Pidió lo mismo que la liga femenina, pero al no tener respuesta ni apoyo del Gobierno, recurrió al PP. De lograrlo, pasaría al control de LaLiga. La Federación pretexta falta de solvencia
Rubiales, en la Ciudad del Fútbol.Rodrigo JimenezEFE
El fútbol sala entra en la guerra del fútbol debido a la intención de que su principal competición, la Primera RFEF Futsal, sea considerada profesional, como ha ocurrido con la Liga Femenina o la Liga ASOBAL de balonmano. La razón es que, dado que la Ley del Deporte establece que no puede existir más de una liga profesional por modalidad deportiva y género, no por especialidad, la competición que ahora se encuentra bajo el amparo de la Federación que preside Luis Rubiales, pasaría a estar gestionada por LaLiga de Javier Tebas. La Federación argumenta que carece de la estructura económica necesaria, algo que niega la cúpula del fútbol sala. La política ha tomado ya parte, a través de una proposición no de ley (PNL) presentada por el PP en el Congreso que fue rechazada por el PSOE y Unidas Podemos, después de los infructuosos intentos ante el Consejo Superior de Deportes (CSD). La convocatoria de elecciones ha generado un compás de espera en esta doble guerra, del fútbol y la política, hasta conocer cuál es el nuevo escenario resultante del 26-J.
Javier Lozano, presidente de la Liga Nacional de Fútbol Sala (LNFS) y ex seleccionador de éxito, se dirigió inicialmente al secretario de Estado José Manuel Franco, que le recibió con buenas palabras. Como sucedió con el caso del fútbol femenino, el procedimiento ante semejante petición es pedir un informe a la federación correspondiente, que no es vinculante. El escrito enviado por el organismo de Rubiales fue contrario al proceso de profesionalización, algo que ya había ocurrido con el fútbol femenino, con argumentos similares: «No se sostiene económicamente». En la Federación dicen tener evidencias de que hay clubes que no pueden garantizar siquiera el salario mínimo interprofesional. Lo mismo ocurría con el fútbol femenino, pero en ese caso primó el empuje político.
Lozano insiste en lo contrario: «El nivel de relaciones laborales de los jugadores, unos 200, es prácticamente total en los 16 clubes que componen la primera categoría, con salarios mínimos fijados y fichas que van hasta los 600.000 euros en algún caso». Un escenario que no se daba en la misma proporción en el caso del fútbol femenino o la Liga ASOBAL, ya profesionalizadas.
DISCREPANCIAS EN LAS CIFRAS
«Nuestra realidad es clarísima y la consideración de liga profesional nos permitiría crecer muchísimo con la explotación de recursos, innovación y ‘merchandising’», prosigue Lozano, que lamenta que el proceso se vea salpicado por los pulsos de poder entre los barones del fútbol. El presidente de la LNFS tuvo las primeras conversaciones para profesionalizar su deporte, entonces bien vistas por los inquilinos del CSD, en 2015. Pero no fue hasta 2018 cuando dio los pasos formales, después de ver que otras competiciones se movían: «Ese año metimos 40.000 personas en el WiZink Center para la Copa de España y recibimos cuatro millones de euros por televisión. Estábamos preparados». En la Federación, en cambio, creen que esa cifra responde a un hecho puntual y no al mercado, reflejado en el último tender, por el que han recibido una oferta de TVE de 180.000 euros por un partido en abierto por jornada y 150.000 por el resto.
Rubiales había llegado a la Federación precisamente en 2018, año en el que la voluntad del CSD era distinta. Buscó entonces Lozano ayuda en la política, que era la que había hecho salir adelante la profesionalización del fútbol femenino. Esta vez, en cambio, necesitaba a la oposición. La PNL fue llevada a la mesa del Congreso por el PP. Votaron a favor la formación popular, Ciudadanos y Vox, y en contra PSOE y Unidas Podemos, mientras que socios del Gobierno de Pedro Sánchez como Esquerra y Compromís se abstuvieron. No salió adelante por dos votos de diferencia (18-16).
El fútbol sala no quiere politizarse, pero lo sucedido en el Congreso hace que sus esperanzas estén puestas en un cambio político. Del CSD se marcha Franco y todo indica que lo sustituirá Víctor Francos, hombre de confianza de Salvador Illa en el PSC y del ministro Miquel Iceta, alguien muy activo en la tramitación de la controvertida Ley del Deporte contra las tesis de Tebas. Un dique. Si hay partido, será después del 26-J.
