Hace 20 años, los mejores jugadores de la NBA, entonces Kobe Bryant, Allen Iverson, Dirk Nowitzki o Tim Duncan, disputaron 79,2 partidos de media durante la temporada. El curso pasado, las estrellas de la liga, ahora Giannis Antetokounmpo, Luka Doncic, LeBron James o Nikola Jokic, jugaron 64,4 partidos de media. ¿Qué ha pasado? En los últimos años el baloncesto estadounidense, el tenis o el cricket han vivido la revolución del descanso, del control de los esfuerzos, del llamado load management.
¿Qué pasa si un futbolista como Gavi acumula a los 19 años 141 partidos entre Liga, Champions, Europa League, Copa del Rey, Supercopa de España, Mundial, Nations League, clasificaciones para Mundial y Eurocopa y amistosos? Que se puede acabar rompiendo. «Gavi podría jugar 16 partidos seguidos», proclamó el seleccionador Luis de la Fuente hace unos meses, y no tenía razón. Pero la culpa no era suya, era del fútbol, de su tradición, de su cultura.
«En los últimos años el fútbol ha incorporado a profesionales y tecnologías que miden la carga de los jugadores, hoy en día se puede saber si alguno está en riesgo, pero la toma de decisiones sigue dependiendo de los entrenadores y de sus sensaciones. Es un tema social, histórico; de aquí a 10 años se trabajará de una manera más científica», asegura Alejandro Romero Caballero, doctor en Ciencias del Deporte por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y experto en la llamada gestión de cargas. «Tampoco se puede establecer una relación directa entre cansancio y las lesiones, de ahí que siga primando la subjetividad. Un futbolista que acumula muchos minutos tiene más opciones de hacerse daño, pero no podemos afirmar que pasará 100% seguro», señala, y en ese debate está precisamente la NBA.
El castigo al descanso
Desde que los San Antonio Spurs de Duncan, Parker y Ginobili lo pusieran de moda, la mayoría de franquicias dan descanso a sus estrellas en 25 o 30 de los 82 partidos de temporada regular -no así en playoffs- y la polémica es cada vez más grande. «No hay pruebas que demuestren que el descanso de los jugadores evita lesiones», aseguraba el mes pasado Joe Dumars, vicepresidente ejecutivo de la NBA, con la intención de acabar con esos respiros. Si los mejores no juegan, los aficionados desaparecen y, con ellos, el dinero: menos para los dueños de las franquicias, para las televisiones, para los sponsors… Por ello esta temporada se multa a los equipos que hacen rotaciones y se deja sin premios como el MVP a los cracks que se quedan demasiado en el banquillo. ¿El resultado? Ninguno, la mayoría siguen descansando.
Con el apoyo de los entrenadores, más poder de negociación con los propietarios que el que tienen los futbolistas y más atención al Big Data, los jugadores franquicia de la NBA han entendido que reduciendo los partidos disputados mitigan el peligro de romperse y no hay nada más ruinoso para un deportista que una lesión. Ni unos cuantos dólares ni galardones valen la pena. Un All-Star actual cobra entre 48 millones (Stephen Curry) y 10 millones de dólares (Anthony Edwards), así que les sobra margen.
«El tanque de energía se vacía»
Es algo parecido a lo que ocurre en el tenis. El calendario de la ATP sigue creciendo y creciendo y los torneos cada vez son más largos -los Masters 1.000 han pasado a ocupar dos semanas-, pero los tenistas cada vez disputan menos partidos. En 2003, la media entre el Top 10 del ranking era de 76 encuentros y la temporada pasada fue de 69. Hace 20 años, por ejemplo, Juan Carlos Ferrero disputó los Grand Slam, los Masters 1000, la Copa Davis y siete torneos de menor entidad, tres ATP 500 y cuatro ATP 250, para un total de 88 encuentros. Este curso, su pupilo Carlos Alcaraz ha luchado por los trofeos más importantes y por cinco pequeños, cuatro ATP 500 y un solo ATP 250, para un total de 77 partidos.
«El tanque de energía se vacía. Si los torneos cada vez son más largos, tenemos menos tiempo de recuperarnos», resumía hace unos meses la número uno de la WTA Iga Swiatek, que también recordaba que la intensidad se ha multiplicado -los partidos de tenis son hoy un 25% más largos que en 1999- y que todo unido provoca todas esas renuncias y tantísimas retiradas. «No son una coincidencia, es una señal de que deberían reformular las cosas», reclamaba la polaca con un porcentaje en la mano: el número de partidos inacabados por abandono ya supera el 3% del total mientras en el siglo XX apenas alcanzaban el 2%.
Los jugadores, que también cobran mucho más que antes -Ferrero en 2003 se llevó tres millones, Alcaraz, este año, mas de 10- prefieren dejarlo antes que quebrarse. El coste de un abandono o de un descanso puede ser elevado, pero parece la única solución: quienes mandan nunca han reculado.
El caso del cricket
Quizá el único ejemplo de una decisión institucional que haya rebajado la carga de trabajo de un deportista se encuentre en el cricket y en la invención en 2003 del formato T20, que redujo los partidos de cuatro o cinco días a sólo uno, pero no respondió a motivos de salud, era una manera de atraer a más público.
En el baloncesto europeo, con el cambio de formato de la Euroliga en 2016 y las ventanas FIBA, los jugadores alcanzan los 80 partidos al año. Lo mismo ocurre en el balonmano con los cambios en la Champions en 2015 y la creación de competiciones como la Golden League. En el béisbol estadounidense, la MLB, los jugadores reclaman desde hace tiempo reducir el número de partidos, actualmente 162 al curso, pero nunca han llegado a un acuerdo con los directivos y por eso en las últimas dos o tres temporadas están copiando el load management de la NBA. Por ahora sólo hay un camino: jugar menos, pese al precio de hacerlo, es mejor que no jugar nunca por lesión.