya recompensan a sus deportistas por cada oro, por cada plata, por cada bronce -en España, 94.000, 48.000 y 30.000 euros, pero en este caso sería un premio de la propia organización. Coe lo tiene claro y los otros candidatos también: el resto, ni hablar.
Excepto Coe, nadie más se ha proclamado a favor de los premios por una cuestión lógica: habría menos dinero a repartir. Si las más de 1.000 medallas repartidas en los Juegos Olímpicos llevasen consigo una retribución, los comités nacionales y las federaciones internacionales verían reducidos sus ingresos y sus presidentes forman el grueso de los votantes en las elecciones.
«Estoy totalmente en desacuerdo [con Coe]. Los campeones deben ganarse la vida con ello, pero tienen que ser sus comités olímpicos, sus patrocinadores o sus países los que recompensen sus éxitos», respondía Juan Antonio Samaranch Jr. en la misma línea que el resto de aspirantes. De hecho, tan rotunda ha sido la negativa de los candidatos a la propuesta de Coe, que el ex mediofondista ha tenido que matizarla. En sus últimas comparecencias ha asegurado que no habría premios generalizados y que sólo existirán en determinados deportes.
En el horizonte, la sede de 2036
En todo caso, el debate como mínimo ha puesto picante a una campaña electoral sin apenas diferencias entre los candidatos. En el resto de materias en cuestión, todos han coincidido, incluso en la necesidad de la pronta reintegración de Rusia al movimiento olímpico, que podría llegar antes de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 2028. La crisis del sistema antidopaje mundial por culpa de los recortes de la administración de Donald Trump ha aparecido como una preocupación generalizada, así como la negativa a la integración de las deportistas trans en las competiciones femeninas.
La Directiva de Thomas Bach fue benevolente con las mujeres trans, pero después de que la mayoría de federaciones internacionales les cerraran la puerta, el papel actual del COI es simbólico. Si el nuevo presidente o la nueva presidenta veta definitivamente a las mujeres trans en los Juegos Olímpicos, esa medida apenas tendrá ningún efecto real, pues éstas ya están vetadas por los reglamentos específicos de casi todos los deportes.
En realidad, para muchos de los miembros del COI lo más importante son las promesas sobre su propia relevancia. Después de la crisis con las ciudades candidatas y de la corrupción en las elecciones de sedes olímpicas como Río de Janeiro, Bach decidió hacerse con todo el poder y la Asamblea sólo podía reafirmar sus decisiones. Los Ángeles fue escogida sede para 2028 y Brisbane para 2032 sin la necesidad de pasar por el proceso de votación clásico. Ahora todos los candidatos han prometido a los miembros que volverán a mandar y muchos han asegurado que trabajarán para que haya Juegos Olímpicos en lugares inhabituales, especialmente en África.
En el horizonte, la elección para 2036 y la intención de ciudades árabes como Riad o Doha de postularse. De momento, sólo hay cuatro candidaturas confirmadas, Nusantara (Indonesia), Estambul, Ahmedabad (India) y Santiago de Chile, pero habrá más y muchos años después podría volver la tensión al Comité Olímpico Internacional.