De pie, apoyado sobre la barandilla metálica, Oriol Tort saludaba con un leve movimiento de cabeza desde la distancia a los periodistas que salían de presenciar los entrenamientos del primer equipo del Barcelona. No existía ciudad deportiva alguna y en los campos de tierra que se ubicaban dentro del recinto del Camp Nou solían entrenarse los juveniles del Barcelona. Con su cigarro en la mano, podía confundirse con el guarda del recinto, pero en realidad era el guarda del talento. Discreto pero irónico, le gustaba alejarse del protagonismo y el ruido, aunque dejaba frases con retranca en algún corrillo: «Si hacemos bien nuestro trabajo, uno de estos juveniles podría jugar ahí, en el primer equipo, sin que notarais la diferencia». «Pero tenemos que hacerlo bien...», insistía, con su media sonrisa. El tiempo ha mejorado la sentencia del bueno de Tort, con Lamine Yamal, de 17 años, y Pau Cubarsí, que acaba de cumplir 18, dos juveniles, asentados en el Barça de Hansi Flick y en la selección de Luis de la Fuente. En algo se equivocaba: la diferencia se nota.
Para saber más
Tort había llegado al Barcelona en 1959, como entrenador de infantiles, antes de que existiera la Masía, y desde 1980 hasta su fallecimiento, en 1999, fue el director de la cantera azulgrana. Cuarenta años en el club, más de la mitad de su vida. Recorría los campos de Cataluña, porque decía que había que ver jugar a los niños en su ambiente, para descubrir potenciales talentos. Guardiola, Sergi, Amor,Iván de la Peña, Pujol o Xavi fueron algunos de los que captó para el club azulgrana, aunque le gustara relativizar su trabajo: «No somos descubridores, sólo ayudamos a los jugadores a descubrirse a sí mismos».
La captación era, pues, el momento clave, mágico, según Tort, en el que había que observar los pequeños detalles que podían hacer a un jugador especial. En Jordi Roura observó un desborde eléctrico, cuando jugaba en su pueblo, Llagostera, en Girona. La Masía fue su destino, donde coincidió y trabó amistad con Guardiola, Tito Vilanova y Aureli Altimira, que acabaron por formar la peña 'Els golafres', los glotones. El desborde le llevó hasta el primer equipo, el incipiente 'Dream Team' de Johan Cruyff, pero una grave lesión durante la Supercopa de Europa contra el Milan, en 1989, acabó con su carrera. Con 25 años estaba retirado y empezaba su andadura como técnico. De segundo de Carles Rexach en Japón, a asistente de Guardiola en el primer equipo azulgrana, segundo de Tito Vilanova y, finalmente, entrenador interino tras la terrible muerte de su amigo. Con la llegada del Tata Martino al banquillo, el club presidido entonces por Josep Maria Bartomeu lo nombró director del fútbol formativo, en 2014. Estaba en el sitio de su descubridor, donde se convertiría en el padre de la nueva generación, la 'Quinta de Lamine'.
FC BARCELONA
"Qué raro corre este niño"
«Cuando lo fiché tenía siete años. Fuimos a verlo y primero que pensé fue: 'Qué raro corre este niño'. A esa edad, todos corren detrás de la pelota, es difícil ver cosas, hay que captar los detalles. Todos menos Lamine, que se apartaba, no iba al bollo. Era como si quisiera desmarcarse, como un profesional. Hacóa cosas extrañas. Me llamó la atención. Después hizo un control distinto a los demás, y le dije a Aureli: 'Lo fichamos'», explica Roura, en conversación con este periódico. Altimira, uno de sus inseparables desde los tiempos de la Masía y persona de confianza, compartía con Roura y otros técnicos las sesiones de captación.
«Son la piedra angular de este trabajo. Nosotros no buscábamos las condiciones físicas ni nada de eso, sólo el talento, las cosas que pueden hacer a un jugador diferente y que a esa edad ya puedes observar, porque son innatas. Todo los demás, el físico y el trabajo táctico, ya lo pondremos nosotros después», continúa, como si todavía lo viviera, porque «esto es una profesión, un trabajo, pero también es pasión»
Cambios con Laporta
Roura ya no hace ese trabajo, porque el regreso de Joan Laporta provocó un cambio en la estructura técnica. «Estábamos renovados, pero de pronto estábamos fuera. Puedo entender que un nuevo presidente ponga a gente suya, de confianza, pero creo que fallaron las formas, se podría haber hecho de otra manera», recuerda, aunque sin darle más importancia. Con Roura también salieron Altimira y García Pimienta, entrenador del filial, además de Carles Folguera, director de la Masía durante más de 20 años. Un año después, dejó el club el director deportivo Ramon Planes, hombre clave en las llegadas de Pedri y Araujo.
