Actual subcampeón del mundo en escalada de velocidad, nieto de gallegos, llegó a Madrid hace seis años: “Allí no tenía futuro: no hay economía, las calles son inseguras, vivimos en una dictadura”. Tras trabajar como repartidor de Glovo, hoy vive en el CAR de Sant Cugat, donde tiene beca
Dos paredes paralelas de 15 metros, es decir, tan altas como un edificio de cuatro plantas. En cada una, hay 20 agarres para las manos y 11 apoyos para los pies. Preparados, listos y… ¡ya! En sólo cinco segundos dos escaladores ya han trepado a toda prisa, han llegado arriba y han parado el reloj de un golpe. El más rápido sigue en competición. El más lento queda eliminado. Y así hasta la final. Es la escalada de velocidad, una modalidad sencilla, fugaz, vistosa que en los próximos Juegos Olímpicos de París 2024 otorgará medallas por primera vez y que en España tiene un nombre: Erik Noya.
Hace cuatro años, cuando la escalada de velocidad nació en el país, él ya estaba entre los mejores del mundo. ¿Cómo?
“Nací en Caracas, en Venezuela, y allí ya se practicaba este tipo de escalada. Cuando llegué a España aún no había paredes de velocidad y, de hecho, hoy sólo hay dos homologadas: en Pamplona y en Gavà. Para que yo me pueda dedicar a esto aquí se han tenido que dar muchas circunstancias y he tenido que recorrer un camino muy largo, extenuante”, relata Noya. Hoy vive en el CAR de Sant Cugat, tiene beca completa como subcampeón del mundo y es claro candidato a la medalla olímpica. Hace nada vivía en un piso compartido en el barrio madrileño de Villaverde Alto, trabajaba como repartidor de Glovo y nadie le atendía cuando iba a los rocódromos en busca de empleo.
“Me sentía inútil, incapaz de todo”
El cambio empezó con un viaje de Caracas a Madrid a los 23 años, hace casi seis. Nieto de gallegos, en cuanto acabó Económicas decidió abandonar su país para siempre y empezó a buscarse la vida fuera. “Allí no tenía futuro: no hay economía, las calles son inseguras, vivimos en una dictadura. O me marchaba o me moría de hambre. No podía hacer otra cosa, aunque fue duro. Lo tenía más fácil que otros porque tengo pasaporte español, mi madrina vive en Madrid y contaba con la ayuda al emigrante retornado [unos 500 euros durante 18 meses], pero igualmente hubo momentos horribles. De depresión. Me sentía inútil, incapaz de todo. Nadie me hacía caso. Iban a los rocódromos y no se creía que era escalador. Había ganado un Campeonato Panamericano, había sido el séptimo del mundo, pero en España nadie sabía qué era la escalada de velocidad”, recuerda Noya que entonces hizo una apuesta.
Durante el tiempo que duró la subvención pública, se preparó las oposiciones para bomberos, estudió, entrenó… y salió mal. Apuesta perdida. El suspenso le llevó a trabajar como repartidor de Glovo y, poco después, a irse a vivir junto a otro ‘rider’. “Me sentía bastante solo, ahogado por las deudas”. Por suerte le salvó la escalada. O el Comité Olímpico Internacional (COI), según como sea vea.
Hasta hace unos años, España sólo entendía la escalada de una manera: la más difícil. Con toda una cultura forjada en la roca, hubo pioneros que probaron la velocidad -como Dani Andrada-, pero siempre como un divertimento, si acaso parte de un entrenamiento para luego encarar las paredes más complicadas del mundo. Sólo cuando el COI decidió incorporar la escalada como modalidad olímpica para los Juegos de Tokio 2020 y cuando incluyó la velocidad como una de las pruebas, el enfoque cambió.
El cambio de vida
En 2018 la Federación Española de Deportes de Montaña y Escalada (FEDME) organizó el primer Campeonato de España de velocidad y, con el título en las manos, a Noya se le abrieron varias puertas. Primero encontró el apoyo de la Federación Madrileña de Escalada, luego pasó a formar parte de la plantilla del rocódromo Soul Climb de Leganés y, al final, se acabó mudando a Pamplona, para entrenar y trabajar en el Rocópolis, el recinto con el primer muro de velocidad construido en España.
- Aquello le resolvió la vida.
- No, no, aún costó, aún costó. Curraba como un loco, estuve seis o siete meses sin un día libre. Si no hacía de monitor de escalada, me cogía la organización de cumpleaños o cualquier otra tarea, no tenía tiempo ni para cocinar, pero todo valió la pena cuando en septiembre me proclamé subcampeón del mundo. Ahí ya recibí la beca, pude entrar en el CAR… aquello sí que me cambió la vida
Noya encara ahora el camino olímpico con la tranquilidad de quien cuenta con cocineros, nutricionistas y fisioterapeutas a su alrededor. Pese a haber vivido dos mudanzas en apenas dos años, en Sant Cugat ha encontrado “un lugar soñado”, donde sólo debe preocuparse de entrenarse y donde convive con multitud de deportistas, como Pol Vila, su compañero de habitación. A las órdenes de David Macià, el mismo entrenador que llevó al oro en Tokio a Alberto Ginés, amigo íntimo suyo, su horizonte está despejado.
Pese a que a los Juegos de París 2024 sólo irán 14 escaladores, su actual cuarto puesto en el ranking mundial le concede crédito para esa clasificación y en cuanto consiga el billete olímpico ya podrá pensar, imaginarse, soñar en el podio. Sus rivales, indonesios y chinos, han llevado la escalada de velocidad a un nivel de locura (el récord del mundo del indonesio Kiromal Katibin son 5.00 segundos, el de España de Noya, 5.40 segundos), pero también cometen fallos, como ocurrió en el último Mundial. El camino “muy largo, extenuante” de Noya debe acabar encima del podio en unos Juegos Olímpicos.