Siempre juntas, Ana y Fátima; siempre juntas, Peleteiro y Diamé. Compañeras de habitación en todas las concentraciones de la selección, compañeras de entrenamientos durante años a las órdenes de Iván Pedroso, ahora ya vuelven a ser compañeras en el podio. Como ya pasó el año pasado en Glasgow, en el presente Mundial ‘indoor’ de Nanjing las dos ya tienen un bronce. Si Peleteiro fue tercera el sábado en el triple salto, Diamé repitió su posición este domingo en el salto de longitud. Habrá celebración conjunta, de eso no hay duda.
Porque Peleteiro era favorita a la medalla, pero Diamé llegaba con muchas dudas. Una lesión en la pierna derecha le había obligado a un cambio de técnica exprés y, por sus marcas durante este invierno, se le suponía lejos de las mejores. No fue así. En su primer salto de la final, Diamé pegó un brinco que la llevó hasta los 6,72 metros y la colocó en el podio. Varias de sus rivales podían superarla -no era una marca imposible-, pero también podía ocurrir lo contrario.
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La estadounidense Claire Bryant, universitaria hasta el año pasado, sorprendió con un salto de 6,96 metros que le llevó al oro y en el último intento la suiza Annik Kalin se hizo con la plata con una marca de 6,83 metros. Faltaban algunas referentes de la disciplina como Tara Davis-Woodhall, Malaika Mihambo o Larissa Iapichino, pero el bronce brilla igual.
“Estoy muy contenta. Como dije en el Europeo ha sido una pista cubierta muy dura porque he tenido que cambiar mi técnica debido a una lesión en la pierna derecha. No he tenido mucho tiempo para hacer los ajustes necesarios, pero me he sentido segura y estoy contenta de repetir medalla de bronce en el Mundial en pista cubierta. Siento que se acerca una buena temporada al aire libre”, explicaba Diamé, que añadía: “Pensaba que podía llegar a 6,85 metros, pero es una medalla, no me voy a quejar. 6,72 metros es una marca que pueden saltar todas, así que yo no estaba para tranquila hasta al final, pero no he soltado el bronce”.
Tenía cinco años y todavía vivía en Nueva York cuando Paula Badosa tuvo su primer contacto con el tenis. Gracias al trabajo de sus padres, Josep Badosa y Mireia Gibert, modelos y fotógrafos, estuvo en una sesión de fotos con las hermanas Williams y no les hizo ni caso. No sabía ni quiénes eran. Sólo un par de años después, con su familia de vuelta a España, la apuntaron a un campus de verano del Club Tennis d'Aro, en Platja d'Aro, en la Costa Brava, y así empezó un camino con la raqueta que culmina este jueves. A las 09.30 horas -por Max y Eurosport, en las semifinales del Open de Australia disputará el partido más importante de su vida ante Aryna Sabalenka, la actual número uno, íntima amiga suya, para alcanzar su primera final de Grand Slam.
A sus 27 años ya había vivido momentos importantes. Ganó el WTA 1000 de Indian Wells en 2021 y fue número dos, pero nunca había estado tan cerca de la historia. Con su talento y su físico, la espera sólo se entiende por un cúmulo de problemas que tuvo que descifrar, comprender y superar.
"Antes estaba muy asustada cuando jugaba. Pensaba: '¿Qué va a pasar si pierdo? ¿Qué van a decir de mí?' Dedicaba mucho tiempo a eso. Ahora no me importa lo que pase porque sé que puedo aceptarlo", admitía anteayer, feliz en Melbourne después de muchos años luchando contra las expectativas.
Adolescencia triunfal
De niña Badosa no solía acumular trofeos -destacaba más Julia Payola, también gerundense-, pero su adolescencia fue triunfal. A los 16 años, Estados Unidos y España se peleaban por ella, así que recibió un patrocinio de LaLiga y a los 17 años, en 2015, ganó Roland Garros junior. Entonces ya se había marchado de casa para irse a entrenar con Pancho Alvariño a la academia TenisVal de Valencia. Entonces, con sus primeras entrevistas, se le vino el mundo encima. "No me lo esperaba, no estaba preparada para estar tan expuesta, para que la gente me llamara la nueva Sharapova, que me dijeran que tenía que estar top 20 o top 10", reconocía tiempo después en un Informe+ de Movistar, donde aseguraba que aquello le cambió.