Además de Deco y Bojan Krkic, Laporta nombró director de la cantera a Alexanko, siempre en la sintonía de Cruyff y después de Laporta. Sin embargo, promocionó y protegió a dos figuras esenciales en la estructura de las categorías inferiores, Sergi Milà y Marc Serra. Una forma de hacer política y amiguismo, pero sin perder el método. Entre ambos, suman más de 30 años en el club. Milà es responsable de la metodología del fútbol base y el coordinador de fútbol 11. La responsabilidad le ha apartado de los banquillos, después de dirigir al juvenil A, y en la Ciutat Esportiva hay quien se pregunta si no se ha cortado la carrera de un gran entrenador. Serra, por su parte, es el coordinador de fútbol 7, el fútbol-probeta que todos, Roura el primero, consideran esencial en el éxito de la cantera azulgrana. «Lamine, Cubarsí, Bernal o Gavi proceden del fútbol 7», recuerda. Los tres primeros ganaron la Liga Promises de 2019, en Nueva York, con un 6-1 al Madrid.
«El fútbol 7 es más interactivo, favorece la asociación, se toca más el balón y nos permite empezar a trabajar en el entendimiento del juego. Que los niños pasen de jugar a la pelota a jugar al fútbol. Queremos que se perfilen para recibir, que anticipen en su cabeza el pase que darán antes de que les llegue el balón, que sean mentalmente rápidos. El fútbol moderno es velocidad, pero no sólo de piernas», continúa Roura, que pone en valor el trabajo de Serra. El Barcelona rechazó, cortésmente, el ofrecimiento de este periódico para que tanto Serra como Milá ofrecieran sus impresiones acerca de su trabajo.
Esperando a Toni Fernández
A diferencia de otras épocas, en las que el Barça creaba centrocampistas que parecían clonados, una endogamia que llegó a preocupar a nivel interno, la generación de Roura tiene de todo: portero, defensas, centrocampistas o delanteros. «Pues claro... Es que cuando oigo hablar del ADN Barça me pregunto: ¿Y esto que quiere decir? ¿Qué no podemos contraatacar? ¿Qué no podemos jugar en largo cuando nos presionen arriba? El Barça tiene su identidad, asociada a la técnica y a la posesión, pero para ganar hay que ser vertical. Flick lo ha entendido bien», insiste el técnico. Algunos de los frutos de su trabajo están todavía por llegar, como Toni Fernández, de 16 años, un delantero de poderoso desborde, que comparte las categorías inferiores con su primo Guille. El portero del filial, el estadounidense Diego Kochen.
«Un buen ejemplo es Cubarsí, un central que es vertical y supera líneas con sus pases -continúa Roura-. El puesto es muy difícil en el Barcelona, porque si tienes espacio a tu espalda y has de iniciar el juego, casi nada. Lo fiché con 10 años, del Girona. Era agresivo, con carácter. Su progreso táctico al llegar con nosotros fue impresionante. Tiene cara de niño, pero es duro, con mala leche. A veces le decía: 'Pau, ríete un poco, esto sólo es fútbol'».
"Balde, hay que apretar"
Recorrer los campos era el día a día de Roura, como antes lo fue de Tort. «En la captación has de ser rápido. Ver, decidir y fichar, todo en el momento. Si no, llega otro club y lo hace». Le ocurrió con Marc Casadó. «Estaba en el equipo de la Damm, uno de los que mejor trabaja la formación. Tenía 13 años y me llamó la atención por su colocación, siempre iba a la cobertura. En cambio, no pensaba que llegaría a un nivel físico como el que tiene ahora, brutal». A Alejandro Balde, en cambio, le tuvo que insistir para dar ese salto. «Jugaba en el San Gabriel y lo trajimos muy pequeño para el fútbol 7. Era técnico, hábil, pero un día le llamé y le dije: 'Con jugar bien no vale, hay que apretar'».
«El método es común, pero cada chico necesita sus tiempos y tiene sus circunstancias. Lamine vivía en Mataró, podía seguir en casa, pero como el entorno del barrio podía ser complicado, lo llevamos a la Masía», continúa Roura. Más protección necesitó Fermín, al que decidió fichar al presenciar un torneo de infantiles en Tarragona. «Jugaba en el Betis y, nada más verlo, me di cuenta de que tenía cosas, pero también un problema: era muy pequeño. No obstante, me dije: 'Es igual, lo fichamos'. Pasaba el tiempo y no crecía, no rompía. Las dudas crecían entre los técnicos y hasta su familia, que se planteó si debía volver a casa. Yo les pedí a todos un poco más tiempo, tenía esa intuición. Finalmente, dio el salto que yo esperaba», recuerda Roura, para el que cada jugador necesita sus tiempos. «Es necesario un trato personalizado, es otro de los secretos», aclara.
Mientras ahora intenta traslada todo ese conocimiento a los jóvenes entrenadores a través del proyecto 'Best Version 1', Roura dice estar «orgulloso» por el trabajo realizado. «A partir de ahí -finaliza-, todo depende de que el primer entrenador les de la alternativa. Koeman, Xavi y Flick lo han hecho. En eso el Barça también es diferencial». Diferencial y, en una de las épocas más difíciles de su historia, también una prueba de vida.