De repente dejó de escuchar a sus entrenadores, dejó de trabajar, pensó que ya había llegado. Y no. Durante más de cuatro años, estuvo dando vueltas por los torneos menores de la Federación Internacional de Tenis (ITF), alternando victorias y derrotas y luchando contra sus propios demonios. En cierto punto decidió volver a Cataluña y ponerse a trabajar con Xavi Budó, ex entrenador de Carla Suárez, pero aún le costaba exhibir su tenis. "Llegó a decirme que no le encontraba sentido a la vida", confesaba también Budó quien participó de su anterior explosión.
VINCE CALIGIURIAFP
A los 24 años, en 2021, en plena madurez tenística, ganó su primer título WTA en Belgrado, brilló todavía más en Miami, llegó a semifinales en Madrid, a cuartos de final en Roland Garros, nuevamente a semifinales en las WTA Finals... en definitiva se instaló en la élite. Además, el vaivén post pandémico en el ranking WTA la llevó al número dos, una posición en la que sólo habían estado tres españolas: Arantxa Sánchez-Vicario, Conchita Martínez y Garbiñe Muguruza. Un logro que aumentó la presión. Y que la hundió nuevamente. "Me daba mucho miedo perder contra alguien de menor ranking que el mío y eran casi todas las rivales", recordaba estos días en Australia.
Los cambios y la lesión
Dejó de trabajar con Budó para ponerse en manos de Javier Martí, luego de Jorge García, del británico Joel Cannell y finalmente de su actual técnico, Pol Toledo, amigo de infancia en el Club Tennis d'Aro. Cambió el resto de su equipo en varias ocasiones hasta encontrar a su actual preparador físico, David Antona, a su fisioterapeuta, Roberto Martín, y a su psiconeuroinmunólogo, Daniel de la Serna. Y entre otros vaivenes personales se mudó a vivir a Dubai, donde entrena en el complejo del hotel Atlantis The Royal.
Todo ese trasiego la condujo a una irregularidad que en 2022 ya la dejó fuera del Top 10 y de las WTA Finals y que en 2023 se complicó por culpa de una lesión de espalda. Una fractura de estrés en una vértebra la obligó a parar y estuvo cerca de retirarla del tenis, pero a base de horas de masaje, de infiltraciones y de restricciones -ahora no come gluten ni lácteos- volvió a jugar. Era su última oportunidad. Después de caer al puesto 140 mundial, tenía que usar su ranking protegido para entrar en los Grand Slam y necesitaba ganar y ganar y ganar. Lo hizo.
DAVID GRAYAFP
"Hubo un punto el año pasado en el que estuve muy cerca de dejarlo porque no me veía al nivel. La espalda no respondía bien, no encontraba soluciones, pero quería intentarlo por última vez, una última oportunidad. Y bueno, aquí estoy", valoraba después de vencer a Coco Gauff en cuartos (7-5 , 6-4) con la tranquilidad como arma. Después de todo lo vivido, ahora Badosa es otra, más estable, y hay pocas jugadoras capaz de desmontar sus golpes si ella no falla. Posiblemente Sabalenka sea una de ellas, también tiene capacidad Iga Swiatek, la número dos del mundo, pero pocas más.
La española saldrá de Australia de vuelta al Top 10 del ranking WTA, número nueve, y prácticamente sin puntos que defender hasta el WTA 1000 de Roma de mayo. Con su nueva mentalidad, la gira de tierra batida de primavera y especialmente Roland Garros, se presentan como escenarios donde brillar y volver a levantar un título 'grande', si no ocurre antes el sábado en Melbourne. Badosa, ahora es, por fin, la mejor Badosa.